Con una pluviosidad media anual de 1.600 milímetros y una escorrentía de 400.000 metros cuadrados por segundo, América Latina y el Caribe tienen a su disposición casi un tercio del agua dulce del planeta. Pero la ventaja hídrica está muy lejos de ser un privilegio para esta región del mundo que – increíblemente – afronta serios inconvenientes por un recurso primario que a medida que pasa el tiempo se va haciendo cada vez más valioso y requerido.
Si bien se han hecho grandes progresos en los últimos años, el acceso al agua potable todavía es un problema en la mayor parte de América Latina. Uno de los principales desafíos consiste precisamente en resolver la disparidad en la distribución espacial del agua dulce: en el continente conviven zonas de carencia extrema como el desierto de Atacama, el más árido del mundo, con áreas de estrés hídrico (el 36% del territorio) como la cuenca amazónica, donde se concentra el 53% de la escorrentía regional. El desafío consiste en encontrar soluciones comunes para problemas opuestos, vale decir, situaciones de sequía en algunas regiones e inundaciones en otras.
Otra gran disparidad en la distribución del agua se verifica entre áreas urbanas y rurales. En las ciudades, donde se concentra el 80% de los latinoamericanos, la cobertura hídrica alcanza al 97% de la población, mientras en las zonas rurales solo al 84%. También hay países donde, debido a las políticas de centralización, se ha producido una disparidad en términos de accesibilidad al agua potable entre la capital y las ciudades secundarias. En Guyana, por ejemplo, la cobertura hídrica de la capital es del 98% mientras en las ciudades del interior apenas llega al 57%.
A la disparidad en la accesibilidad hay que sumarle un importante atraso en el servicio de saneamiento, que condiciona tanto la calidad del agua distribuida (en términos de criterios de potabilidad, continuidad y presión) como el bajo nivel de tratamiento y recuperación de las aguas servidas (el promedio regional es inferior al 25%).
Como la accesibilidad al agua potable es un problema que afecta, con modalidades y términos diferentes, a todo el mundo, el objetivo número 6 de la Agenda 2030 (es decir el plan de acción global de las Naciones Unidas para erradicar la pobreza, proteger el planeta y garantizar la prosperidad de todos los individuos) incluye precisamente los objetivos de desarrollo que se requieren para garantizar a todos la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y de las estructuras higiénico-sanitarias.
Siguiendo estas directrices de la ONU, las instituciones del sector deben articular proyectos de desarrollo que tengan como objetivo una mejor gestión de los recursos y una mayor eficiencia operativa, aprovechando las tecnologías desarrolladas en el sector privado. Deben también promover el diálogo entre distintos sectores para desarrollar una planificación a mediano y largo plazo que sea apta para afrontar los desafíos climáticos de la región, especialmente en lo que se refiere a la gestión de desastres naturales (cada vez más frecuentes).
Todos los proyectos deben ofrecer soluciones completas que incluyan, en consecuencia, una educación en higiene personal, el respeto del medio ambiente y los aspectos sociales.
En consecuencia, resulta necesario un sistema de gestión de los recursos hídricos común a toda América Latina, para integrar las diversas áreas del continente. El proyecto debe tomar en consideración las características de cada zona y aprovechar la tecnología para afrontar los riesgos propios de cada región en términos de disponibilidad y calidad de las soluciones de accesibilidad al agua potable. Solo así se podrá mejorar la calidad de vida de la población de este continente.