Juntos serán reconocidos como santos: Pablo VI y Romero. Está confirmado. El Papa Francisco autorizó para ambos la promulgación del decreto con el cual sanciona el milagro atribuido a la intercesión de cada uno de ellos. Las puertas para la canonización se abrieron de par en par al unísono. Por otra parte, el destino de ambos avanzó entrelazado en las etapas finales del proceso canónico para el reconocimiento del milagro que los llevará a los altares de la Iglesia universal. El mismo día, 26 de octubre de 2017, la Consulta médica de la Congregación para las Causas de los Santos había votado por unanimidad tanto el caso milagroso de un embarazo de alto riesgo que terminó exitosamente con el nacimiento de una niña sana, atribuido a la intercesión del Papa Montini, como la curación milagrosa de una mujer en peligro de muerte después del parto, atribuida a la intercesión del obispo mártir Óscar Romero. El 14 de diciembre de 2017 el congreso de teólogos había expresado el voto positivo para ambos y el 6 de febrero pasado la sesión ordinaria de cardenales y obispos había llegado al mismo veredicto.
Reconocidos los milagros, Pablo VI y el obispo salvadoreño asesinado in odium fidei seguirán juntos en el Consistorio previsto para los primeros días de mayo, en el cual el Papa anunciará, como ocurre habitualmente, la fecha de canonización. Fecha que, muy probablemente, podría ser para ambos el 14, 21 o 28 de octubre, en uno de los domingos que significativamente caen durante la celebración del Sínodo de obispos sobre los jóvenes en Roma. Si bien es muy probable que en alguna de estas fechas sea confirmada la canonización del Papa Montini, para el obispo Romero se podría considerar otra opción, también relacionada con los jóvenes: la Jornada Mundial de la Juventud, prevista para enero de 2019 en Panamá. Esta posibilidad ya había sido auspiciada por los mismos obispos salvadoreños, considerando además que el beato Óscar Arnulfo Romero de América fue designado patrono del evento, como signo de esperanza y no solo para los jóvenes. «Nos daría tiempo para trabajar a fondo para alcanzar lo que yo llamo “el milagro de la paz”» había dicho un año atrás el obispo auxiliar de San Salvador Gregorio Rosa Chávez, refiriéndose a la violencia que impera en su país y se ha difundido por todo el continente. Esa opción no encontraría resistencia de parte del Papa, vistos los antecedentes que existen en este sentido – como cuando Juan Pablo II canonizó a Juan Diego durante su visita a México en 2002. Pero también puede ocurrir que ahora tenga más peso hacer en Roma, el mismo día que Pablo VI, la canonización del obispo que fue «difamado, calumniado, embarrado» después de su muerte, a tal punto que su martirio «continuó», como dijo el Papa Francisco, «incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado», «con la piedra más dura que existe en el mundo: la lengua».
Una doble canonización con una misma dirección, que se propone al presente y al futuro de la vida de la iglesia y confirmaría una orientación común, considerando que las enseñanzas de los dos beatos están tan relacionadas que pueden interpretarse en la misma perspectiva y que ambas resuenan en las cuerdas profundas del magisterio del actual pontificado.
Por otra parte, no es ningún misterio que Giovanni Battista Montini, ilustre hijo de la Iglesia de Brescia, llevó siempre en el corazón la cristiandad de América Latina, y que su documento pastoral Evangelii nuntiandi es sin duda, como afirmó reiteradamente Francisco, el documento pastoral con mayor actualidad del post Concilio. Después del Vaticano II se fue formando en América Latina una nueva consciencia de Iglesia que desde la Conferencia general del episcopado latinoamericano de 1968 en Medellín – que ponía el acento en los pobres y revalorizaba plenamente la Doctrina Social de la Iglesia – pasando a través de la Evangelii nuntiandi y la Populorum progressio de Pablo VI, condujo a la quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y el Caribe que se llevó a cabo en Aparecida, Brasil, en 2007. Y desde allí, como es sabido, confluye en la exhortación programática del Papa Francisco Evangelii gaudium. Dentro de este itinerario también estuvo Romero. Fue el pionero de un proyecto que se confirmó precisamente en la Conferencia de Aparecida: «Otra Iglesia es necesaria. Otra Iglesia es posible». Era el año 1978 y al periodista alemán que le preguntaba si su pensamiento teológico se fundaba en la teología de la liberación, el obispo de San Salvador le respondió que su pensamiento teológico era «igual al de Pablo VI, definido en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi». El recuerdo pormenorizado de su última audiencia con el Papa Montini, como testimonio de su fidelidad al magisterio de la Iglesia, se encuentra en el diario del arzobispo: Pablo VI «me estrechó la mano derecha y me la retuvo entre sus dos manos largo rato, yo también estreché con mis dos manos las manos del Papa». «Comprendo su difícil trabajo – le dijo el Papa Montini- . Es un trabajo que puede ser no comprendido, necesita tener mucha paciencia y mucha fortaleza […] pero proceda con ánimo, con paciencia, con fuerza, con esperanza».
Por el momento, Pablo VI y Romero subirán unidos por el mismo Consistorio a los altares de la Iglesia universal. Y que la proclamación de su santidad se produzca en el contexto eclesial de un simposio sobre las nuevas generaciones, tanto si se lleva a cabo en Roma durante el Sínodo de los obispos sobre la fe y la vocación de los jóvenes, como parece probable para Pablo VI, o en ocasión de la JMJ en el continente latinoamericano, como podría ser para Romero, adquiere una resonancia cargada de significación y de claras perspectivas.
Un nexo y un vínculo en el signo de los tiempos, tiempos en los cuales el indeleble testimonio cristiano que dieron “el Papa del diálogo” que llevó a cabo el Concilio y el obispo mártir, primer gran testigo de la Iglesia del Concilio, confirma una trayectoria eclesial de la que no hay vuelta atrás y cuya actualidad es más indefectible que nunca.