El escritor mexicano Octavio Paz decía que las épocas de crisis suelen anunciarse con la crisis de palabras altamente significativas que ya no quieren decir nada. Dichas palabras -que alguna vez servían para nombrar, significar, referenciar, celebrar, enaltecer, argumentar, persuadir e incluso crear cosas y realidades- se fueron convirtiendo, como decían los latinos, en “flatus vocis”, es decir, en puros soplos de aire, en palabras que se lleva el viento. Una de estas palabras que hoy en día se ha ido degenerando en “flatus vocis” es “acoger”. Es el verbo que mejor expresa la hospitalidad hacia otra persona y, en particular, hacia un extranjero. A su vez, la hospitalidad denota la acción de abrir la propia casa al “huésped”, incluirlo o recibirlo en el hogar. La hospitalidad es acoger al otro como “amigo”, mientras que la hostilidad es recibir al otro (construyéndolo) como “enemigo” digno de ser maltratado, de ser tratado como un “criminal” e incluso de ser matado: no puede haber guerra sin hostilidad.
Decantar los significados del verbo “acoger” lleva a una rica cadena semántica: hospitalidad, huésped, otro, extranjero, apertura, inclusión, amistad, hogar, recepción, bienvenida, camino, cuidado, convivencia, etc. El sentido del verbo “acoger” lleva en dirección del otro, que es diferente, que viene de afuera, de otro mundo, que llega cansado o enfermo y que necesita cuidado: un otro con quien se puede construir. Esta cadena señala de manera nítida el trasfondo de la compleja realidad de las migraciones. Por un lado, hay alguien que llega de un camino o un viaje y que necesita un hogar; del otro lado, existe alguien que habita donde llega el otro. En el encuentro entre ambos se puede dar la hospitalidad o la hostilidad. Las acciones de hospitalidad equivalen a abrirse, incluir, cuidar, dar la bienvenida, recibir, hacer amistad, mientras que las acciones hostiles son todo lo contrario: cerrarse, excluir, dañar, sacar del hogar, rechazar, convertir en enemigo.
De esta cadena semántica la principal característica del verbo “acoger” es la acción. Acoger es un verbo que es, denota y expresa acción. No se dice que se va a acoger: no se trata de una teoría, un discurso, un proyecto político o la utopía religiosa/mítica/fantasiosa de un mundo por venir. Se acoge sin más. Sin cálculo. Sin conocer a quién se va a acoger. Sin saber siquiera si se tiene todo lo necesario o todo listo. Por eso, las consideraciones sobre la hospitalidad son contradictorias: algunos autores dicen que la verdadera hospitalidad es irracional (es una cuestión del corazón que tiene sus propias razones); otros creen que es incondicional y está por encima de cualquier cálculo o condición. Otros más sostienen que siempre hay que acoger con mesura o moderación.
Esta complejidad del “acoger” ha llevado indudablemente a algunas culturas y religiones antiguas (el judaísmo, el hinduismo, etc.) a plantear dos cosas, entre otras. Primero, que la hospitalidad es algo tan supremo y exigente que es divino: es un mandato de Dios o de los dioses. Segundo, que la hospitalidad es ambivalente ya que, al abrir su hogar al huésped/extranjero (te vuelves vulnerable), este puede hacerte daño (hostilizarte) o llevarte a vivir la más bella experiencia humana posible, por ejemplo: la alegría de darte sin reserva y con total gratuidad, de atreverte a confiar plenamente en el otro -que ni siquiera conoces- sin ningún miedo, de tocar la humanidad más profunda en la fragilidad y la grandeza de la condición humana del otro. La hospitalidad puede ser tan humana que se vuelve divina o que se experimenta como tal.
Por eso, no debe de extrañarnos que, con motivo de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugio de 2018, el Papa Francisco nos haya invitado en su mensaje a “acoger, proteger, promover e integrar a los emigrantes y refugiados”. Los dos pilares de la acción de acoger, señalada por el Papa en su mensaje, son: que 1) se permita a los emigrantes y refugiados entrar de modo seguro y legal en los países de destino (en contravía de acciones hostiles, como el endurecimiento de leyes y políticas migratorias, las detenciones, las expulsiones), y 2) se les garantice la seguridad personal y el acceso a los servicios básicos en pro de la dignidad humana, por encima de la seguridad nacional.
La invitación del papa Francisco a recuperar el sentido de los cuatro verbos mencionados -y, en particular, del verbo “acoger”- es el punto de partida de la respuesta a las crisis migratorias que enfrenta nuestro mundo globalizado de hoy. Así como las épocas de crisis empiezan con la crisis de las palabras más importantes, la respuesta a dichas épocas (en este caso, las actuales crisis migratorias) debería iniciar con la recuperación del sentido de las palabras “significativas” (y una de ellas es el verbo “acoger”) para que estas dejen de ser “soplos de aire” y se conviertan en nuevos “soplos del espíritu”.