Una vez más la Conferencia Episcopal Venezolana, llenando el vacío de la dirigencia política sumida en estériles confrontaciones y en incomprensible silencio, ha hecho pública su exhortación No temas, estoy contigo, del 11 de julio de 2018, en la cual no solo retrata, con crudeza, la tragedia del país, sino que propone caminos que deberían impulsar acciones de cambio, renovación y aliento que contrarresten la desesperanza y la resignación de un pueblo que, solo en apariencia, dejó a un lado la bravura del himno que repetimos, en forma mecánica, sin caer en cuenta del significado de sus palabras.
Son temas para la reflexión a los que apunta el documento: la “hiperinflación monstruosa”, que nos acogota y agobia en los mercados y farmacias; el contrasentido de preguntar en la taquilla del banco por la cantidad “que nos puedan dar”, ante la carencia de efectivo; o la economía fallida que pretende ser resuelta con bolsas de comida y bonos de múltiples denominaciones “patrióticas y revolucionarias”.
Somos un “país en diáspora”, con familias separadas por una crisis inducida por políticas erradas, que, entre otras cosas, exhibe, ante propios y extraños, un cuadro tenebroso de absoluto desprecio por la salud, de indigencia, desnutrición, inseguridad, ausencia de medios de transporte, cárceles infames destinadas a marginados y presos políticos, con la añadidura de una dirigencia opositora que se encuentra ocupada y dividida por “mezquinos intereses”, dejando a un lado “el servicio de los ciudadanos”.
Esta es la dura y cruel realidad que pone ante nuestros ojos el documento de los pastores de la Iglesia y que completa su reseña con la referencia a instituciones que han traicionado sus deberes y compromisos con la Constitución y la democracia, para contarse al lado del gobierno y de una parcialidad política que detenta todo el poder.
Pero, además, la exhortación nos recuerda que las organizaciones de la sociedad civil y, en particular, los laicos comprometidos con la Iglesia, somos copartícipes de las tareas que nos impone el momento que vivimos, en el que no podemos ser meros espectadores, sino protagonistas y actores en las soluciones propuestas.
Resulta de suma importancia destacar que el documento no se queda en la denuncia descarnada o en el diagnóstico que todos compartimos en las humillantes condiciones de vida de nuestro día a día. Se proponen caminos, cuyos perfiles deben ser objeto del trabajo de los diversos componentes de la sociedad civil, pero que urge activar para devolverle al pueblo, por los medios constitucionales, la soberanía que le ha sido arrebatada.
Queda en claro que la Iglesia no alienta la venganza ni retaliaciones, pero sí está empeñada y remarca la importancia de un no rotundo a la impunidad por las violaciones flagrantes y reiteradas de los derechos humanos.
Finalmente, los obispos subrayan su misión de pastores insertada en la realidad e insisten en la renovación de nuestra fe, que nos debe impulsar a los cambios sociales, confiados en Dios, quien nos reitera su promesa de acompañamiento en las “horas de dolor y prueba” de los más oscuros tiempos que vive nuestra atribulada y maltratada Venezuela.
*Abogado, profesor de Derecho penal y opinionista del diario venezolano El Nacional