Fue durante el Mundial de 1990 que se jugó en Italia cuando el fútbol empezó a calar en Cuba y la pelota se filtró como un virus en ciertos ambientes que cada vez fueron más amplios. La televisión nacional, haciendo uno de sus “esfuerzos” memorables, transmitió casi todos los partidos y la gente comprendió las razones de la efervescencia que invadía a millones de personas en todo el planeta.
Eran tiempos de bonanzas deportivas en Cuba, y el béisbol se jugaba y se seguía con pasión por cada rincón del país. Las emigraciones deportivas, los cruzaban las fronteras para vender su talento al mejor postor, eran un cáncer ajeno. Nuestros ídolos vivían en su tierra, en fotos colgadas en habitaciones y pasillos, y ese deporte de arcos y pelota grande no pasaba de ser una alegría exótica y pasajera para las grandes multitudes que lloraban con épicos cuadrangulares y victorias aplastantes en el diamante, mientras el orgullo nacional latía en los pechos descubiertos de millones de ciudadanos que lo exhibían sin pudor en su camino por la vida.
Luego del desastre socialista en Europa del Este y la consiguiente crisis económica en Cuba, el deporte fue uno de los renglones más afectados, y el béisbol nacional se fue marchitando lentamente por las fugas de jugadores, la falta de recursos, y las lógicas desmotivaciones. Cuando las ligas profesionales del área, paradigmas del deporte rentado y referentes mundiales de poderíos capitalistas, abrieron sus puertas a los cubanos que escapaban, cerraron de golpe las puertas del mejor béisbol del mundo a los aficionados en Cuba.
El fútbol fue entonces la solución mágica que encontraron algunos personajes, quizás con nobles intenciones, pero de visión muy corta, para llenar el vacío dejado por el deporte de las bolas y los strikes. En una búsqueda desesperada de ídolos e historias que nos hicieran levantar de nuestros asientos en casa, la televisión cubana desplegó una propaganda nunca antes vista a favor del fútbol internacional.
Las ligas y copas europeas comenzaron a transmitirse en vivo y en directo con sus mejores partidos, y los pocos fieles que se reunían en bares u hoteles pagando costosas entradas para poder seguir a sus equipos de preferencia se multiplicaron. Mientras los medios de información daban una cobertura gigantesca, aparecían dentro de un sombrero mágico las camisetas coloridas de cada equipo, y los niños jugando con un balón entre los pies crecían en los parques como la mala yerba.
La pasión del fútbol se adueñó de las nuevas generaciones, mientras las viejas han ido rindiéndose poco a poco ante su magia, hipnotizadas por la fuerza, la mercadotecnia y un empuje arrollador.
Ahora empieza la Copa Mundial y toda Cuba es una fiesta; en casa se pueden ver todos los partidos de manera totalmente gratuita, y la gente se reúne a gritar bien alto sus emociones a los cuatro vientos, vestida con las chamarretas de sus equipos favoritos. El Estado dispone grandes locales para que los fanáticos se reúnan a vitorear a sus héroes importados, y los negocios particulares abren sus puertas con grandes pantallas para atraer clientes.
El fútbol ganó, la Copa Mundial será una estocada violenta para los que aún creen que el béisbol es una parte intangible de nuestra cultura. El jonrón en Cuba es apenas un susurro tenue ante el unísono grito de gol de miles y miles de aficionados. ¿Cuál es ahora nuestro deporte nacional? Nadie tiene la respuesta.
Por el momento, vamos a ver el Mundial de Fútbol.