La discusión sobre el aborto ha profundizado aún más la histórica grieta argentina y ha creado otras fracturas en el interior de un mismo partido, de una misma familia, de asociaciones de todo tipo, orientadas a servir al prójimo o específicamente profesionales. No hay ninguna estructura social que no se vea afectada por el agitar de pañuelos celestes o verdes, usados en muchos casos como armas dialécticas. El efecto se asemeja a un vidrio roto donde las líneas de quiebre corren caprichosamente sobre la superficie. Basta la presión de un dedo para desintegrar el cristal. La Argentina nunca estuvo tan dividida como hoy. Y probablemente ni el mismo presidente Macri y sus consejeros más íntimos, que impusieron el debate sobre la ley del aborto en el centro del escenario nacional y que anuncian que no la vetará si supera el dictamen del Senado, hayan previsto hace tres meses las consecuencias que tendría esa decisión. Entre otras cosas porque, hasta el momento, los resultados no serían favorables para él, considerando los resultados de un relevamiento realizado en junio por un Instituto de encuestas de Buenos Aires, según los cuales el 49% de los argentinos rechaza el aborto, el 40 lo aprueba y el 11 por ciento todavía no ha tomado una posición. Una desconexión evidente entre el sentimiento popular y la representación pública parlamentaria.
Pero la media sanción de la Cámara de Diputados y la esperada confirmación o desmentida del Senado han tenido sin duda un resultado positivo. Una gigantesca toma de conciencia sobre la fragilidad sobre la que se apoya la vida de cientos de miles de argentinas que cada año dan a luz a sus hijos o los abortan. Mujeres que muchas veces todavía son adolescentes o jóvenes, que viven en situaciones marcadas por la marginalidad, la pobreza y la violencia, incluso familiar, y que necesitan algo más que el coraje que la naturaleza concede a una madre para decidir si llevan a término su embarazo o no. La conciencia de que la vida amenazada por el aborto requiere cuidados desde la concepción hasta su fin natural, se ha ido abriendo camino en las profundidades de la grieta con una urgencia inédita en tiempos de tranquilidad burguesa.
Pan para los dientes de los sacerdotes que viven en las villas de emergencia argentinas, que se pusieron a la cabeza de la batalla contra el aborto respaldados por la autoridad que les confiere la lucha cotidiana por la vida en las realidades más segregadas de la Argentina moderna. Acaba de festejar diez años la respuesta a la droga que estaba haciendo pie en las villas, los Hogares de Cristo, el primero de los cuales fue inaugurado precisamente por el arzobispo Bergoglio. Las pocas casas que empezaron en Buenos Aires hoy se han convertido en un centenar, con una metodología verificada y resultados comprobados.
La droga, como el aborto, degrada la vida. Entonces, de los “Hogares de Cristo” a los “Hogares del abrazo maternal” el paso fue corto y los curas villeros lo anunciaron este martes en la Villa 31, la más populosa y central de la Capital, sobre la tumba del padre Carlos Mugica, su ejemplo y modelo. Son la “respuesta concreta a la dificultad de las jóvenes y adolescentes de nuestros barrios que llevan adelante embarazos de riesgo o incluso no deseados ni planificados”, explicaron el obispo Carrara y el sacerdote Di Paola. «En momentos en que tantos y tantas hablan por los pobres mostrando su “preocupación” por ellos, nuestras comunidades quieren hacer nuevamente visible que las mujeres de nuestros barrios eligen la vida, la vida de la niña o niño que vendrá y la de la mujer que lo lleva en su vientre, incluso cuando muchas veces deben hacerlo solas, sin un hombre que se haga cargo de su propia paternidad y totalmente ausente o en grandes dificultades». Una fundamentación que coloca a las mujeres como las grandes protagonistas de la propuesta presentada en el día de hoy, porque serán precisamente ellas, las mujeres, quienes recibirán la atención que necesitan y quienes la ofrecerán a otras mujeres se encuentren en las mismas condiciones.
El documento se ha presentado en continuidad ideal con el anterior, con el cual los sacerdotes de las villas hicieron frente a la campaña a favor del aborto, “Con los pobres abrazamos la vida”. En aquel momento, en el mes de abril, criticaban la liberalización del aborto como una cortina de humo para ocultar la crisis de un gobierno de centro derecha y un presidente que declara ser personalmente contrario al aborto pero luego abre las puertas al polémico tema que el mismo Bergoglio, cuando estaba en Argentina, había colaborado para enfriar. Ahora los sacerdotes reivindican que «la lucha por la igualdad – tan invocada en los discursos de estos días – está en nuestro ADN: los cristianos creemos profundamente en la fraternidad que nos da ser hijos de Dios y por lo tanto hermanos e iguales entre nosotros y ante sus ojos». De allí nace la propuesta de los “Hogares del abrazo maternal” lanzada al país.
«Comenzaremos, e invitamos a otros a hacerlo, a llevar adelante estos Centros para recibir a adolescentes y jóvenes mujeres que lleven adelante embarazos de riesgo, o inesperados, en condiciones de fragilidad y desamparo. Allí les daremos alimentación, atención y control médico y sanitario, apoyo psicológico, orientación legal y social para que puedan llevar adelante sus embarazos como así también los primeros años de sus bebés, hasta poder ingresar al ciclo de educación inicial. Buscaremos facilitar el acceso a políticas y programas que promueven la vida como la Asignación Universal por Embarazo y los programas de Salud Materno infantil, entre otros. En nuestras propias Capillas dispondremos de un lugar adecuado para que puedan estar durante el día, almorzar, merendar, descansar, recibir cariño y contención, formación y orientación ante cada situación y, en los casos en que no fuera posible la crianza posterior del niño, poder rápidamente articular con el sistema Judicial para una pronta adopción».
Los “Hogares del abrazo maternal” que se están preparando para abrir sus puertas en los barrios de Buenos Aires y diócesis periféricas son cerca de veinte.