El cardenal Miguel Obando y Bravo, arzobispo emérito de Managua, se ha ido precisamente en el momento en que hubiera podido ser, una vez más como tantas otras en el pasado, de gran utilidad para su país. Nicaragua está atravesando su crisis más grave de los últimos años y todo hace pensar en un futuro muy difícil y probablemente doloroso. El cardenal Obando y Bravo, pese a sus 92 años y su enfermedad, seguramente hubiera querido asumir un rol en esta crisis, hacer su aporte para superarla, con espíritu tenaz, como el verdadero guerrero que siempre fue.
Lamentablemente el cardenal guerrero ha perdido su batalla personal y debió aceptar su derrota con serenidad y esperanza.
Yo lo conocí en los años en que luchaba, con firmeza y transparencia, contra las desviaciones autoritarias y antidemocráticas del sandinismo, a las que él consideraba una especie de pre-dictadura. Definía al entonces joven revolucionario Daniel Ortega como alguien que “se prepara para ser dictador”. Pero antes, durante años, con actitud decidida e intransigente, no escatimó ni un solo segundo de esfuerzo para derrocar la dictadura de la dinastía Somoza. Él fue el verdadero vencedor y solo gracias a él Nicaragua volvió a ser un país libre, con la ayuda del entonces revolucionario Movimiento sandinista.
Su oposición al sandinismo autoritario fue larga, durísima e implacable. Estuve con él decenas de veces, viajé con él a diversas ciudades de Italia, acompañándolo, y en más de una circunstancia estuve también durante sus encuentros con el Papa san Juan Pablo II. Recuerdo una conversación entre ellos sobre el crecimiento de las sectas religiosas en América Latina, fue un diálogo valiosísimo, más aún, extraordinario.
En los archivos de la ex Radio Vaticana se custodian decenas y decenas de entrevistas que otros colegas y yo le hicimos durante los años de oposición al sandinismo y durante las primeras y fracasadas experiencias liberal-democráticas, a las que se opuso con la misma honestidad y transparencia. Desde el punto de vista político veía una sola vía correcta: el modelo de la Doctrina Social de la Iglesia.
Conservo un recuerdo grato y afectuoso del cardenal Obando y Bravo: me honró con su sincera amistad y nunca dejó de responder alguna de mis cartas. No siempre estuve de acuerdo con sus opiniones, pero los debates con él siempre eran cordiales y positivos: le gustaba responder con inteligencia y comprensión. Era un buen polemista y sabía orientar las controversias.
En los últimos tiempos no he tenido ocasión de volver a verlo aunque parece ser, si bien no estoy seguro, que estuvo en Roma hace algunos años. No volví a tener la oportunidad de hacerle una pregunta: “Eminencia, ¿cómo es que de antisandinista pasó a ser después filo sandinista?”. Estoy seguro de que el cardenal guerrero me hubiera dado una respuesta seria, razonada y quizás convincente.
Mi corazón guardará siempre el recuerdo de un hombre bueno, un sacerdote coherente y sobre todo un guerrero grande y fuerte.