Recientemente uno de los colegios secundarios más prestigiosos de San Pablo, y de todo el país, el Colegio Bandeirantes, sufrió un fuerte impacto: en un intervalo de apenas 10 días dos de sus estudiantes, uno de 16 y otro de 17 años, se suicidaron. En el mismo período ocurrió un tercer caso en otro colegio secundario de la ciudad, el Agostiniano São José. Las noticias causaron conmoción en las redes sociales y, al mismo tiempo, abrieron un necesario debate sobre la realidad oculta de los suicidios. Muchos padres y educadores empezaron a cuestionarse sobre la manera de afrontar el problema: considerando que los adolescentes afrontan dilemas propios, relacionados con su proceso maduración y su futuro, ¿hay temas especiales a los cuales habría que estar atentos? ¿Qué sabe la ciencia al respecto? ¿Cómo se puede prevenir y cuál es el nivel de riesgo cuando se considera el problema desde el punto de vista de los adolescentes?
En 2016 se registraron en Brasil 845 suicidios de adolescentes. El número fue un 0,7% menor que en 2015 y representa el 8% del total de los casos de suicidio en el país, que ese año fueron 10.575: uno cada 48 minutos, 30 por día. De manera silenciosa, el suicidio es actualmente la cuarta mayor causa de muerte de personas entre 15 y 29 años en ese país. Y la tercera en los varones.
Sin embargo, pese a las cifras elevadas la prevención del suicidio hace progresos. En la década de 1980 un estudio realizado en Estados Unidos planteaba que esas muertes podían ocurrir por imitación. Ese trabajo reforzó la idea de que “no se debe hablar públicamente sobre el tema. Después de más de 30 años, la Organización Mundial de la Salud va en la dirección contraria, afirmando en cambio que hoy más que nunca es necesario hablar públicamente del suicidio. “No está prohibido hablar del tema, pero no podemos hacerlo de manera equivocada. No se lo puede poner de moda ni enseñar técnicas”, por supuesto, dice el psiquiatra Antônio Geraldo da Silva, presidente de la Asociación Psiquiátrica de América Latina.
Padres y educadores se preguntan si las redes sociales y el universo digital, las obligaciones escolares y en la casa, el alcohol, las drogas o el bulling influyen en los suicidios. No existe un motivo común en todos los casos, pero la mayoría de ellos está relacionada de alguna manera con trastornos mentales como la depresión. No siempre la causa del trastorno es un problema de desequilibrio químico – la salud mental de una persona puede ser afectada, por ejemplo, por el consumo excesivo de sustancias como el alcohol y las drogas. Ese factor afecta a todas las franjas etarias, pero en los adolescentes se produce en escenarios específicos: Según el psiquiatra Elton Kanomata en una entrevista al “G1”, el portal de noticias del Grupo Globo, el primer punto de diferencia entre los adolescentes y otras franjas etarias es que durante la pubertad todavía no ha terminado el desarrollo cerebral. “La parte mental de los adolescentes todavía está en fase de desarrollo” explica el psiquiatra, y “su resilencia y su capacidad de manejar las frustraciones pueden no estar todavía preparadas”. Otro psiquiatra, Antônio Geraldo da Silva, corrobora la tesis de su colega y va más allá, recordando que el cerebro está en formación hasta los 22 o 23 años: “Estamos exponiendo esos cerebros en formación a varios tipos de estrés. Eso predispone para la aparición de enfermedades mentales, como la depresión”.
Existe también la sospecha de que algunos antidepresivos pueden influir en el impulso suicida. No todos los especialistas están de acuerdo, pero el folleto de instrucciones de la mayoría de los medicamentos de este tipo informa que se han registrado “casos aislados de ideas y comportamientos suicidas durante el tratamiento”.
También hay otra hipótesis: generalmente los psiquiatras coinciden en que la acción antidepresiva, de mejoramiento del humor, en la mayoría de los fármacos empieza hacer efecto entre dos y cuatro semanas después de comenzar el tratamiento. El mejoramiento físico, del vigor del paciente, se produce poco después de las primeras dosis. Es en esta fase de recuperación de las fuerzas físicas, pero no de la salud mental, cuando los médicos consideran que pueden ocurrir los intentos de suicidio. Por eso es necesario seguir al paciente de cerca, además del tratamiento psicoterápico constante, en la fase en que el medicamento todavía no está actuando completamente.
Mário Corso, psicoanalista de Porto Alegre, concuerda en que el problema del suicidio en la adolescencia es el resultado de muchos factores y afirma que, además de los aspectos ya citados como la formación del cerebro, el momento de la vida en que se aprende a vivir sin los padres, la presión porque tienen que decidir una carrera y las hormonas propias de esa edad, también hay que considerar el contexto actual de esa generación. “Durante la adolescencia es cuando el sujeto se da cuenta del mundo donde él vive. Como la infancia está cada vez más protegida, es una gran burbuja, hay un escalón muy alto entre la salida de la infancia y el ingreso al mundo adulto, que se produce durante la adolescencia”. Según Corso, no está mal que la infancia sea un momento de especial protección a los niños, pero uno de los efectos colaterales es que el adolescente no desarrolla los “anticuerpos para soportar el malestar de la civilización”, especialmente en el mundo actual, donde la impresión es de una crisis generalizada.
La psicoanalista Débora Damasceno, directora de la Escuela de Psicoanálisis de San Pablo, observó en una entrevista al semanario brasileño “IstoÈ” que los suicidas tienen algo en común: falta de perspectivas para el futuro. “Lo que los adultos deberían hacer es responsabilizar a los jóvenes por su propia salud mental. Eso elimina la presión de que él no puede hablar. Pero el adulto tiene que estar dispuesto a escuchar”, afirma. Ella considera que los adultos tienen una actitud proteccionista con los jóvenes y eso hace que no puedan ser verdaderamente autónomos. “La pregunta que el joven se tiene que hacer es: ¿soy capaz de manejar mis sentimientos? El impulso suicida no nace de la nada sino que crece gradualmente”, explica la psicoanalista.
Una de las consecuencias más dramáticas de los suicidios es el desconsuelo y la desolación de los que quedan, sobre todo las personas más allegadas. Los datos de la Organización Mundial de la Salud indican que un suicidio afecta directamente entre seis y diez personas. Algunas quedan tan afectadas que llegan también a tomar la misma decisión. Los sentimientos de los que convivían íntimamente con el suicida incluyen la culpa (“yo hubiera podido hacer algo”), vergüenza (la idea de que el suicidio es un fracaso, una cobardía, y no se debe hablar de ese asunto), impotencia (por no haber podido hacer nada para impedirlo) y el no saber (las razones profundas por las que una persona llega a quitarse la vida son un misterio).
Trabajo en las escuelas. Los recientes casos en los colegios de San Pablo instalaron en las aulas el debate sobre la manera de afrontar un tema que se considera tabú y cómo acompañar y ayudar a las personas que han sido afectadas por un suicidio. Karina Fukumitsu, psicóloga especializada en suicidios, explica que la familia y la escuela tienen roles diferentes y complementarios en la formación de los adolescentes. Ella considera que el aviso de los profesores a los padres cuando un alumno comienza a mostrar cambios de comportamiento, de humor o en el rendimiento escolar es uno de los ejemplos de integración que ayudan a la prevención. Fukumitsu afirma que en las escuelas se debe implementar un protocolo de apoyo específico cuando se verifica un caso de suicidio entre los estudiantes, aunque el hecho no ocurra dentro de la institución. La primera etapa es que en vez de dictar clases normalmente, en la primera hora hay que reunir a los compañeros para que puedan hablar de lo que cada uno de ellos está sintiendo. “Ellos tienen que afrontar el vacío que ha quedado. A veces, cuando una persona se quita la vida se vuelve más presente de lo que era antes. Es una ‘presencia ausente’ que ocurre después del suicidio”. En esa hora de conversación es importante no deslegitimar los sentimientos de nadie, subraya Karina. “Yo acostumbro decir que todo el mundo está en carne viva. Las personas van a recoger esos escombros y a crear estrategias unidos, porque eso es lo que hace la diferencia: estar juntos en esa situación”.
Karen Scavacini, del Instituto Vida Alegre para la prevención y reacción pos suicidio, declara sin embargo que la formación de los educadores y de los psicólogos que trabajan en las escuelas todavía no contempla los conocimientos necesarios para el trabajo de prevención del suicidio. Como ejemplo cita que el Instituto de Psicología de la Universidad de San Pablo aborda el suicidio en una de sus disciplinas, pero el tema se trata con mayor frecuencia en conferencias puntuales. “Yo no conozco ninguna facultad de pedagogía que tenga una disciplina de prevención del suicidio y sobre la manera de afrontar sus consecuencias”.
El objetivo del Ministerio de Salud es disminuir un 10% los casos de suicidio en Brasil antes de 2020, en línea con el objetivo de la Organización Mundial de la Salud. Pero aunque se lograra, el número de suicidios seguiría siendo alto. El verdadero cambio depende de una mayor atención a las situaciones que hacen más frágiles a los jóvenes y que hacen que el sentimiento de opresión sea mayor que la voluntad de vivir.