Llegar a México no es difícil pero sí peligroso. Desde Guatemala se puede cruzar en balsa a Ciudad Hidalgo, Chiapas, a plena luz del día y sin encontrar resistencia por parte de las autoridades mexicanas. En este punto los dos países están divididos por el río Suchiate pero unidos por un puente con alta seguridad, cerrado de punta a punta con rejas, vigilado por guardias. No obstante, a escasos 10 metros se divisan balsas que cruzan ilegalmente de Guatemala a México. Los asaltos y distintos tipos de crímenes son comunes en el trayecto. Desde Guatemala, los migrantes van gastando rápidamente el poco dinero que llevan: tienen otra moneda y la mayoría de sus compras son en el mercado informal, por lo que están sujetos a un tipo de cambio exponencialmente elevado. La mayoría de ellos parte hacia un camino desconocido y rara vez conoce la situación económica o política de los países donde aspira vivir. Por eso se ven en la necesidad de confiar en las personas que encuentran en el camino. Encuentros que la mayoría de las veces tienen un resultado desafortunado.
Sin embargo, la Casa del Migrante, a unos 30 minutos en coche de la frontera con Guatemala, junto con otros escasos lugares en Chiapas y los estados que conforman el camino hacia Estados Unidos, sirve para tomar un respiro de lo vivido y tomar fuerzas para lo que falta. El albergue consta de dos pisos, en el segundo se encuentran los cuartos para hombres y en la planta baja se ubican los cuartos para mujeres, familias y personas que han sufrido mutilaciones. El albergue es principalmente conocido por atender y tratar a migrantes heridos o mutilados por accidentes a bordo del techo de “La Bestia” –el tren al que suben miles de migrantes para hacer el recorrido por México– y por brindarles orientación sobre sus derechos y lo que les espera de allí en adelante. En la entrada del albergue hay un gran cartel con la descripciónn del término “refugiado”. Fue colocado por ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), institución que trabaja junto con el albergue. También hay un mapa a gran escala de la república y junto a él se lee que la ACNUR distingue a los “migrantes económicos” de los refugiados: “para un refugiado, las condiciones económicas del país de asilo son menos importantes que su seguridad”. En el albergue nos atiende Irmi Pundt, mano derecha del padre Flor María Solalinde, quien tiene a su cargo el albergue. Ella creció en una finca cafetalera, sus padres eran alemanes y ahora está dedicada a apoyar al padre Flor María en su misión. En el albergue impera un ambiente tranquilo; está prohibido sacar fotos para respetar la privacidad de los migrantes.
“Salen sin nada, de un día para otro, huyendo de las maras [bandas juveniles delictivas muy difundidas en los países de América Central, N.d.R.]”, dice Pundt. Relata que ahora hay más mujeres que se aventuran a probar suerte en otro país. Muchas van huyendo de la violencia doméstica, otras deciden escapar con sus hijas adolescentes porque, por ejemplo, un pandillero se ha interesado en ellas, otras van huyendo de los pagos del “derecho de piso”. En tiempos recientes también hay menores que viajan solos: niños de 16-17 años que huyen de las pandillas porque no quieren pertenecer a ellas y no tienen elección, salvo unirse o morir.
En el albergue se escuchan historias personales sobre lo vivido en Guatemala y la frontera con México, y lo que falta por sobrevivir a bordo de La Bestia, cuyo trayecto comienza en Arriaga, a tres horas por carretera. La gente que pasa por Tapachula va caminando o en combi hasta Arriaga para tomar el tren. Son muy pocos los se arriesgan a viajar en camión, porque se sabe que el camino está inundado de retenes militares dedicados a identificar a los pasajeros de procedencia centroamericana y detenerlos si no cuentan con visa para transitar por el país.
María Estela Díaz, de Usulután, El Salvador, salió huyendo de su país porque no podía pagar la “renta” de 400 dólares por semana que le exigía la Mara Salvatrucha por tener un local de abarrotes. Las extorsiones fueron escalando, comenzaron en 200 dólares, y al alcanzar los 400 María Estela tuvo que cerrar la tienda. Ahora está en camino hacia Estados Unidos, para poder enviar dinero a sus hijos.
Algunos migrantes buscan quedarse en México. En 2013 hubo un total de 1,164 solicitantes de refugio en el país, de los cuáles sólo el 21% obtuvo una respuesta favorable. El país de origen con mayor número de solicitantes fue Honduras, seguido de El Salvador. Ese año, el 22% de los solicitantes hondureños y el 30% de los solicitantes salvadoreños obtuvieron el estatus, según datos publicados por la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), organismo dependiente de la Secretaría de Gobernación. Recientemente la migración centroamericana ha acaparado la atención de los medios, pues el número de menores migrantes que viajan solos y llegan a Estados Unidos aumentó de forma estrepitosa. Estos niños han logrado sortear las adversidades que plantea el camino desde sus países, en su mayoría Honduras, El Salvador y Guatemala; han logrado atravesar México, y ahora están en Estados Unidos. Sin embargo, no tienen derecho a refugio, como se cree en muchos casos; la mayoría de las veces son deportados. La situación ha alcanzado proporciones tan elevadas que México y Guatemala, mediante el programa “Frontera Sur” presentado el 7 de julio, acordaron brindar visas temporales a migrantes de Guatemala y Belice durante 72 horas, para “mejorar el tránsito” de los migrantes en su paso hacia Estados Unidos. Esta medida no ha podido integrar a los países con mayor número de niños y adultos migrantes: Honduras y El Salvador, y tampoco plantea medidas para combatir la corrupción dentro de las mismas autoridades.
Manuel Alas de Chalatenango, al norte de El Salvador, está de paso en el albergue. Éste es su más reciente intento para buscar un mejor futuro; anteriormente migró a Estados Unidos, y a Italia en 2001, cuando se podía llegar por barco desde El Salvador. Manuel tiene 38 años y su propósito es solicitar refugio en el país para poder trabajar legalmente. “Los amenacé y les dije que los iba a denunciar, ése fue mi error, por eso me apuñalaron”, cuenta Elizabeth Guillén, mujer salvadoreña que viaja junto con sus dos hijos menores de edad y su actual pareja. Ellos huyen de la Mara por segunda vez, la primera fue en 2009. Ese año fue apuñalada en el tórax y el brazo en reiteradas oportunidades por miembros de la Mara, cuando se negó a entregarles 20 mil dólares y los amenazó con acudir a la Policía.
La extorsión comenzó porque los pandilleros se enteraron por rumores que Elizabeth estaba recibiendo dinero desde Estados Unidos. Elizabeth enseña sus cicatrices mientras los niños escuchan el relato de su madre, sentados tranquilamente junto a ella. Da la impresión de que por fin se sienten seguros Después de ese hecho tuvo que vivir “encerrada”, como parte de las medidas de seguridad que tomaron las autoridades. Se cambió varias veces de domicilio, en todos se ocultó para no ser identificada y recuperar la salud. Esta vez tomó la decisión de salir de El Salvador porque dice que sentía que vivía como una prisionera; su primera intención era solicitar ser reconocida como refugiada en Estados Unidos, pero cuando se enteró de que también en México conceden ese estatus, decidió no arriesgar a sus hijos a bordo de La Bestia.
Elizabeth, su familia y Manuel, son parte de los 285 salvadoreños que solicitaron refugio en el país durante 2013 (datos de COMAR). Si tienen suerte se unirán a los 86 que ya gozan de dicho estatus y su travesía habrá terminado.
* Periodista mexicana freelance especializada en investigaciones