Que el Papa Francisco haya decidido expulsar del estado clerical al chileno Fernando Karadima, ex sacerdote de la Iglesia Católica ordenado hace 60 años (1958), es una noticia que se esperaba desde hace más de 7 años, vale decir desde que la Santa Sede condenó al sacerdote sin posibilidad de apelación. Inmediatamente, aunque en sordina, muchos protestaron, porque a Karadima se le había permitido seguir siendo presbítero aunque la sentencia obligaba al condenado a vivir su ministerio sacerdotal de manera no pública, en una condición de retiro, oración y penitencia.
En todos estos años esas protestas no tuvieron ni siquiera una respuesta. Cuando algún miembro de la jerarquía católica intentó dar cierta explicación, recordó que en la Eucaristía el verdadero celebrante es Cristo y por lo tanto los pecados y delitos de Karadima no invalidaban la consagración del pan y del vino. Con toda sinceridad hay que decir, aunque pueda ser discutible para los especialistas en la materia, que esa explicación nunca resultó comprensible para la inmensa mayoría del pueblo de Dios y tampoco fue aceptada de buen grado. Para esas personas, en Chile y en otras partes, lo único que resultaba claro, evidente y coherente era una sola cosa: el estado sacerdotal no puede ser compatible de ninguna manera con la pedofilia, y cualquiera que siendo presbítero sea culpable de este “crimen y pecado”, debe ser expulsado inmediatamente del estado clerical.
El Santo Padre actuó en conciencia y por el bien de la Iglesia. Óptimas razones, que solo es posible compartir, apoyar y agradecer.
Aunque corresponde agregar, para usar las palabras apropiadas, que Karadima es un pedófilo serial del tipo más peligroso, y pudo actuar sin obstáculos, siendo incluso reverenciado y respetado por numerosos nuncios apostólicos, cardenales y obispos chilenos, durante décadas… no algunos meses o años, ¡sino décadas! Las primeras denuncias documentadas contra Karadima tienen más de 30 años. Además, Karadima fue reconocido culpable de otros delitos gravísimos, todos ellos contrarios a su condición sacerdotal: abuso de conciencia, abuso de poder, abuso de sus prerrogativas ministeriales… Karadima fue un gran corruptor de jóvenes y a varias generaciones les mostró el peor rostro de una Iglesia cómplice con la pedofilia y, en general con los abusos sexuales.
¡Qué distinta hubiera sido la historia de la Iglesia chilena de los últimos 40 años si lo que hoy ha hecho el Papa se hubiera puesto en práctica hace 30, 20 o 10 años! ¡Qué distinta hubiera sido la visita del Papa Francisco a Chile, el pasado mes de enero, si hubiera tomado alguna decisión antes de su viaje!
Gracias, Papa Francisco, es el grito que ahora se escucha en Chile de un extremo al otro del país.