¿Qué es la parroquia para Bergoglio? ¿Qué imagen tiene de este núcleo tradicional donde se concreta la presencia del catolicismo en el territorio de un país, una ciudad o una localidad de la periferia? ¿Cuál es el objetivo, o los objetivos, que una parroquia debe proponerse y perseguir según el Papa actual? Y para él, ¿dónde muestra el contenido de estos interrogantes una tendencial forma de realización?
Después de recorrer en el primer artículo las referencias que Bergoglio dedica a la parroquia en sus años como arzobispo de Buenos Aires y en los siguientes como pontífice, y habernos nos adentrado en el segundo artículo en la parroquia “villera” con sus dos pilares fundamentales: la sacramentalidad y el trabajo de promoción humana, consideraremos ahora su fisonomía propia: una realidad que tiene el rostro de los migrantes, que tiende a extenderse en el territorio catalizando en clave misionera todas las realidades eclesiales existentes.
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Las parroquias de las villas miseria de Buenos Aires que Bergoglio visitaba asiduamente, en sus años de obispo auxiliar primero y de arzobispo después, tienen en común el hecho de subdividirse en breve tiempo en unidades territoriales más pequeñas. Una especie de mitosis que vuelve a generar en otros puntos del territorio procesos análogos a los que produjeron en el lugar de la comunidad primigenia. Esa realidad permite comprender la génesis de la propuesta del documento final de Aparecida, de cuño “bergogliano”, cuando recomienda procurar “la presencia de la Iglesia, por medio de nuevas parroquias y capillas, comunidades cristianas y centros de pastoral, en las nuevas concentraciones humanas que crecen aceleradamente en las periferias urbanas de las grandes ciudades por efectos de migraciones internas y situaciones de exclusión”[i].
En solo tres años la parroquia San Juan Bosco de la localidad de León Suárez, a 30 kilómetros de Buenos Aires, en cuyo territorio hay cuatro villas miseria, pasó de tres a once capillas. Todas ellas dedicadas a los santos de devoción popular en los lugares de proveniencia de las personas que se establecieron en diferentes épocas: la Virgen de Itatí, cuyo santuario se encuentra en la provincia argentina de Corrientes, Nuestra Señora de Copacabana, originaria de Bolivia, pasando por el menos ortodoxo Gaucho Antonio Gil o el poco conocido Francisco Solano de origen español. En la Villa 21 de Barracas, desde 1997 la iglesia madre, Nuestra Señora de Caacupé (patrona del Paraguay), se ha subdividido en 13 capillas, y en la Villa 31, que creció junto a la gran Terminal de Ómnibus de Buenos Aires donde converge el transporte de todo el país, la parroquia de Cristo Obrero dio origen a otras cuatro capillas: Nuestra Señora del Rosario, Virgen de Guadalupe, Virgen de Caacupé y Nuestra Señora de Luján. Fecunda ha sido también la villa Bajo Flores, donde a las dos capillas que había cuando llegó el padre Gustavo Carrara – la que funciona como sede parroquial y la dedicada a la Virgen de Itatí – se sumaron otras cinco: la Virgen de Copacabana del barrio charrúa, la capilla de María Auxiliadora del vecino club San Lorenzo, las de Juan Bautista, San Francisco y Santa Clara y por último la capilla dedicada a San Antonio. A ellas hay que sumarle cerca de 50 “ermitas”, que generalmente se construyen por iniciativa de la misma gente.
La razón de esta proliferación hay que buscarla en la conformación propia de la villa miseria, que tienden a ocupar espacios poco urbanizados y precarios de la ciudad. El territorio de una villa de emergencia generalmente se caracteriza por irregularidades urbanas tales como vías ferroviarias activas o en desuso, puentes o pequeños arroyos que atraviesan los asentamientos, o incluso autopistas, nudos viales o circunvalaciones que dividen el territorio y hacen difícil o incluso imposible la movilidad de un sector a otro. Caminar cien metros en el corazón de una villa muchas veces significa a afrontar un circuito de obstáculos nada fácil.
Los desplazamientos internos de un punto a otro en estos asentamientos urbanos con elevada densidad de población resultan difíciles, aún en el caso de ser posibles, por razones de seguridad. La iluminación es escasa y la vigilancia inexistente en las zonas internas. La movilidad se ve ulteriormente complicada por calles de tierra que a veces se vuelven impracticables por la lluvia y que de todos modos no permiten el paso de vehículos. Esa es una de las razones por las cuales la iglesia de la villa “se desplaza” hasta donde vive la gente y se fracciona en capillas, y con el tiempo las capillas se convierten en el centro motor de muchas actividades que replican las de la iglesia principal.
Los garajes, los pasillos que separan las casas, los galpones y los depósitos de todo tipo que muchas veces se encuentran en lugares aislados, se convierten así en centros de actividades litúrgicas y sociales. Un simple censo en las principales villas de la Capital permitiría confeccionar un largo listado de estructuras y obras que han surgido entre los pliegues recónditos de las villas, donde hay comedores comunitarios, centros de apoyo escolar, centros de formación profesional, casas para personas ancianas, centros diurnos de recuperación, Hogares de Cristo, puntos de Caritas y depósitos de alimentos, pasando por radios y prensa escrita con base en las villas.
SEMINARIO VILLERO. Incluso un seminario para las vocaciones que nacen en el corazón de estos conglomerados, como la casa vocacional San Juan Bosco, que comenzó en la parroquia Cristo Obrero de la Villa 31. “Fue un proyecto de los curas de las villas que le propusimos a Bergoglio y él aprobó en seguida” cuenta el padre Guillermo Torres, que lo describe como “un lugar donde los jóvenes de la villa pueden comenzar un camino vocacional sin perder sus raíces”. La casa vocacional, que lleva el nombre del santo italiano, la inauguró Bergoglio en 2011. “Le presentamos el proyecto subrayando la necesidad de tener presente también en este caso, frente a las posibles vocaciones, la cultura de la villa, y él adhirió con entusiasmo”. No se trata, entonces, de crear un cuerpo separado del clero diocesano, ni la veleidad de constituir un “clero villero”. “Hacía falta una puerta de entrada al seminario diocesano” describe Torres “y ése es el espíritu de la casa vocacional que hemos empezado”[ii]. Dos jóvenes en 2011, uno en 2012, tres en 2013, dos en 2014 y otros tantos en 2016 cruzaron las puertas de la casa vocacional San Juan Bosco. El proyecto se frenó un poco en los dos últimos años porque no hubo ingresos. En la casa se imparte un curso de introducción al seminario de Buenos Aires. Tiene una duración de un año (pero se puede extender según las necesidades del seminarista, por ejemplo si debe terminar sus estudios). Al finalizar el curso, la formación prosigue en el seminario mayor de Devoto, en Buenos Aires. Pese a la desaceleración de los últimos dos años, el sistema funciona: en 2019 será ordenado sacerdote uno de los dos primeros jóvenes que ingresaron a la casa en 2011[iii].
LA RECONQUISTA. La parroquia extendida – otra manera de llamar a la Iglesia villera de Bergoglio – disputa el terreno palmo a palmo a las múltiples denominaciones del movimiento evangélico, que sobre todo en los años ’70 encontraron en las villas un hábitat privilegiado. El sociólogo argentino Jorge Ossona, profesor de Historia e investigador del Centro de Estudios de Historia Política (CEHP) de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam) y del Centro de Investigaciones en Estudios Latinoamericanos para el Desarrollo y la Integración (Ceinladi), considera que ese período es el comienzo de la “popularización evangélica” en los sectores más humildes de Buenos Aires y la provincia, cuando el peso de la crisis se hizo sentir de manera más aguda y las parroquias y organizaciones comunitarias quedaron desbordadas en su capacidad para responder a las necesidades que se acumulaban en su interior o en torno a ellas: mujeres con maridos y convivientes desocupados, con el consiguiente incremento de la violencia doméstica, los embarazos adolescentes y las prácticas delictivas dentro de la misma villa. “Muchos militantes confesionales salieron a cuestionar desde 1983 sin miramientos a los párrocos y a sus asistentes laicos” explica Ossona y observa: “Una de las vertientes de ese movimiento de rebelión fraguó en el pentecostalismo. Sus pastores no fueron sino vecinos del barrio acompañados por sus esposas e hijos. Su carisma y escasa formación teológica se conjugaron para resolver problemas concretos que abarcaban desde las adicciones hasta la infidelidad y el delito. Un ritualismo de contornos cuasi mágicos apoyado en valores de alta potencia emocional como la música, la etnia o la vecindad permitió la conversión menos de individuos que de contingentes familiares enteros reconciliados por la fe”[iv]
La multiplicación de las comunidades del microcosmos pentecostal fue irrefrenable durante el último medio siglo prácticamente en todo el continente. Los estudios realizados por el Pew Research Center a nivel latinoamericano confirman – con pocas variaciones respecto de investigaciones análogas de otros organismos académicos – que el fenómeno del abandono del catolicismo de parte de amplios sectores de la población latinoamericana fue masivo, “de alcance histórico” según la agencia de Washington, que registra entre 1970 y 2014 un retroceso de los católicos de más de 20 puntos porcentuales, pasando del 92% al 69%. Al mismo tiempo, el estudio señala que en el mismo período el porcentaje de “protestantes” pasó en promedio del 4% al 19%, con picos más altos en los países de América Central, donde en algunas localidades los cristianos de fe católica, apostólica y romana ya fueron superados.
En la Argentina de Bergoglio los valores porcentuales, tanto del abandono del catolicismo como de la expansión del movimiento evangélico, son notablemente inferiores al promedio continental. El sociólogo argentino Fortunato Malimacci en una de las primeras encuestas confiables sobre “creencias y actitudes religiosas de los argentinos” ofrece el dato nacional de una pertenencia religiosa al catolicismo del 76,5%, contra un 9% de compatriotas que declaran ser evangélicos, repartidos en las múltiples denominaciones que fragmentan el movimiento en Argentina[v]. Es interesante observar que en las villas miseria decrece ulteriormente el promedio nacional de pertenencia católica y aumenta la adhesión de sectores de la población residente a las iglesias evangélicas. Otra investigación realizada en las principales villas miseria de la capital argentina lleva a los autores a la conclusión de que la identidad religiosa mayoritaria sigue siendo católica, si bien el porcentaje es inferior respecto al de Argentina en su conjunto; detrás de la Iglesia Católica se ubican las denominaciones cristianas no católicas: evangélicas, pentecostales y adventistas. Pero hay que notar que los porcentajes de la comunidad evangélica pentecostal son sensiblemente más elevados, tanto respecto de los que se registran en Buenos Aires como los que se relevan en el resto del país, por lo que resulta verosímil afirmar que los evangélicos tienden a concentrarse en sectores de mayor marginalidad urbana[vi].
El paisaje urbano de las villas refleja la presencia de las diversas realidades religiosas. «Cualquiera que haga un recorrido rápido por los barrios precarios de la ciudad no puede dejar de notar la cantidad y variedad de marcas religiosas en el espacio público: imágenes de la Virgen en sus diversas advocaciones: Luján, Caacupé, Copacabana, Urcupiña, etc.; cruces e inscripciones que indican la presencia de capillas cristianas (católicas o evangélicas); pequeños “santuarios” de santos (Cayetano, Francisco, etc.) que conviven con íconos populares de santidad como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, etc. Son todas marcas que hablan de una religiosidad viva y presente en la vida cotidiana de las personas en estos barrios»[vii].
Como se ha observado, el proselitismo de los movimientos evangélicos en las zonas marginales de Buenos Aires se dirige a una población predominantemente católica y obtiene con ella los mejores resultados. El documento final de Aparecida, fruto de una amplia discusión entre los obispos latinoamericanos, capta con claridad las razones de la transmigración católica en dirección evangélica. «Según nuestra experiencia pastoral muchas veces la gente sincera que sale de nuestra Iglesia no lo hace por lo que los grupos “no católicos” creen, sino fundamentalmente por lo que ellos viven; no por razones doctrinales sino vivenciales; no por motivos estrictamente dogmáticos, sino pastorales; no por problemas teológicos sino metodológicos de nuestra Iglesia. Esperan encontrar respuesta a sus inquietudes. Buscan no sin serios peligros responder a algunas aspiraciones que quizás no han encontrado, como debería ser, en la Iglesia»[viii].
Es por eso que la parroquia extendida, hospital de campaña para la humanidad que allí habita, produce efectivamente un movimiento de reconquista de los fieles que habían pasado a los evangélicos o estos reclutaron ex-novo. Y no como un proyecto planificado, sino como resultado natural de una mayor inmanencia del catolicismo en las poblaciones marginales de una ciudad y los dinamismos naturales a los que dicha inmanencia da origen.
“La parroquia es el barrio y el barrio es la parroquia”. Con esta imagen eficaz, el padre Carrara resume el proyecto que, a través de las capillas, las ermitas y las actividades que allí se desarrollan, hace posible la reconquista. “Caminas por una calle, y estás caminando la parroquia que, como dice la etimología de la palabra, es ‘la Iglesia en medio de las casas’”. Pero eso, advierte Carrara, “se debe hacer institucionalmente, sin burocratizar, en diálogo con la realidad y permitiendo que la institución pueda actualizarse según las necesidades de dicha realidad”[ix].
UN MODERNO MESTIZAJE DE EMIGRANTES. El tema de la inmigración, al que Bergoglio dedica como Papa continuos llamamientos, y la manera como lo plantea, reclamando a los países receptores de inmigrantes una generosa acogida y una igualmente pródiga integración, tiene su punto de inspiración en las villas miseria de Buenos Aires. Desde el punto de vista demográfico, los enclaves urbanos que se formaron en la trama de la ciudad son el resultado de la estratificación de movimientos migratorios sucesivos que se produjeron en diferentes épocas y de diversa proveniencia, tanto de las provincias argentinas con menor índice de desarrollo como de los países limítrofes, sobre todo Paraguay, Bolivia y Perú. Y esto en el contexto de un país, Argentina, que fue la meta privilegiada de la emigración europea durante más de un siglo. En 1870 la población argentina no llegaba a los dos millones de habitantes; sesenta años después, en 1930, se calculaba una población de casi ocho millones. Seis millones de “extranjeros” emigraron al país sudamericano con grandes espacios escasamente habitados, y un numero significativo de ellos permanecieron a vivir allí.
La población existente de nativos y españoles ya bien mezclados – los criollos – recibieron con los brazos abiertos las oleadas – en ciertos momentos un verdadero tsunami – de emigrantes provenientes sobre todo de Italia y España, pero también de Polonia, Rusia, Alemania, Francia, Siria, Líbano y otros países que en aquel momento formaban parte del Imperio Otomano y Turco. Los recién llegados superaron en poco tiempo el número de nativos que los recibían. El resultado fue un mestizaje de sangre y de culturas prácticamente único en el mundo conocido. Distinto del que se produjo en Estados Unidos, que también fue receptor de emigraciones masivas en los siglos XIX y XX pero en distinta proporción y con una relación distinta entre nativos y no nativos.
En el mismo período considerado para la Argentina, de 1870 a 1930, América del Norte fue la meta de 25 millones de personas, que se sumaron a los 38,5 millones que ya vivían en ese territorio, un número muy superior al de los recién llegados. Lo cual marca una primera y evidente diferencia entre las dos emigraciones, la orientada hacia el sur y la que se dirigió hacia el norte de América, ya que mientras la primera duplicaba el número de criollos, la segunda era ampliamente inferior al número de nativos.
En la primera oleada migratoria hacia Estados Unidos, entre 1820 y 1870, predominaron irlandeses, escoceses, escandinavos y alemanes, y en la segunda, entre 1870 y 1930, la mayoría de los migrantes fueron italianos, griegos, húngaros, polacos y otros de origen eslavo, incluyendo entre 2,5 y 3 millones de judíos, que se concentraron en grupos según su origen en barrios, ciudades y regiones determinadas, sin mezclarse con los llamados WASP, blancos, anglosajones y protestantes. En Argentina, por el contrario, la fusión entre los que ya estaban en el territorio y los que llegaron fue tan completa que no se registran en el País del Plata barrios, ciudades o regiones donde haya concentraciones de población agrupadas según su origen, y las características culturales de unos y otros se amalgaman en un sincretismo completo.
No es la única singularidad que distingue el mestizaje latino en Argentina del que se formó en América del Norte. Los criollos del sur y la mayoría de los inmigrantes pertenecían a una cultura católica que había conformado su identidad religiosa y cultural, independientemente del hecho de que fueran o no creyentes y/o practicantes y prescindiendo también de su adhesión o rechazo a la Iglesia de Roma. Los musulmanes – según los cálculos más recientes – representan menos del 1% de toda la población de América Latina. Como observa el filósofo uruguayo Alberto Methol Ferré, «América Latina, por su conexión con el océano Pacífico, es mucho más sensible a la presencia [del elemento humano] de Extremo Oriente que a una presencia del mundo musulmán en cuanto tal»[x]. Esta situación tampoco registrará cambios significativos en los próximos años. Mientras el futuro de Europa, por lo menos desde el punto de vista demográfico, será favorable al Islam, que según las proyecciones del Instituto Pew Reserch Center crecerá con mayor rapidez que el cristianismo, América Latina será la región del planeta donde la tasa de crecimiento del conjunto de la población superará ampliamente el incremento del número de musulmanes. Si la tendencia se confirma sin alteraciones de ningún tipo, a mediados de este siglo los fieles del Islam serán menos de un millón, menos de los que había en España o Italia en 2010[xi].
No es el único aspecto que merece ser considerado en el comportamiento de la población islámica y su relación con el conjunto de las otras emigraciones. En Argentina, los musulmanes y los judíos han construido una sólida relación de respeto y convivencia cordial con los cristianos, incluyendo los de fe católica, y las actitudes y concepciones discriminatorias y marginalizantes provocaron desde un principio el rechazo de las leyes y de las autoridades formales que se sucedieron en el gobierno del último siglo. Un signo de esta tolerancia es el presidente constitucional argentino entre 1989 y 1999, Carlos Saúl Menem, hijo de inmigrantes sirios, de padre musulmán y madre católica.
En conclusión, Bergoglio pertenece a un continente cuya base cultural es el mestizaje del siglo XVI posterior a la conquista y es testigo de una “mescolanza moderna” que no registra tensiones raciales inconciliables y cuya representación acabada son las villas miseria. Baste pensar que solo dos de cada diez personas que viven en estas realidades marginales han nacido en Buenos Aires. Un porcentaje levemente superior corresponde a los migrantes internos provenientes de las provincias argentinas (27%), mientras más de la mitad son inmigrantes internacionales de los países limítrofes (53%). En la villa de Bajo Flores que hemos citado en varias oportunidades por la frecuencia de las visitas de Bergoglio, reside una amplia mayoría de extranjeros provenientes sobre todo de Bolivia[xii].
En la Villa 21 de Barracas, también asiduamente visitada por el arzobispo de Buenos Aires, con una población estimada de 45.000 personas, el porcentaje de inmigrantes alcanza los 78 puntos, de los cuales un 35 por ciento proviene del interior de Argentina, un 38 por ciento del Paraguay, el uno por ciento del Perú y un dos por ciento de Bolivia[xiii]
En cuanto a la Villa 31 de Retiro, un relevamiento realizado por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires estima que el 50,6 por ciento son extranjeros, de los cuales el 23,9 proviene del Paraguay, el 16,6 por ciento de Bolivia y el 9,8 por ciento del Perú[xiv].
UN EJEMPLO DE PLURALISMO ECLESIAL. En la parroquia hospital de campaña de las villas de Bergoglio hay lugar para todos. Religiosos y religiosas de las más variadas congregaciones, movimientos eclesiales, voluntarios de asociaciones laicas o de inspiración religiosa, ONG, voluntariado judío e incluso algún musulmán que a título personal colabora con las obras educativas y sociales que nacen como respuesta a las necesidades de la villa. “Después de ser elegido Papa, Bergoglio conservó la relación con las villas” asegura el obispo Gustavo Carrara, quien hace referencia a los trabajos de remodelación de la capilla dedicada a la Virgen de Itatí con fondos enviados por Francisco. “Por eso le pedimos ayuda para que vinieran aquí las Misioneras de la Caridad de Madre Teresa”. Carrara cuenta que se dirigió directamente a la superiora regional para pedirle que algunas religiosas se establecieran en la villa. “Nos dijo que en aquel momento no estaban abriendo otras casas y explicó la razón”. Era una respuesta justificada, pero no fue suficiente para desanimar al sacerdote, quien escribió al Papa. “Le pedí si nos podía dar una mano para convencerlas. Después supe que en enero escribió a Calcuta, a la madre general Mary Prema Pierick (desde 2015), quien a su vez escribió a la superiora regional”. La casa llegó por fin, y el 13 de mayo de 2017 se inauguró en la calle Bolorines y Castañares, dentro del territorio de una de las capillas. “Había necesidad de las hermanas en una zona donde hay abuso de droga y desocupación” declaró Madre Mary Prema Pierick, segunda sucesora de Santa Madre Teresa de Calcuta, explicando con sencillez la decisión de responder al pedido de comenzar una presencia de las Misioneras de la Caridad en uno de los barrios más pobres de Buenos Aires. Traerán su caridad a las villas miseria, entre los desocupados, cartoneros, albañiles, mujeres de servicio, chicos de la calle, pequeña criminalidad y mucha droga. Y donde otros antes que ellas ya organizaron comedores comunitarios, centros de apoyo escolar, centros de capacitación, casas para ancianos, centros diurnos de recuperación, Hogares de Cristo…
La parroquia de la Villa 31, Cristo Obrero, fundada por Carlos Mugica, que se encuentra en el centro de Buenos Aires, es un poliedro de figuras religiosas. “Hay religiosas de Mama Antula” enumera el párroco Guillermo Torre. “ONG como los Mensajeros de la paz, muy comprometidos en la educación, voluntarios que pertenecen a grupos, movimientos, parroquias cercanas que vienen en momentos fuertes o regularmente todos los sábados, como los muchachos de los colegios Don Bosco y León XIII que vienen a trabajar con los chicos”.
Lo mismo ocurre en la Villa 21 de Barracas. Pablo Rivadeneiro, un voluntario que trabaja en el centro barrial San Alberto Hurtado, explica que la parroquia de Caacupé es la casa madre de múltiples actividades y organizaciones. El esquema, ideado por el padre Pepe Di Paola durante sus años de trabajo en el barrio y que luego se reprodujo en otras partes, comprende la escuela musical de murga, los exploradores, el grupo de hombres, comedores, centros de formación profesional, actividad de Caritas, el centro San Alberto Hurtado y los Niños de Belén, que acoge a los menores que viven en la marginalidad más absoluta y en la mayoría de los casos arrastran graves problemas de dependencia de la droga.
Artículos publicados:
CINCO AÑOS DE PONTIFICADO/3. Identikit de la parroquia según Bergoglio: abierta a los emigrantes, extendida en el territorio, pluralista y misionera
Traducción del italiano de Inés Giménez Pecci
[i] Aparecida 258-k
[ii] Entrevista realizada el 22 de mayo de 2017
[iii] Entrevista realizada el 1 de marzo de 2018
[iv] Jorge Ossona, Pobreza y Crisis Eclesiástica, Clarín 26/01/2018
[v] Dr. Fortunato Mallimaci, Primera encuesta sobre creencias y actitudes religiosas en Argentina, Buenos Aires, 26 de Agosto de 2008
[vi] Suárez, A. L. (2014). El campo religioso en los asentamientos precarios de Buenos Aires. Una aproximación desde la situación religiosa de las mujeres. “La identidad religiosa mayoritaria de las mujeres de nuestro estudio es la católica (70,7%), seguida del conjunto de denominaciones cristianas no católicas – evangélicas, pentecostales y adventistas – (13,1%). […] Este dato es consistente con diversos estudios que muestran que los evangélicos/pentecostales tienen una fuerte penetración entre los sectores más carenciados (Seman, 2010; Wynarczyk; Oro, 2012; Marzulli, 2011, entre varios otros)». El resultado citado se desprende de una investigación que se realizó en las villas miseria de Bajo Flores (la 1-11-14), la Villa 21 de Barracas, Villa 19 de Lugano –barrio INTA–, Los Piletones, la Villa 6 Cildáñez, Villa 3 (Fátima más Calecita), y el barrio R. Carrillo junto con Los Pinos. La población total en estos asentamientos es de 106.043 habitantes (CNPV, 2010), lo que representa al 65% de la población total de “villas” de la ciudad.
[vii] Suárez, A. L. (2014). La situación religiosa en las villas de la ciudad: aproximación a la religiosidad de las mujeres. En: Suárez, A. L., Mitchell, A., Lépore, E. (eds.). Las villas de la ciudad de Buenos Aires territorios frágiles de inclusión social. Buenos Aires: Educa
[viii] Aparecida n.225
[ix] Entrevista realizada el 21 de enero de 2018
[x] Alberto Methol Ferré-Alver Metalli, El Papa y el Filósofo, Biblos, Buenos Aires, 2013, p. 123
[xi] Los especialistas del Centro de Investigación Pew consideran que en 2020 la población del continente latinoamericano registrará un incremento del 27 por ciento con respecto a 2010, mientras el número de fieles del Islam crecerá apenas el 13%.
[xii] Sobre un porcentaje total de emigrados que llega al 82 por ciento, el 20 por ciento proviene de una provincia argentina, el 49 por ciento de Bolivia, el 6 por ciento del Paraguay y un 7 por ciento del Perú u otro punto de América Latina.
[xiii] E. Lépore, M. Ann, D. Leis, E. Rivero, J. Macció, S. Lépore, Capacidades de desarrollo y sociedad civil en las villas de la ciudad, Pontificia Universidad Católica Argentina, Buenos Aires, 2012
[xiv] En cuanto a los argentinos residentes en la villa, el 29,6 por ciento es nacido en la Ciudad de Buenos Aires, el 4,6% en la provincia de Buenos Aires y el 14,7 en otras provincias argentinas.