Cuando el Papa Francisco lo creó cardenal, en enero de 2014, Nicaragua registraba el índice de crecimiento más alto de América Latina y Daniel Ortega transitaba más o menos felizmente la mitad de su segundo mandato, cavilando sobre una tercera reelección. Que posteriormente impuso. Leopoldo Brenes, elegido por el Papa latinoamericano para llevar la púrpura, sin duda no imaginaba que cuatro años después se convertiría en el nodo de una crisis dramática que ha llevado al país centroamericano al borde del abismo. No podía imaginar la sacudida sísmica del 19 de abril, los miles de jóvenes en las calles, las barricadas, los muertos, las agresiones contra iglesias, obispos y sacerdotes, hasta la que él mismo, cardenal de la Santa Iglesia Romana, sufrió junto con su auxiliar José Silvio Báez y el nuncio apostólico Waldemar Stanisław Sommertag, en la basílica de San Sebastián de la ciudad de Diriamba, a 41 kilómetros de la capital. Leopoldo José Brenes Solózano sin duda no podía prever que de él dependerían tantas cosas.
-Como tener que pacificar un país al borde de una nueva guerra civil después de las dos que ya vivió, contra Somoza en los años ’80 y los “contras” en los ’90…
Es un país que hoy atraviesa una situación de enfrentamiento declarado, con un pueblo verdaderamente dividido, dividido en sus raíces. Conozco familias de cuatro personas donde dos de ellas están a favor del gobierno y dos se oponen. Nuestros mismos movimientos, nuestras asociaciones en la Iglesia, nuestros grupos y realidades pastorales, están divididos. Hoy se ha formado en Nicaragua un muro que nos separa. Poco tiempo atrás nuestro país era más seguro que otros de América Central. Hoy, ya en horas de la tarde empieza a disminuir rápidamente la cantidad de gente en las calles, los mercados y centros comerciales se vacían, las personas se encierran en sus casas. Hoy nuestro país es completamente diferente a lo que era seis meses atrás. Los obispos lo dijimos: después de abril nuestro país es otro.
-Los argentinos usan la palabra “grieta” para referirse a la fractura histórica que desde siempre divide a la sociedad, una especie de maldición que no consiguen sacarse de encima…
Es lo mismo para nosotros, y como obispos nos duele enormemente esta situación, porque la gente está preocupada, preocupada por la división, por el enfrentamiento… Me duelen estas tensiones, sobre todo cuando las veo serpentear entre mis agentes pastorales o entre los amigos. Me duelen como padre, como pastor, como amigo y como hermano mayor en la fe. Con toda sinceridad, debo confesar que a veces no me dejan dormir, me despierto en mitad de la noche pensando en las tensiones que hay, entre dos responsabilidades de una actividad pastoral que deberían ir unidas.
-A propósito de argentinos y del Papa, ¿cuándo fue la última vez que estuvo con él?
Tuve la alegría de encontrarme con él la tarde del sábado 30 de junio. Poco antes, en un Regina Coeli del tiempo de Pascua, había manifestado al mundo su preocupación por Nicaragua y había asegurado su cercanía a la Conferencia Episcopal y su apoyo al diálogo como camino para encontrar una solución a las tensiones que nos desgarran.
-¿Le describió la situación como está haciendo ahora?
Mantuvimos un diálogo amplio, y noté que conocía bien la situación. Los obispos éramos uno de los elementos que él ya tenía. Creo que el hecho de ser un Papa de origen latinoamericano hace que conozca nuestro país, aunque nunca estuvo en Nicaragua. En el dialogo de más de una hora que tuve con él, lo vi muy preocupado por la situación del país.
-¿Qué le dijo?
Que no nos alejáramos del camino del diálogo. Él considera que es la única vía de salida. Me he dado cuenta de que habla constantemente de diálogo; incluso hace pocos días se lo escuché decir en la inauguración del Sínodo de los jóvenes. En ese discurso insistió varias veces en la necesidad del diálogo para poder seguir adelante, invitó a los jóvenes a ser personas de diálogo; el sínodo mismo, para él, es un ejercicio de diálogo entre los que participan.
-¿Y usted cree en el diálogo?
Absolutamente sí, yo creo en el diálogo. Mi familia me ha formado en esta convicción. Gracias a Dios tengo una familia que no es violenta, nunca se levanta la voz, en familia nunca gritamos. Cuando era niño jugaba mucho al béisbol. Mi casa estaba justo delante de la plaza donde los jóvenes nos juntábamos para jugar. Cuando mi padre veía a llamarme, no gritaba, me hacía un silbido. Para mí era suficiente, dejaba a mis compañeros e iba con él, que siempre me esperaba con un abrazo.
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El cardenal Leopoldo Brenes, – sus amigos lo llamaban “Polito” y así siguen llamándolo hasta el día de hoy – es el mayor de cuatro hermanos, dos varones y dos mujeres. Don Leopoldo Brenes Flores, el padre, era campesino – recuerda que volvía a casa del trabajo en el campo a caballo, y cuando eran niños lo acompañaban en el último tramo, un hermano sentado delante y otro detrás de él sobre el caballo. Su madre, doña Lilliam Sólorzano Aguirre, era modista y le había enseñado a usar la máquina de coser, para que le ayudara con los trabajos urgentes cuando ella estaba enferma. Brenes vive todavía con su madre en un barrio popular de Managua. Toca bien la guitarra y escribe canciones. Cuenta que ha compuesto varias para su madre y que a veces ella le pide que vuelva a cantárselas. “Pero yo ya no las recuerdo, aunque en alguna parte tengo un cuaderno con las letras. Ella fue más previsora, porque una vez las grabó en un disco para tenerlas de recuerdo”. Es la “pastoral del cariño”. Dice que la aprendió, cuando era un joven sacerdote recién ordenado, siguiendo y ayudando a otro sacerdote, un “hombre de Dios” con quien estuvo durante un tiempo, como en los días de la famosa entrada de los guerrilleros sandinistas a la ciudad de Jinotepe. “Él desplegaba toda una pastoral que yo llamo del cariño, de la cercanía con las personas”. Brenes dice que él ve esa misma sensibilidad en el Papa Francisco. “Una de sus características es esa cercanía con las personas, y no hay duda de que él también pone en práctica la pastoral del cariño”.
-Estaba diciendo que la disposición para el diálogo, para la búsqueda de un entendimiento, incluso cuando la situación parece desesperante, le viene de su familia…
Así es. Con mis tres hermanos siempre discutíamos entre nosotros los problemas. Y lo seguimos haciendo. Nos sentamos, ponemos los problemas sobre la mesa, esto no está bien, esto otro habría que plantearlo así; hablamos, discutimos, tomamos decisiones. Por lo menos tres veces por semana nos reunimos por la tarde con mis dos hermanas – mi otro hermano vive en México – y hablamos…
-Usted tiene 69 años, tres menos que Daniel Ortega. Cuando él se estaba perfilando como líder del movimiento revolucionario sandinista, ¿usted qué hacía?
Era un joven sacerdote. He vivido como todos el proceso revolucionario que condujo a la caída de Somoza. Con el triunfo del Frente sandinista en 1979 hubo mucha esperanza, yo la tenía. En muchas de nuestras iglesias se habían refugiado jóvenes simpatizantes del Frente sandinista. Y nuestros sacerdotes los protegían.
-¿Usted también?
En dos de mis comunidades tuve que vestir a jóvenes simpatizantes sandinistas de acólitos, porque la Guardia nacional estaba en la puerta y no hubieran podido escapar. A otros los llevé en mi furgoneta. Y eso lo hicimos muchos sacerdotes.
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Estos días de fines de octubre son de relativa calma en Nicaragua, sigue habiendo represión en diversas formas, despidos de los puestos de trabajo para quienes participaron en las protestas o se expusieron de alguna manera, algunos arrestos, pero no hay enfrentamientos ni muerte en las calles. Es una calma aparente. Todos están convencidos de eso, hasta el gobierno y sus bases militantes, que patrullan las rotondas y las plazas para que no vuelvan a convertirse en enclaves de nuevas protestas populares. El río de la revuelta puede volver a la superficie, la opinión más difundida es que el volcán, tarde o temprano, volverá a escupir lava incandescente.
-¿Puede imaginar cómo será Nicaragua en noviembre de 2021, cuando se celebren las elecciones presidenciales y legislativas?
Nuestro deseo es que el clamor del pueblo de Nicaragua, que quiere elecciones transparentes y limpias, sea escuchado. Como hombres de esperanza anhelamos que esa esperanza pueda verse realizada. Si así no fuera, caeremos en el precipicio que tenemos delante, con una comunidad que ya no podrá vivir en paz.
-¿No está demasiado lejos 2021?
Hemos pedido elecciones anticipadas y eso sería lo mejor.
-¿Cuáles deberían ser, en su opinión, los cambios de fondo necesarios para pacificar el país?
En primer lugar, que pueda crecer una cultura de paz. Todos hablan de paz, pero muchos usan la palabra a partir de una visión subjetiva que oculta intereses personales. Necesitamos entrar en una cultura de paz y en una cultura de diálogo, necesitamos una sanación del corazón; hay mucho odio, mucho rencor, necesitamos reconciliarnos entre los nicaragüenses, independientemente de la diversidad de opiniones de cada uno, de las creencias que cada uno pueda tener. Después veo extremadamente necesaria la confluencia de cuatro elementos: escuchar, después discernir, reflexionar y actuar. Estos cuatro elementos importantes deben estar presentes en nuestra vida, de lo contrario no sería una existencia recta. En una de sus tantas homilías el Papa Francisco decía que es difícil escucharnos verdaderamente. Al principio parece que lo estamos haciendo, pero después saltamos para replicarle a la otra persona, la tomamos por asalto. El Papa en una oportunidad trazó un itinerario con tres palabras que parecen pensadas para los nicaragüenses: escuchar, hablar, hacer.
- Volvemos entonces al diálogo del que estábamos hablando.
Así es. Lo escuché muy bien planteado en el discurso a los jóvenes en el Sínodo. El Papa dijo que, para que haya diálogo, hay que estar dispuestos a modificar la propia opinión después de haber escuchado a los demás. A los padres sinodales y a los jóvenes, les ha sugerido que cambiaran la intervención que habían preparado después de escuchar a los que hablaron antes que ellos. Ha dicho que se sintieran libres para acoger y comprender a los otros, y en consecuencias para cambiar las convicciones y las posiciones ya tomadas; que eso no es una señal de indecisión sino de gran madurez humana y espiritual.
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Los Papas del cardenal Leopoldo Brenes son tres. A Juan Pablo II, el primero, lo vio por primera vez el 8 de diciembre de 1981 en la Plaza España de Roma, recién llegado de Nicaragua para estudiar, enviado por su querido mentor, el arzobispo de Managua Miguel Obando y Bravo. “Era la primera vez y recuerdo que quedé impresionado cuando vi su devoción por la Virgen, que lo hacía tan cercano a nosotros, los nicaragüenses”. Recuerda con cariño al Papa Benedicto antes de que fuera Papa. “Lo admiraba en primer lugar como teólogo. ¡Ratzinger, el gran Ratzinger de la Iglesia! ¡El gran teólogo! En nuestros programas de estudio teníamos que leer muchos de sus libros”. A veces lo esperaba en el breve trayecto desde su oficina en el palacio de la Congregación para la Doctrina de la Fe hasta su casa en la plaza Leoninia, para saludarlo. “Pero lo más hermoso ocurrió en el consistorio, en el que quiso estar presente siendo ya emérito. Lo saludé y me presenté como arzobispo de Managua, pero no era necesario. Se acordaba de que me había puesto el palio en 2005. Y entonces yo recordé que en aquel momento le había pedido que rezara por mí, porque sentía que era muy difícil sustituir a un hombre como el cardenal Obando, que había sido pastor de la Iglesia en Nicaragua durante 35 años. Cuando me estaba imponiendo el palio, él me dio ánimo: “No te preocupes – dijo riendo – que a mí me está pasando lo mismo”. Era el sucesor de un gran Papa, que reinó durante 25 años y tanto tuvo que ver con Nicaragua: Juan Pablo II.
En cambio su relación con el Papa Francisco se remonta a 2005, cuando en la ciudad de Bogotá se estaba preparando la V Conferencia general del Episcopado, que se llevaría a cabo dos años después en Aparecida, Brasil, y en la cual Bergoglio fue protagonista. Leopoldo Brenes recuerda que Benedicto XVI lo nombró miembro de la Comisión para América Latina en octubre de 2009. “Un grupo de arzobispos estábamos de un lado de la mesa de trabajo y él (Bergoglio) estaba en el grupo de los cardenales, del otro lado. A mí me tocó sentarme delante de él y tuvimos oportunidad de compartir muchos momentos, de compartir reflexiones… No me olvido que hice una pregunta: cuántos de nosotros habíamos aprendido a hacer la señal de la cruz y a rezar de nuestra primera catequista, nuestra abuela. Y él fue uno de los primeros que levantó la mano… Me di cuenta de que estábamos en sintonía”.
Recientemente Brenes le contó a su biógrafo Adolfo Miranda Sáenz que le había tomado dos fotos a Bergoglio durante los trabajos de Aparecida. “En una estaba detrás del atril, haciendo su intervención, y la otra fue cuando presentó el documento, porque a él le tocó la tarea de coordinar el documento final”. Agrega con sinceridad que nunca pensó que llegaría a ser papa «aunque el Papa Benedicto, cuando se despidió de los cardenales, dijo: “entre ustedes está mi sucesor”. No fue una cuestión de profecía, porque seguramente Benedicto ha visto la realidad y supo que de allí tenía que salir su sucesor. Después el Señor llamó al Papa Francisco…».
Brenes considera, lo mismo que el Papa Francisco, que la gran tentación de los gobernantes – aunque no solo de ellos – es el poder.
-¿Por qué un ideal de transformación social, de justicia y de liberación, lo que encarnaba la revolución sandinista, se corrompe con el tiempo?
Yo creo que el poder enferma. Tenemos que ser hombres del Espíritu, para poder decir, en un momento determinado, “me retiro”, “aquí dejo”, “me hago a un lado”. Es la gran tentación que tenemos los seres humanos. Es poder es como una droga que crea dependencia.
-¿Cree que hay algún antídoto para la corrupción del poder (o de un poderoso)?
Entenderlo como un servicio. Si no concebimos el poder como un servicio, aunque no queramos, aunque no sea nuestra intención, ocurre. Como decimos en América Latina, con Chespirito [un personaje muy popular de la televisión mexicana, N.d.A.]: sin querer queriendo. Nunca me olvido cuando un joven seminarista, recién ordenado diácono, fue a festejar a su parroquia. Allí dijo: “Ahora puedo, tengo poder”. La gente se lo reprochó y le contestaron: “¡No, no, no! Lo que usted tiene ahora es la gracia de ser un servidor”.
-Usted cree que si no hay espíritu de servicio un proceso de liberación puede terminar siendo lo contrario.
Exactamente.
-¿Qué consejo le daría al presidente Daniel Ortega hoy, en este momento, en estas circunstancias? No digo en confesión, pero si tuviera un momento de intimidad con él, ¿qué le diría?
Que escuche, que escuche a su pueblo, al pueblo que él debe servir. Que considere lo que le reclama. Que discierna bien. Que después tome una decisión que beneficie al pueblo. Que el día de mañana el pueblo se lo agradezca, porque ha tomado una decisión no solo en beneficio de sus partidarios sino para todo el pueblo de Nicaragua.
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-¿Existe el riesgo de que haya un “Romero de Nicaragua”, así como hubo uno en El Salvador?
Es difícil. Los santos son irrepetibles.
-¿Por qué?
Monseñor Romero es un hombre para este momento de la historia. Romero, de una manera u otra, tiene una gran influencia en toda el área centroamericana. Él perteneció al episcopado de América Central. Nosotros tenemos el SEDAC [Secretariado Episcopal de América Central y Panamá, N.d.A.] que reúne a todos los obispos de Centroamérica, y todos nosotros hemos apoyado el proceso de beatificación primero y el de canonización después, que concluyó ahora con la celebración del segundo domingo de octubre en Roma.
-Y todos apoyan también el pedido de que el Papa venga a Centroamérica…
¡Todos sin excepción! No que venga a todos los países, que quede claro. Yo como presidente del SEDAC firmé la carta con la cual invitamos al Papa Benedicto XVI a visitarnos. Cuando renunció, le enviamos la misma carta al Papa Francisco. Agregando que él era completamente libre para decidir los países o el país donde quería quedarse. Y que los obispos de Centroamérica nos reuniríamos en el país que eligiera, con la misma alegría que si hubiera sido el nuestro. Nos ha tomado en serio, y eligió Panamá para la Jornada Mundial de la Juventud, y allí iremos todos en enero del año que viene.
-¿No podría elegir también Nicaragua?
No pierdo las esperanzas de que el Papa Francisco venga. Un día bromeando, y sabiendo que tiene la costumbre de hacer pie en un solo país, le dije: “Mire, Nicaragua está a media hora de avión de Costa Rica, media hora de El Salvador y media hora de Honduras. Usted puede aterrizar el primer día en Guatemala y a la tarde venir a Nicaragua. A la mañana siguiente ir a Panamá y volver a la noche a Nicaragua”. Prácticamente le organicé el programa.
-¿Lo verá pronto?
En febrero.
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-¿Usted ha sido amenazado?
No.
-¿Está preocupado por su seguridad?
Como dice el Papa Francisco, “cuando tiene que llegar, llega”. Estamos en las manos de Dios.
-¿Qué es lo que le da fuerzas?
La oración y el cariño de la gente. Y el Espíritu Santo, que nos protege con su manto y sabe lo que tiene que hacer. Agrego algo muy personal, muy íntimo: la oración de mi madre. Cada vez que salgo, aunque esté dormida, me escucha, se despierta y me hace la señal de la cruz, siempre, y le pide a la Virgen que me proteja de todos los peligros. Eso me da seguridad.
-El Papa, cuando sale de viaje, pasa siempre por la basílica de Santa María Mayor para rezarle a la Virgen y dejarle un ramo de flores.
Yo voy al dormitorio de mi madre y ella me hace la señal de la cruz. Y no le doy flores sino un beso.
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