Los residentes de un tranquilo pueblo adoquinado cerca de la costa de El Salvador no se inmutan ante los intentos del gobierno de Donald Trump para eliminar el estatus de protección temporal que tienen los inmigrantes del país. Siguen marchándose a Estados Unidos, tal como lo han hecho desde hace más de 51 años.
En Intipuca, una localidad del departamento La Unión, la inmigración a Estados Unidos (y especialmente a Washington, D.C.) ha sido un modo de vida durante medio siglo. Marcharse y empezar una nueva vida en la capital estadounidense es una práctica arraigada en los hábitos, creencias y costumbres de la comunidad. La mitad de los habitantes de Intipuca, viaje tras viaje, se han concentrado en ese país y muchas de sus casas están vacías. Antiguos residentes que ahora viven en Estados Unidos apoyan a Intipuca, pagando incluso a los profesores de la escuela pública local para estar seguros de que los niños aprenden inglés.
Irse a Washington D.C., a más de 4.800 kilómetros (3.000 millas al norte), es un patrón migratorio que comenzó en la década de 1960 y se transmite de padres a hijos. Algunos tienen visas y van y vienen de forma legal. Otros pagaron a contrabandistas con exitosos registros para desplazarse a través de México y la frontera estadounidense: 7.000 dólares por persona, 11.000 si va con un niño.
“Todos vamos, ¿por qué no?”, dice Mauricio Castelló, mientras saluda en inglés a un amigo que cruza. “¿Qué pasa, amigo?”.
Castellón vivió la mayor parte de su vida en Estados Unidos, pero fue deportado recientemente tras una detención. Las deportaciones solían ser una vergüenza, pero se han convertido en la norma. Y los que pueden, al cabo de un tiempo vuelven a viajar al norte.
La estatua de su plaza principal, el Parque Los Emigrantes, representa a un joven con una mochila que se dirige a Estados Unidos.
Frente al ayuntamiento seguía colgada la pancarta de bienvenida a la alcaldesa de Washington, D.C., Muriel Bowser, quien visitó la localidad a principios de mes y prometió regresar. Después de todo, casi 5.000 de los 12.000 habitantes de la localidad viven en la capital estadounidense, incluyendo su propia peluquera. “Los salvadoreños han jugado un papel importante en la construcción del Washington, D.C., diverso, inclusivo y próspero, en el que vivimos hoy en día”, señaló la regidora en un comunicado.
Aunque muchas comunidades del país centroamericano están asoladas por la violencia, Intipuca es una zona tranquila y segura.
En una visita reciente, los residentes dijeron que ellos no se van escapando de las pandillas, uno de los argumentos recurrentes entre los salvadoreños de las ciudades que intentan emigrar. Ellos emigran, pero lo hacen para ascender. En El Salvador, un trabajador puede ganar cinco dólares por día, mientras que en Washington el salario mínimo es de 13,25 dólares la hora. Estos sueldos, cuando se envían a su comunidad, se traducen en atención médica y educación, pero sobre todo en viviendas: las casas de dos pisos con agua corriente, electricidad, suelos de baldosa y jardín son habituales aquí, todas ellas financiadas con dinero ganado en Estados Unidos.
“Oh, nos gusta esto. Es tranquilo, cerca de la playa”, señaló Manuel Arbaiza, de 58 años, que fue a Estados Unidos por primera vez con un tío a los 16 años. Ahora es ciudadano estadounidense, como su esposa y sus hijas, y tiene dos salones de belleza y un mercado latino en la zona del D.C. Su hogar está en Silver Spring, Maryland, pero la familia mantiene una casa en Intipuca, que están renovando para vivir durante los meses de invierno y a la que planean retirarse cuando se jubilen.
Como muchos aquí, Arbaiza resta importancia a las declaraciones de Trump cuando dijo que El Salvador, como Haití y algunas naciones africanas, eran “países de mierda” y a su retórica de que Centroamérica está llena de peligrosos pandilleros.
“No hay nada que podamos hacer al respecto”, explicó. “Él dice lo que quiere. Nosotros seguimos trabajando duro, haciendo lo que hacemos”.
En la actualidad, casi un tercio de los salvadoreños viven en Estados Unidos, más de 2 millones de personas de un país con 6,3 millones de habitantes, una diáspora alimentada por la última guerra civil, la violencia actual, los desastres naturales y la extrema pobreza. En total, el país recibe 4.000 millones de dólares anuales en remesas procedentes de Estados Unidos, alrededor del 15% de su Producto Interno Bruto.
La oficina de Western Union en Intipuca es un lugar concurrido. Los familiares radicados en Estados Unidos ayudan a los seres queridos que dejaron atrás. El país utiliza solo la moneda estadounidense, un cambio que comenzó primero aquí, en Intipuca, en 2001.
Blanca Lydia Galindo estaba frente a la oficina cuando abrió sus puertas el sábado, lista para recibir las remesas enviadas por sus hijas en D.C. No tiene muchas ganas de realizar el viaje, pero las echa de menos.
“Si podemos, nos iremos”, señaló.