Il Salvador todavía no está satisfecho. Mártir, beato, santo desde hace dos días, y ahora quiere nada menos que a san Romero Doctor de la Iglesia. Hace poco más de un año parecía simplemente la extravagancia de un religioso estadounidense apasionado por América Latina. Pero después llegaron las palabras del nuncio apostólico en El Salvador León Kalenga Badikebele, quien partiendo hacia Buenos Aires, su nuevo destino, afirmó en el discurso de despedida ante la jerarquía de El Salvador en pleno que sin duda valía la pena trabajar por el reconocimiento del beato Romero como “Doctor de la Iglesia”. En mayo de ese mismo año 2017, en la homilía pronunciada durante la apertura de la XXXVI Asamblea del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) que se llevó a cabo precisamente en El Salvador, Kalenga, doctorado a su vez en Derecho Canónico, volvió sobre el tema y prometió que apoyaría el reconocimiento de Romero como Doctor de la Iglesia Universal “arrancando – refiere una crónica del CELAM – espontánea y efusivamente un grande y masivo aplauso” a los presentes, delegados de 22 países de Latinoamérica y el Caribe, Estados Unidos y Canadá.
Todavía se escuchan ahora los ecos de los festejos en la Plaza San Pedro, con setenta mil compatriotas deambulando por la Ciudad Eterna, y el arzobispo de San Salvador José Luis Escobar Alas, en nombre de los obispos salvadoreños, vuelve a renovar el mismo pedido. El sucesor de Romero ha implorado al Papa “de manera atenta, humilde y respetuosa, que tenga a bien autorizar la apertura del debido proceso para que Oscar Romero sea doctor de la Iglesia pues estamos seguros que su testimonio de vida y magisterio será un faro de luz en el mundo actual”.
El primer antecedente de ese pedido fue la propuesta de Robert Pelton, un sacerdote estadounidense que desde hace treinta años organiza jornadas romerianas en la Universidad Notre Dame de Indiana, Estados Unidos. Esos encuentros se llevan a cabo en la importante institución católica cerca de la fatídica fecha del 24 de marzo, día del asesinato, y en 2017 estuvieron presentes los cardenales de Manila, Luis Antonio Tagle y de Honduras Óscar Rodríguez Maradiaga. En dicha oportunidad Pelton, miembro de la Facultad de Teología y autor de “Monseñor Romero: Un obispo del tercer milenio”, lanzó la propuesta de honrar con el título de “Doctor de la Iglesia” al mártir de El Salvador. Afirmó que Romero tiene “un vasto magisterio de textos que ya son objeto de estudio en muchas universidades e institutos de formación relacionados con la Iglesia, sobre todo en centros fundados por laicos y religiosos comprometidos con el pueblo”.
La propuesta de sumar a la santidad recién reconocida esta otra faceta de Romero tampoco resulta tan descabellada para otro doctor en filosofía, el chileno Álvaro Ramis: “La propuesta teológica, pastoral y ética de monseñor Romero tiene un valor universal que supera su existencia en vida” – dijo en el curso de una conferencia en Santiago de Chile el año pasado – y afirmó que el pensamiento del obispo que acaba de ser reconocido santo por el Papa Francisco constituye el desarrollo de la doctrina tradicional de la Iglesia comprometida con el bienestar de los pueblos pobres de América Latina. Y a quienes hacen notar que Mons. Romero no fue un académico ni frecuentó las aulas universitarias como docente, les responde el Prof. Michael E. Lee, profesor asociado de Teología en la Universidad Fordham latinoamericana y en el Latino Studies Institute, en una nota publicada por la prensa salvadoreña donde argumenta que “eso no significa que no haya tenido un gran impacto en la Teología”, y si bien “no ostentaba un título de doctorado, no tenía nombramiento en una universidad y nunca publicó un libro o un artículo académico” aun así “dejó un rico legado teológico”. Según Lee, en el caso de Romero “su predicación y ministerio sirvieron, como ha demostrado Martin Maier [jesuita alemán director de Stimmen der Zeit y profesor invitado en la Universidad Centroamericana de El Salvador que ha escrito numerosos artículos sobre Romero, N.d.A.], para fundar una sólida pastoral de inspiración teológica”.
Para ser reconocido como “Doctor”, resume el carmelita Payne, un santo debe aportar algo original que arroje nueva luz sobre la revelación divina, sus escritos «deben haber ejercido una influencia considerable en el pensamiento de la iglesia” durante un período de tiempo apreciable, su enseñanza debe tener tanto una relevancia pastoral contemporánea como un valor perenne, y debe ser algo más que el pensamiento de “un catequista o predicador incansable, un gran asceta y servidor de los pobres, o el principal promotor de un importante movimiento o devoción religiosa». Y el arzobispo de San Salvador que volvió a lanzar el audaz reclamo al día sigiente de la ceremonia en la Plaza San Pedro considera que San Romero tiene todos los títulos para serlo. Tampoco constituyen una objeción los antecedentes estadísticos sobre el exiguo número de aquellos que la Iglesia ha honrado con el máximo título de Doctor, que solo son treinta y seis en dos mil años de historia cristiano-católica.
Aceptando esa perspectiva, quedaría por determinar si Romero cumple con los requisitos de eminens doctrina (doctrina eminente) según las normas establecidas por el Vaticano en los años 80 y la constitución apostólica “Pastor Bonus” de San Juan Pablo II (1988), para obtener la Ecclesiae declaratio reservada a un san Agustín o santo Tomás. Lo que ha pedido la Iglesia de El Salvador por boca de su arzobispo es someter a san Romero a ese ulterior examen. Ya superó muchos, a lo largo de casi cuatro décadas, y el último de ellos fue el de la Congregación para la Doctrina de la Fe que dio via libre a la causa de beatificación tras un escrupuloso análisis de los escritos y de la vida del candidato. El dicasterio presidido en aquel momento por el cardenal Raztinger determinó que eran totalmente conformes a las enseñanzas que siempre había transmitido la Iglesia. Y la teología de Romero, hacen notar los allegados al cardenal Escobar Alas, está estrechamente relacionada con su pastoral, tal como desea el Papa Francisco. Nada impide, en definitiva, que Óscar Arnulfo Romero, después de ser proclamado santo, sea reconocido también como el primer “Doctor de la Iglesia” de América Latina.
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