El aumento de la migración de venezolanos y nicaragüenses ha generado reacciones violentas de xenofobia y racismo. La cuestión se vuelve interesante porque nos plantea una América Latina, no solo como una región diversa y pluricultural sino, a la vez, como espacio donde confluyen fuertes herencias coloniales. La raza, la clase y el género siguen siendo los vectores principales de jerarquización y orden de la construcción del mundo social y cultural de las sociedades latinoamericanas.
Todo ello debe llevarnos a cuestionar, ¿cuáles son las causas socioculturales de los fenómenos que construyen la violencia contra los migrantes? En este sentido, existen tres grandes herencias de la modernidad que dibujan las coordenadas en torno a las acciones xenofóbicas y antimigrantes acontecidas en Brasil, Perú y Costa Rica: (1) nacionalismo étnico, (2) racismo excluyente y (3) relación del capital y el trabajo. Cada uno de estos vectores se complementa como ingrediente del imaginario de determinados sectores sociales de la región.
En este marco, el nacionalismo étnico, por ejemplo, concibe a la sociedad como un organismo indivisible, cuyas características como el color de piel, el idioma y la religión se encuentran vinculadas a los antepasados. Dicha conexión se concibe como hereditaria, casi biológica, y por tanto toda nación se constituye a través de sus fronteras y delimitación territorial contra el exterior, de modo que la patria no se concibe como la suma de voluntades individuales, como plantea el nacionalismo liberal, sino como un todo único que trasciende a los individuos y cuya esencia alcanza una identidad metafísica.
En segundo lugar tenemos el racismo excluyente, que es un subproducto del nacionalismo étnico. Este tipo de ideología sirve como espejo identificador de un nosotros contra un exterior, que se considera un peligro para la armonía cultural. Por tanto, se concibe al otro como un factor de inseguridad y amenaza para el “yo”, y en consecuencia éste se siente invadido y violentado por la irrupción del “otro”. Al no poder procesar la amenaza como una simple diferencia, explota en la violencia, la discriminación y el exterminio como la forma de desarrollar aún más su sentido de identidad nacional.
Por último, la relación del capital y el trabajo produce un fenómeno sociocultural llamado racismo dominador, que mediante un discurso que apela a la multiculturalidad, exige que los otros, es decir, los migrantes, se adapten de forma subordinada y funcional a los intereses de la “nación”. El extraño solo es aceptado en tanto se asimila y mimetiza a la cultura dominante, y a la vez, como factor que contribuye como mano de obra barata a la economía del país. Es por esa razón que, por lo general, al capital le interesa la existencia de la migración irregular dado que las tasas de rendimiento del capital son superiores, producto de las ventajas competitivas de una fuerza de trabajo barata que reduce los costes de producción.
Todo lo antes mencionado construye un imaginario en torno al migrante como intruso que invade el espacio de los nacionales, “de nosotros”. Entonces se producen en las sociedades percepciones orientadas a vincular a los migrantes con el desempleo, la delincuencia y los asesinatos, todo ello en el marco fundado en un sistema de recursos finitos. A su vez, las recientes crisis humanitarias donde grandes contingentes de personas llegan a otros países indican la incapacidad de los estados de atender catástrofes sociales de este género.
No debemos olvidar que xenofobia, discriminación y racismo son fenómenos ligados a la creación de los estados-nación; sin embargo, si se quiere eliminar tales lastres de nuestras sociedades se deben investigar las fuentes ideológicas dentro de las cuales se crean no solo ciudadanos sino nacionalistas, pues la nación es una comunidad imaginaria, creada e inventada por los nacionalismos. Es vital desprenderse de la “nación étnica” y abrazar la nación de individuos con voluntades y libertades para integrarse a cualquier comunidad en igualdad pluricultural y jurídica.
*Opinionista de El Nuevo Diario (Nicaragua)