El 20 de junio pasado, de manera inesperada y sin ningún aviso previo, llegó la noticia de que la Santa Sede había “sancionado” al ex arzobispo de Washington, cardenal Theodore McCarrick (de 88 años), porque muy probablemente fue culpable de abuso sexual de un menor, hace treinta años aproximadamente, cuando prestaba servicio pastoral en Nueva York. Según la investigación preliminar realizada en Estados Unidos, la acusación era verosímil. Se prohíbe al purpurado el ejercicio público de su ministerio sacerdotal y al mismo tiempo se le impone un retiro severo y vida privada. Inmediatamente el cardenal declaró que era inocente, y sigue afirmándolo todavía. Entre tanto, la investigación continúa, pero nada se sabe sobre el tiempo que se requiere para llegar a una conclusión, que obviamente se debe comunicar al Papa. Las revelaciones de la prensa estadounidense, en particular del New York Times, agravaron la situación incrementando los niveles de tensión y amplificación mediática, debido también a la publicación de declaraciones muy específicas y documentadas de algunas víctimas, entre ellas un pariente cercano.
Theodore McCarrick es el tercer cardenal que ha sido acusado de abusos sexuales. El primero fue el arzobispo de Viena, Austria, Hermann Groer, a quien se le impuso el retiro a la vida privada en penitencia y oración, pero sin ninguna sanción. Groer fue acusado de molestias sexuales a algunos seminaristas, pero siempre reivindicó decididamente su inocencia. Después, poco antes del Cónclave de 2013 que eligió al Papa Francisco, estalló el segundo caso, referido al cardenal escocés Keith O’Brien. El comunicado de la Santa Sede que dejó definitivamente en claro los hechos, del 15 de marzo de 2015, decía: «El Santo Padre ha aceptado la renuncia a los derechos y prerrogativas del cardenalato -expresadas en los cánones 349,353 y 356 del Código de Derecho Canónico- presentada, al término de un largo itinerario de oración, por Su Eminencia el cardenal Keith Michael Patrick O’Brien, arzobispo emérito de Saint Andrews and Edinburgh. Con esta disposición, Su Santidad desea manifestar su solicitud pastoral a todos los fieles de la Iglesia de Escocia y les anima a seguir con esperanza el camino de la renovación y la reconciliación”. En el caso de O’Brien la investigación fue confiada en 2014 a Mons. Charles Scicluna, actual arzobispo de Malta, quien en ese momento era Promotor de Justicia de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El purpurado reconoció algunas de sus culpas diciendo: “hubo veces que mi conducta sexual estuvo por debajo de las normas que se esperaban de mí como sacerdote, arzobispo y cardenal”.
Para encontrar otro caso de pérdida de derechos y prerrogativas de un cardenal hay que remontarse a septiembre de 1927, cuando Pío XI aceptó la renuncia (solicitada por el mismo Pontífice) de Luis Billot, jesuita y eminente teólogo, de cuyas manos Pío XI había recibido la tiara cinco años antes, en la ceremonia de su entronización. Sobre Billot pesaba la acusación de cercanía con la Action Française de Charles Maurras, condenada en 1926 por el mismo Pío XI. Billot perdió también el título cardenalicio.
P.D. Algunos cardenales fueron sospechosos o acusados en los últimos años de haber ocultado, entorpecido o encubierto casos de abusos sexuales, pero solo dos de ellos enfrentaron demandas civiles: George Pell (Australia) y Ricardo Ezzati (Chile). Otros cardenales acusados nunca llegaron ante un tribunal, ni civil ni canónico: Bernard Law (Boston, USA) y Francisco Javier Errázuriz (Santiago, caso Karadima).