En el presente artículo se explora la dinámica de la pérdida de talento de la comunidad de investigadores y tecnólogos venezolanos a partir del año 1960 y hasta el presente, período durante el cual 1783 científicos han dejado el país. El fenómeno de migración de los profesionales venezolanos ha adquirido visos de extrema gravedad con la implantación del modelo político llamado socialismo del siglo XXI, visto que durante su vigencia 1512 científicos han dejado Venezuela. Los 1783 investigadores constituyen el 14% de la comunidad de los que publican trabajos científicos a nivel nacional y son responsables de la producción del 31% de todas las publicaciones hechas desde Venezuela. La pérdida de talento en el país es similar en magnitud para todos los campos del conocimiento, pero por su trascendencia sobresale el grupo de los investigadores del área de petróleo y energía. La migración al exterior afecta a todas las instituciones académicas venezolanas, pero muy especialmente a las más grandes universidades públicas, donde se lleva a cabo la mayor parte de la investigación científica nacional. Los investigadores que han dejado el país prefieren a los países de mayor desarrollo en Norte América y Europa. No obstante, un país de la región, Ecuador, se ha convertido en un destino privilegiado para ellos. Durante los siglos de la colonización, la formación de los criollos venezolanos dependió de su peregrinaje a la madre patria.
La gesta independentista redujo esa influencia y permitió que otras formas de ver al mundo se hicieron presentes en Venezuela; nuevas concepciones filosóficas prosperaron en el país. Es así que durante el curso del siglo XIX el destino privilegiado de los estudiantes de medicina venezolanos dejó de ser España, pasando a ser Francia, Alemania o Inglaterra, sociedades cunas del positivismo (Plaza Izquierdo, 1977). Sosa (1985) sostiene que el pensamiento positivista europeo se “presentó (en Venezuela) como tabla de salvación en medio de la tempestad social provocada por la ruptura del orden colonial”.
A principios del siglo XX, Venezuela contaba sólo con dos universidades operativas, conformadas por unos 100 profesores que atendían a 1000 estudiantes. Cincuenta años más tarde eran tres las universidades que funcionaban (Central, Andes y Zulia) contando entre ellas algo menos de 7000 estudiantes para ser formados como profesionales por unos 1000 docentes. La modernización del sector universitario venezolano comenzó bajo el gobierno (1941-1945) del general Isaías Medina con un programa de mejoramiento del personal docente universitario, el inicio de la construcción de la ciudad universitaria de Caracas (nueva sede de la Universidad Central de Venezuela UCV) y con la creación de los institutos de investigación universitarios dentro de ella.
Durante el siglo XX la atención intelectual del venezolano viró de los países europeos hacia los Estados Unidos de Norteamérica. Las razones para ello fueron dos: en primer lugar, el desplazamiento de las casas de comercio europeas, encargadas de la exportación de productos tradicionales del campo y que dieron paso a las grandes empresas norteamericanas encargadas de la producción y exportación de petróleo (Brandt, 2015); en segundo lugar, el aislamiento de Europa durante la Segunda Guerra Mundial, junto al asombroso desarrollo de la ciencia norteamericana en apoyo del esfuerzo bélico de ese país. Ese tránsito intelectual de los venezolanos a Norteamérica ha sido asumido como el primer estadio de la Teoría de la Dependencia de la moderna actividad científica venezolana (Sáez Mérida, 1979; Gasson y Wagner, 1994; Meneses Pacheco, 2010; Requena y Requena, 2014). Durante las dictaduras de Castro y Gómez, entre los años 1900 y 1935, el Estado envió a unos cuantos profesionales (cerca de 138 individuos) a cursar estudios fuera del país. Con el final del gomecismo, los gobiernos siguientes promovieron mejoras sustanciales en la educación universitaria brindada en el país, complementada con programas de formación de recursos humanos en el exterior. Empezado de manera muy modesta, el programa oficial estuvo conformado casi exclusivamente por becas de formación profesional avanzada, especialmente en ciencias médicas o agrícolas a nivel de especialización, pero no para estudios formales de doctorado. Es así que entre los años 1936 y 1948, diversas dependencias oficiales enviaron 504 profesionales para ser capacitados en el extranjero. El resto de los recursos humanos especializados y la mano de obra calificada que el país empezaba a requerir para su modernización se obtuvo por la vía de la inmigración selectiva (Ruiz Calderón, 1997).
A partir de la década de los 60 del siglo pasado, la actividad de formación de recursos humanos al más alto nivel se intensificó con la creación de nuevos laboratorios de investigación en las universidades (particularmente en las novísimas facultades de ciencias) junto al fortalecimiento de los programas de becas de formación en el extranjero las grandes universidades autónomas, el del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), el del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICIT y el de la Fundación Mariscal de Ayacucho. A este respecto, la creación del Centro de Estudios Avanzados del IVIC abrió la compuerta para los programas de estudios doctorales locales, con la creación de la figura de estudiante graduado a tiempo integral, un modelo de formación del cuarto nivel que se expandió rápidamente a las universidades nacionales en las últimas décadas del siglo XX. La salida de profesionales e investigadores venezolanos hacia otros países era entonces un asunto temporal, casi siempre reducido al disfrute de licencias de formación o años sabáticos. La migración era algo tan ajeno al gentilicio local durante el siglo XX que en el programa de gobierno del candidato vencedor en las elecciones de 1988, Carlos Andrés Pérez, una de las líneas estratégicas en política exterior era tratar de “llenar las cuotas de funcionarios venezolanos en los organismos internacionales”.
El apego del venezolano por su tierra era tan marcado que ellos preferían trabajar en el país antes de hacerlo afuera. Empero, Venezuela, como otros países, no pudo escapar de la tendencia mundial de la migración de los talentos más capacitados. A raíz de la crisis económica nacional del año 1983 (18 de febrero o viernes negro) la fuga de cerebros en Venezuela comenzó a hacerse evidente, tanto como para que en el año 1991 el Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA) de Caracas organizara un evento para su análisis (Garbi, 1991) y pasara a convertirse en un tópico de estudio académico (De La Vega, 2003). Con el arribo al poder del Teniente Coronel Hugo Chávez Frías en el año 1999 y con el cambio constitucional promovido que llevó a la implantación en Venezuela del llamado socialismo revolucionario del siglo XXI, se desató en el país el fenómeno de migración al exterior de profesionales, adquiriendo en los últimos años visos de extrema gravedad.
Las causas del fenómeno de fuga de cerebros (migración de profesionales o pérdida de talento) son muchas, siendo las más citadas las grandes diferencias en la calidad de vida y en las condiciones laborales de desempeño del profesional, específicamente la posibilidad de realizar un trabajo de excelencia en otro país, asunto consustancial a la investigación científica. Cuando a estas causas se le suman políticas científicas basadas en el clientelismo que rechaza la excelencia y se enaltece la mediocridad, se crea una fuerza de repulsión social que termina constituyéndose en uno de los elementos del mecanismo tipo push-pull que se cree motoriza el fenómeno de perdida de talento. La fuerza de atracción en ese modelo estaría ejercida por las mejores condiciones de vida y de trabajo presentes en otros países (Ibarra y Rodríguez, 1998). Las consecuencias de la pérdida de talento son múltiples y se manifiestan en muchos campos del quehacer en tanto que la sociedad deja de recibir el beneficio que le corresponde a cambio del tiempo y dinero empleados en la formación del recurso humano. Aparte del daño estrictamente económico (Palma, 2014) se manifiesta con intensidad en lo académico, donde la pérdida de la capacidad docente anula la posibilidad de formar nuevos talentos, interrumpiéndose el circuito virtuoso de la generación de relevo. En una era que ha sido descrita como la era del conocimiento, la pérdida de talento pone en peligro las posibilidades de desarrollo locales en áreas críticas, como la electrónica, las telecomunicaciones, la informática, la biotecnología y la nanotecnología.
* En Interciencia, vol. 41, núm. 7, julio, 2016, pp. 444-453