Obviamente, los encuentros del Papa Francisco con más de 30 obispos chilenos en actividad y eméritos que acaban de comenzar, despiertan muchísimo interés. Sobre todo después de la Visita del Pontífice a Chile (18 al 21 de enero pasado) y las polémicas que en parte involucraron al mismo Santo Padre, relacionadas con Fernando Karadima y el obispo de Osorno, Juan Barros, acusado de encubrir los abusos sexuales del primero, su mentor espiritual, sumado a la dramática carta de Francisco al Episcopado chileno (8 de abril). Pero al mismo tiempo hay también en la prensa internacional, en la opinión pública chilena y latinoamericana, y en toda la Iglesia Católica de todos los continentes, una gran expectativa. Se tiene la impresión de estar ante un “momento fundamental” del pontificado de Jorge Mario Bergoglio.
Lo que ocurra en estos días, cuyos contenidos centrales – se espera – se darán a conocer tempestivamente después, con claridad y transparencia, podría ser decisivo, determinante y dirimente para trazar un primer balance fundamental del pontificado de Jorge Mario Bergoglio. Ya se sabe que el Pontífice no hablará. Lo dijeron ayer oficialmente. ¿Quién hablará entonces? No hay indicaciones al respecto, pero las posibilidades no son muchas: un comunicado de la Sala de Prensa del Vaticano o un comunicado de los obispos chilenos.
¿Por qué se habla de un “momento fundamental” del pontificado?
Es bueno y sabio tener presente esta perspectiva, si bien alguien puede considerarla excesiva o un poco extremista. La cuestión de la pedofilia en la Iglesia, fenómeno que no se puede contener a juzgar por lo que hoy en día se lee en la prensa de todo el mundo (y en la latinoamericana de esta última semana), ha entrado a formar parte de la credibilidad tanto del mensaje evangélico como del magisterio del mismo Santo Padre. Muchas intervenciones, gestos y decisiones del Papa en esta delicada y dramática materia han contribuido a situarla como un contenido central del magisterio pontificio. Las tomas de posición del Papa Bergoglio hoy constituyen un reclamo ineludible e impostergable.
Es sabido que el Papa Bergoglio ha recibido apoyos y consensos de todo el mundo por lo que ha dicho sobre los abusos sexuales dentro de la Iglesia, pero también es bien sabido que las críticas en su contra por lo que consideran “debilidad” en las intervenciones concretas se extienden cada vez más. En el caso Karadima-Barros, los abusos y posteriores demoras y encubrimientos, que involucran por lo menos a cuatro obispos en actividad, son un banco de prueba para el pontificado de Francisco.
Nadie pide ni auspicia un Papa “justiciero de la noche”, pero son cada vez menos las personas dispuestas a entender, comprender y justificar una eventual nueva postergación sine die de medidas ejemplares y pedagógicas que constituyan un claro y definitivo mensaje frente a la terrible realidad de los abusos sexuales contra menores en la Iglesia, así como frente a las maniobras, muchas y bien calculadas, a las que recurrieron para estancar las investigaciones y ocultar los hechos y los culpables. Es justo que el Papa no actúe nunca bajo presiones externas o exigencias mayoritarias o plebiscitarias. Sus actos, sobre todo en materias delicadas, deben ser siempre de “motu proprio”. Para la Iglesia es una garantía de libertad y autonomía, así como de sabio discernimiento. Pero es igualmente cierto que esta sacrosanta prerrogativa del Papa, que siempre debe ser defendida, nunca debe interferir con decisiones que requieren claridad y urgencia porque son fundamentales y urgentes para la vida de las comunidades eclesiales, todas y en todas partes. La pedofilia en la Iglesia no es un asunto que se puede reducir a normas disciplinarias que las jerarquías deben hacer cumplir. Sería fácil y sencillo, pero engañoso. La pedofilia en la Iglesia afecta a todos, desde el Papa hasta el último fiel, y todos deben ser parte de un movimiento gigantesco para bloquearla, perseguirla, castigarla y extirparla de raíz.
El momento chileno recuerda en parte la crisis-declinación de la Iglesia en Argentina a la que san Juan Pablo II, hace más de treinta años, exhortó con ternura pero al mismo tiempo con gran firmeza: “¡Iglesia argentina, levántate y camina!”. Por lo que se puede deducir del comunicado vaticano de ayer, el Papa Francisco en estos días no buscará excusas para justificar omisiones o dilaciones, ni mucho menos mentiras y manipulaciones de la verdad de los hechos. El Pontífice, lo dijo y lo puso por escrito, quiere la verdad aunque sea dolorosa, y toda la verdad, la que disimularon y le escondieron a él y a sus predecesores: Benedicto XVI y Juan Pablo II. El Papa Bergoglio quiere conocer ahora las responsabilidades colectivas e individuales en esta larga y compleja historia. En resumen, quiere crear las verdaderas condiciones que permitan una conversión radical y profunda para salir de la oscuridad. Y por eso no dejará de exhortar: “¡Iglesia chilena, levántate y camina!”.