¿Qué ocurriría si mil, diez mil, cien mil personas se pusieran en marcha desde Honduras con el propósito de atravesar el territorio de México para dirigirse hacia la frontera con Estados Unidos? ¿Y si hicieran lo mismo desde El Salvador y Guatemala? ¿Y si todos esos riachuelos se unieran, agigantándose a lo largo del camino hasta convertirse en un río en creciente? Es lo que está ocurriendo con la caravana de más de dos mil personas que partió a pie desde Honduras hacia Estados Unidos, a través de América Central. El núcleo original se formó el viernes 12 de octubre pasado en la ciudad hondureña de San Pedro Sula, y con el paso de los días cientos de personas se fueron uniendo al grupo en movimiento.
La decisión de agruparse responde a la escasa seguridad que hay en el recorrido para llegar a Estados Unidos, a lo largo del cual muchos migrantes son atacados por ladrones, raptados, agredidos o abusados sexualmente. La caravana de hondureños avanza a pie y a bordo de algunos vehículos cargados con unos pocos bienes personales. Caminan cerca de 40 kilómetros por día y a ese ritmo tardarían casi dos meses para cubrir los 2.000 kilómetros que los separan de la frontera estadounidense. Ingresaron a Guatemala al comienzo de la semana, primera etapa obligada del largo viaje. Después, detrás de ellos, empezaron a movilizarse miles de personas, la mitad de ellas mujeres, pero también niños, ancianos y personas en precarias condiciones físicas.
Un verdadero éxodo. “En este momento se calcula que han ingresado al país once mil personas” dice el sacerdote Mauro Verzeletti, director de la Casa del Migrante de Ciudad de Guatemala. El escalabriniano no cree que vaya a ser un tránsito veloz hacia la siguiente frontera mexicana. “Los que consiguen pasar a México son rápidamente reemplazados por otros hondureños, y en segundo lugar, la avalancha que parecía imposible detener ha tenido el primer atascamiento en la frontera mexicana del río Suchiate. Si bien el Estado mexicano de Chiapas había garantizado “puertas abiertas”, lo mismo que el limítrofe Tabasco, han llegado masivos contingentes de gendarmes federales, enviados por el gobierno mexicano, fuertemente amenazado a su vez por el presidente estadounidense Donald Trump”. Mauro Verzeletti explica que se han vivido horas de fuerte tensión en la frontera. «La acción de los agentes ha obstaculizado no poco la marcha de los migrantes, pero en muchos casos estos han logrado forzar el cordón y llegar hasta el tradicional puesto de avanzada mexicano, Tapachula, para reunirse con los primeros migrantes que ya habían llegado a la ciudad de Chiapas la noche del jueves». ¿Podrán detener la marcha? «Probablemente no, pero sin duda van a retrasarla y fragmentarla. De todos modos, en el mejor de los casos pasarán semanas antes de que alcancen la frontera estadounidense, que Trump ya ha decidido blindar, pretendiendo que México asuma el mismo comportamiento. Y amenazando, caso contrario, con intervenir directamente».
No es la primera caravana de este tipo que intenta llegar a la frontera con Estados Unidos atravesando el territorio mexicano en toda su longitud. La última había partido en marzo de una ciudad del sur de México y llegó a la frontera estadounidense en abril. En esa oportunidad, a los cientos de migrantes provenientes de países de Centro América el gobierno mexicano les había proporcionado una visa especial que les permitía cruzar el país o solicitar asilo. Cuando llegó al límite con Tijuana, la caravana quedó bloqueada durante un tiempo. Después, a unos pocos cientos de migrantes se les permitió solicitar asilo en Estados Unidos y los restantes quedaron en México, volvieron a casa o cruzaron ilegalmente la frontera. Pero es la primera vez que un grupo tan grande de migrantes, se calcula entre tres y cuatro mil, se movilizan juntos para buscar asilo en Estados Unidos.
Christine Reis, directora del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Santo Tomás de la arquidiócesis de Miami, recuerda que “este año hubo un par de caravanas, pero eran alrededor de 100 o 200 personas, mientras que esta es mucho más grande. Me parece recordar que en marzo hubo un grupo de 1.600 personas, pero al atravesar México el grupo se fue reduciendo sensiblemente, porque también hay un importante porcentaje de abandono. Algunos se enferman en el camino y no pueden continuar; hay que sumar que sufren violencias en cada centro habitado que atraviesan. Por eso algunos renuncian en el trayecto”.
Este gran desafío, porque eso es también lo que representa la caravana, se produce además en un momento particular. Algunos hacen notar que faltan pocas semanas para las elecciones de mitad de período en Estados Unidos, y 40 días para que asuma el nuevo presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, elegido en el mes de julio. El presidente de la Conferencia Episcopal de Guatemala, Gonzalo de Villa y Vásquez, resume la complejidad de la cuestión a la agencia de noticias SIR de los obispos italianos: “Como Iglesia de Guatemala, hemos puesto a disposición nuestras estructuras y hemos tratado de acoger a los migrantes de la mejor manera posible, con una actitud de simpatía, ayuda y solidaridad. He notado muchos gestos de cercanía y solidaridad de la gente sencilla. Por supuesto sigue existiendo una gran preocupación por la situación extrema que vive el pueblo de Honduras. Y también por la instrumentalización política, empezando por la forma en que fue organizada esta migración por su líder Bartolo Fuentes, activista y ex diputado, arrestado en Guatemala y repatriado a Honduras. Y después están las versiones contradictorias sobre la actitud de México, entre el presidente saliente Peña Nieto y el entrante López Obrador, más propenso a la acogida”.
La respuesta de la Iglesia estadounidense a la caravana que avanza la explica José Vásquez, obispo de Austin, Texas, y Presidente de la Comisión para los migrantes de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, a la agencia Vatican News: “Nosotros hemos respondido, efectivamente, la Conferencia Episcopal ha respondido. Nos hemos expresado anticipadamente en mérito a esta situación terrible de la caravana, a esta gente que se está desplazando, a esta gran multitud de personas que se está dirigiendo hacia Estados Unidos proveniente de Honduras, a través de México, para llegar hasta nuestras fronteras. Los obispos han declarado en términos muy claros que la prioridad, naturalmente, es ocuparse de estas personas que están viajando. Muchos de ellos están dejando a sus espaldas condiciones de vida terribles y buscan una manera de cuidar a sus familias, de cubrir sus necesidades. Obviamente, cada uno de ellos debe ser escuchado, para comprender su caso y asegurarse de que realmente está escapando de situaciones que muchas veces son realmente espantosas. El migrante es una preocupación central para la Iglesia: hablamos siempre a favor de los inmigrantes porque necesitan protección y nuestra ayuda”.