Querido Papa Francisco: Y lo de ‘querido’ no es una mera cortesía. Recuerdo que, cuando tuve la suerte de saludarlo, tras departir sobre diversos temas, nos despedimos, le besé el anillo, usted se marchaba y yo me quedé allí, sólo, en medio del pasillo de Santa Marta, tan emocionado que, de pronto, sentí una moción interior y me vi volviéndome hacia usted y diciéndole: ‘¡Santidad, le quiero!’. Una proclamación de amor, que me salió del fondo del alma y sin pasar por el tamiz del control mental. Sorprendido por mi propio gesto, me tranquilizó ver que usted se volvió y sonriendo (no sé si de gratitud o conmiseración) contesto: “Yo también te quiero”. Y, durante unos segundos, volví a flotar.
En base a esta declaración de amor pública y recíproca, me atrevo a pedirle una cosa: que le haga una llamada telefónica a Pedro Casaldáliga con motivo de su 90 cumpleaños. Los cumple el día 16 de febrero. Seguro que tienen su teléfono en alguna oficina de la Santa Sede. O su amigo, el cardenal Hummes, que estuvo recientemente visitándolo en su casa de Sao Felix. O se lo puede pedir a Félix Valenzuela, a Ivo o a José de Jesús Saraiva, tres de los agustinos que lo cuidan y atienden las obras que el ‘profeta del Araguaia’ puso en marcha y sigue alentando, sentado en su silla y con la cabeza ladeada por el “hermano parkinson”.
Hasta yo mismo lo tengo y, si me lo pide, cumpliría el sueño de volver a saludarlo…y reiterarle mi cariño a lo que usted es y representa en esta Iglesia del Vaticano II que renace de su mano.
Una llamada el día 16 (o antes o después, tampoco hay que exagerar) sería el mejor regalo de cumpleaños que pudiese tener Casaldáliga y, por extensión, sus amigos (que son muchísimos) y sus admiradores-seguidores, que son legión en todo el mundo.
Una llamada para un homenaje merecidísimo. Creo que se puede decir, sin temor a caer en la exageración, que nadie lo merece más que él. No hay eclesiástico vivo alguno que lo merezca más que él. Lo tiene todo. Es un santo vivo, de los que se hizo santo con y a pesar de su fuerte carácter, lo cual tiene más mérito.
Es cierto que, como bien sabe, lo de las devociones es algo muy particular, pero lo que nadie puede negar es que Casaldáliga es un profeta. El último profeta vivo. De la talla de Helder Cámara o de monseñor Romero, me atrevería a decir. De hecho, fue el primero en profetizar y en canonizar a ‘San Romero de América’ y elevarlo a los altares del pueblo latinoamericano, cuando las autoridades vaticanas recelaban de él y le hacían pasar lo que usted mismo llamó su “doble martirio”.
Santo, profeta y obispo de los pobres. De esos obispos con olor a oveja que a usted tanto le gustan. Y, además, lo fue siempre. Y en tiempos en que esa forma de ser pastor no se llevaba. Incluso estaba muy mal vista. Tan mal vista que, desde las alturas vaticanas, se le reprochaba, se le llamaba a capítulo, se le marginaba y se le dejaba por imposible…allá, en su selva. Fue un obispo del Vaticano II con todas las consecuencias. Al servicio de una Iglesia-pueblo (de verdad, no sólo retóricamente) y de los más pobres de los pobres: indios, negros, campesinos…
Un obispo sin mitra ni báculo. Bueno, sí: Su mitra, un sombrero sertanejo; su báculo, un remo, su anillo, de tucum. Su casa siempre abierta para cualquiera, su vida expuesta. Por la liberación de los suyos estuvo muchas veces físicamente en peligro vital real. Quizás no lo matasen, porque, como dice el salmo, los ángeles le protegieron, porque está tocado por el dedo del Dios que escucha y le duele el clamor de su pueblo oprimido.
Un obispo único, especial, de la estirpe de los grandes obispos latinaomericanos: Arns, Lorscheider, Cámara, Romero, Méndez Arceo, Samuel Ruiz, Pironio, Angelelli, Gerardi, Proaño…Buena cosecha de mitrados sin mitra. De los que nunca fueron funcionarios de lo sagrado, de los que se ganan el corazón de la gente, de los que se entregan de verdad como el grano de trigo. De los que permanecen.
Porque a Casaldáliga, a pesar de haber militado en la cusa de los pobres toda su vida, la militancia no lo escupió, no lo cansó, no lo derribó. Ahí sigue, fiel a sus causas, que, como siempre dice, “valen más que mi vida”. Don Pedro siempre estuvo en el mismo surco (el del Vaticano II), siempre aró con los mismos bueyes (los de la teología de la liberación), siempre rezó con su mística encarnada.
Porque, además de santo, profeta y obispo de los pobres, Casaldáliga es un gran poeta. Un poeta místico. Un poeta que el mismísimo Leonardo Boff compara nada menos que con San Juan de la Cruz. Sus poemas nos despiertan, nos sacuden las entrañas, nos revuelven por dentro, nos elevan a Dios y nos lanzan a la acción. Poesía mística para la acción.
Santidad, seguro que usted sabe todo esto y más de Casaldáliga. Por eso, hace un tiempo, dijo usted aquello de “decidle a Don Pedro que lo llevo en el corazón”. Su llamada telefónica (o su carta) sería una forma más de demostrárselo. A él y a otros muchos que, en la Iglesia, le reconocemos como un referente, un icono, que merece ya de vivo y mientras vida la rehabilitación del Papa y el especial reconocimiento de Francisco.
No puedo erigirme en representante de nadie, pero sí le puedo asegurar que a Religión Digital llegan miles de sugerencias y peticiones de rehabilitación de Casaldáliga, para que se las transmitamos. Desde simples cristianos de base, a personajes tan conocidos y queridos como el Padre Ángel, fundador de Mensajeros de la Paz.
Un aluvión de solicitudes que usted puede satisfacer con una simple llamada. La llamada del padre, del amigo, del Papa de los pobres, del Francisco de la primavera por la que Casaldáliga entregó su vida entera. El Papa al que llama “bendición de Dios”. ¡Llame a Casaldáliga, Santidad!
¡Se lo merece!