El arzobispo de La Valeta (Malta) y Presidente emérito del Colegio para el examen de los recursos en la Sesión Ordinaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe (2002-2012), Mons. Charles Scicluna, durante la conferencia de prensa sobre el trabajo que se está desarrollando en la XV Asamblea sinodal dedicada a los jóvenes, se detuvo obviamente en la materia que más y mejor conoce, y por la cual la Iglesia Católica, los últimos pontífices y los Episcopados de todo el mundo le reconocen la más alta autoridad y prestigio. Él ha resuelto, como enviado de los Papas, numerosos casos complejos y delicados en diversos lugares del mundo.
En sus respuestas, Mons. Scicluna hizo una serena reflexión sobre los hechos del pasado pero sobre todo se refirió a las probables conductas de la jerarquía católica en el futuro, partiendo de una afirmación muy comprometida. Dijo que estamos viviendo «un momento muy importante, porque uno de los frutos puede ser hacernos más humildes, y no hay otro camino para llegar a la humildad que la humillación». En Vatican Insider, I. Scaramuzzi relata: “Su presencia en la rueda de prensa cotidiana del Sínodo sobre los jóvenes que se está llevando a cabo en el Vaticano (del 3 al 28 de octubre) se transformó inevitablemente en una conferencia de prensa sobre las noticias de los últimos tres meses y sobre las perspectivas para el futuro próximo. La asamblea sinodal, precisó el religioso maltés, no es el lugar para esperar «respuestas rápidas» sobre el tema «tremendamente trágico» de los abusos sexuales. Ese tema será tratado en el Encuentro de los Presidentes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo que ha convocado el Papa Francisco; en esta cumbre especial se afrontarán cuestiones como una mayor responsabilización (“accountability”) de los obispos, la lentitud de la justicia eclesial y la cooperación necesaria con las autoridades civiles”.
Las palabras de Mons. Scicluna sobre dicho Encuentro fueron puntuales y precisas. Se tratarán cuestiones como:
1) mayor responsabilización de los obispos;
2) la lentitud de la justicia eclesial;
3) la cooperación necesaria con las autoridades civiles.
Más adelante, Mons. Scicluna agregó que también era necesario:
4) ir a la raíz del problema, el clericalismo es caldo de cultura de una perversión del ministerio sacerdotal;
5) contrarrestar la tendencia a tratar el ministerio como una fuente de poder;
6) trabajar con espíritu renovado sobre la cuestión de la formación del clero y la selección de los candidatos al sacerdocio;
7) una constante y seria cooperación con las autoridades civiles. Es tan importante lo que se hace como lo que no se hace.
Fue cuando explicó: «Hay que ir a la raíz de los abusos, aumentar la responsabilización. Y no solo por lo que hacemos, sino también por todo lo que no hacemos, como aclaró el Santo padre en el Motu proprio sobre los obispos negligentes, que fue un mensaje muy fuerte. Los obispos somos responsables ante Dios y ante nuestra conciencia, pero también ante nuestro pueblo». (…)
«La cuestión de los abusos sexuales de menores está presente en el Instrumentum laboris, (para el Sínodo sobre los Jóvenes, ndt) en el punto 66, entonces no es algo que haya entrado por la ventana, era un tema que ya estaba presente. Es una experiencia que algunos jóvenes han hecho de la Iglesia, viendo hombres de Iglesia que dicen una cosa y hacen otra. Creo que el tema se ha afrontado en todos los círculos lingüísticos, que es un tema general que debe encontrar mayor espacio en el documento final. Sabemos que la mayoría de las víctimas son jóvenes, hay que hablar de las heridas infligidas precisamente por quienes deberían haberlos cuidado: es más que trágico, es tremendamente trágico. Y el Papa Francisco, junto con los obispos de todo el mundo, siente el mismo deseo de pasar de las bellas palabras a los hechos para que la Iglesia sea un lugar más seguro, y hacer que las diferentes culturas apliquen la carta circular que la Congregación para la Doctrina de la Fe envió a las Conferencias episcopales de todo el mundo en 2011, proponiendo las directrices que posteriormente fueron perfeccionadas por la misma Congregación».
Santidad y pecado. « ¿Qué pienso de las personas que dicen “¡ustedes dicen una cosa y hacen otra, es una vergüenza!”? Pienso que tienen razón. Debemos avergonzarnos. Y creo que no hay otra manera que la humildad y el silencio. No tengo una receta instantánea, a veces estas cosas requieren mucho más tiempo del que uno imagina. Pero al mismo tiempo creo que hay muchos sacerdotes santos allí afuera. Como dice el Papa, la santidad es el encuentro de mi debilidad con la misericordia de Dios. Y hay muchos sacerdotes que viven santamente y les cambian la vida a las personas. Ese milagro sucede todos los días y seguramente no ocupa los titulares de los diarios como las cartas y las contra-cartas, pero sucede todos los días. No es que lo crea: lo veo todos los días. Deberíamos tener un fuerte sentido de la realidad, no pensar que las cartas que nos mandamos son lo más importante en la Iglesia, porque de lo contrario vivimos en una burbuja. Cuando conoces personas que han cambiado su vida porque encontraron a un sacerdote santo lo comprendes, aunque sea más noticia un árbol que arde que todo un bosque que crece».
El Encuentro de los Presidentes de las Conferencias episcopales de todo el mundo en febrero. Refiriéndose a este importante y decisivo Encuentro, Mons. Scicluna observó: «Pero el Sínodo no es sobre los abusos. Tenemos un Encuentro importante en febrero, con los presidentes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo —recordó Scicluna— y creo que ese será el momento para plantear la cuestión, no solo de la prevención sino también de la responsabilización. Pienso que ése es el mejor lugar. No espero respuestas rápidas en este Sínodo (sobre los jóvenes, ndt), hay muchos otros temas en discusión, pero el Encuentro de febrero es el Encuentro apropiado para estas cuestiones». (…) «Se espera una mayor responsabilización de los obispos» y «creo que debemos confiar en el Papa Francisco para establecer un sistema donde haya mayor responsabilización». En el encuentro de febrero, del cual «afortunadamente no soy el responsable», agregó Scicluna, hablando «como obispo y presidente de la pequeña Conferencia Episcopal maltesa, pienso que en primer lugar debemos comprender, aunque provenimos de países y de culturas diferentes, que los abusos sexuales no son un problema relacionado con una cultura determinada o con una determinada zona geográfica del mundo, como algunos dijeron en el pasado. Luego, claro, diferentes culturas tienen diferentes maneras de afrontar el problema en el campo, y hay culturas donde la vergüenza es el mayor obstáculo para descubrir el abuso. Pero debemos ir a la raíz del problema. El Papa Francisco lo llama clericalismo y debemos ser más concretos para decir qué significa este caldo de cultivo, esta perversión del ministerio, debemos contrarrestar la tendencia a tratar el ministerio como una fuente de poder. Y después está la cuestión de la formación del clero, de la selección. Y también el tema de la cooperación con las autoridades civiles. Es fundamental dar respuestas a nuestras comunidades, porque el problema tiene que ver con todos nosotros y está en todas partes».
Caso McCarrick. I. Scaramuzzi menciona por último en su crónica de la conferencia de prensa que uno de los periodistas preguntó, “refiriéndose evidentemente al caso del cardenal Theodore McCarrick, si la iglesia no debería considerar los abusos sexuales de adultos con la misma severidad que los abusos sexuales de menores y de adultos vulnerables, y Scicluna respondió recordando que la equiparación de los adultos con discapacidades a los menores, en el derecho eclesial relativo a este crimen, , es «un desarrollo de la ley de la Iglesia» introducido por Benedicto XVI: «No sé si la ley avanzará aún más, pero creo que ese tema se debe tomar en consideración». No en este Sínodo, de todos modos, sino en el Encuentro de febrero”.
Justicia de la Iglesia a veces demasiado lenta. «Lo que me duele — dijo luego Scicluna— es que la justicia (eclesial, ndr.) a veces lleva un tiempo que es un poco exagerado, y este es un problema que entristece mucho al Papa Francisco; soy testigo directo de cuánto sufre el Papa por esa lentitud. Pero también está la justicia civil, que hay que respetar, porque las respuestas no se deben dar solo dentro de la Iglesia. Si es un delito civil, hay que respetar la jurisdicción civil y someter al culpable (como dice Benedicto XVI en la Carta a los fieles irlandeses) a las consecuencias de sus actos deliberados. Ahora, como obispo, estoy del otro lado del escritorio, y vivo esta experiencia como pastor de mi pueblo: padre para el sacerdote que peca, padre para la víctima. Es una división trágica para el obispo».
Llegar a la verdad es fundamental. «Buscar la verdad es esencial, pero he aprendido en mi servicio a mi Iglesia – una pequeña Iglesia – que debo contar con la ayuda de los que son expertos. No puedo confiar solo en mi prudencia, porque hay una emoción espiritual, hay una cercanía que no me permite la distancia necesaria para hacer un juicio sereno. Por eso he formado un grupo de especialistas laicos que llevan a cabo la investigación y me dan los elementos para emitir un juicio. Eso me deja bastante tranquilo, en el sentido de ser un pastor al servicio de la verdad y la incolumidad de mi pueblo».
A las víctimas. A los jóvenes que han sufrido un abuso «tengo poco que decirles; preferiría llorar con ellos, como me ha ocurrido tantas veces. Ante esta tragedia, el silencio y el llanto son la primera respuesta. Pero después hay una gran sed de verdad y de justicia que no es incompatible con la misericordia, porque todos necesitamos misericordia pero la misericordia está vacía si no se respeta la verdad. Hay que llamar pecado al pecado, ésa es la justicia. Cuando el Papa Francisco habla de santidad, en la Gaudete et exsultate, recuerda que Jesús hablaba de “hambre y sed” de justicia, porque el hambre y la sed son el instinto más fuerte. Es como si no pudiéramos vivir sin justicia, porque el hambre y la sed de justicia son radicales, fundamentales. Y, cuando me encuentro con víctimas (que ya no son jóvenes porque para hablar de una experiencia dolorosa a veces tienen que pasar años) encuentro una gran sed y una gran hambre de justicia, que yo comparto».