El Papa bajó la bandera de largada en enero, en Puerto Maldonado, Perú. La gran carrera que culminará en 2019 con el Sínodo amazónico ya empezó. Ahora es el momento de reflexionar, profundizar, buscar esas “soluciones valientes” que pidió Francisco y que la Iglesia amazónica “la mayor parroquia del mundo”, esa que se dilata y supera las fronteras de cuatro países, sabe muy bien cuán necesarias son. Las problemáticas que están sobre el tapate tienen nombre; son palabras que, como señales de ruta, van marcando los puntos clave, las respuestas que hacen falta. Palabras como “falta de sacerdotes”, “misas celebradas saltuariamente en las comunidades y sacramentos administrados ocasionalmente” en regiones extensísimas, “aumento de la presencia de los evangélicos”, “amenaza de destrucción de la selva amazónica” y junto con ella de enteras poblaciones indígenas, “violencia contra pueblos nativos”. Son banderines colocados a lo largo de un recorrido que ha previsto un cierto número de paradas para que sacerdotes, obispos y laicos “amazónicos” puedan discernir experiencias, estudiar situaciones y elaborar soluciones positivas.
Los obispos de la región perciben la urgencia de encontrar soluciones “válidas y practicables” para la falta de sacerdotes que permitan garantizar la eucaristía con cierta frecuencia en las comunidades más remotas, donde la misa se celebra prácticamente una vez al año. De todos modos, la orientación fundamental es apostar al clero indígena. La Iglesia amazónica debe tener el rostro de los pueblos amazónicos. ¿Cómo hacer? Edson Damian, obispo de São Gabriel da Cachoeira, una localidad en el estado de Amazonas en el límite con Colombia y Venezuela, señala cuatro puntos para profundizar: apuntar a las vocaciones sacerdotales nacidas en la región, agilizar la formación de los seminaristas; formar indígenas para que ellos sean los evangelizadores de sus propias comunidades y pueblos; instituir ministerios, ritos y bendiciones para las culturas indígenas.
No todo resulta clara, no todo es comprensible para los que no viven en Amazonía y en contacto con su gente, pero precisamente por esa razón se considera que el próximo Sínodo es una oportunidad imperdible para dar pasos hacia adelante en todo lo que sea necesario. Edson Damian agrega algo más: el Sínodo debería discutir y evaluar la posibilidad de crear un proceso de formación sacerdotal más rápido que el tradicional, con cursos periódicos realizados en la misma comunidad donde viven los jóvenes interesados. La razón, también en este caso, es facilitar la participación de aquellos que no tienen los recursos financieros o de tiempo para salir de su región durante un largo período. “Los jóvenes que han crecido en el lugar conocen mejor que nadie la cultura y el estilo de vida de esa comunidad en particular, cosa que sin duda ayudaría a que el mensaje cristiano eche raíces” sostiene Edson Damian, quien considera que eso sería una considerable ventaja en vez de “importar alguien de afuera, que necesita un período de adaptación, a veces largo y difícil”. La formación de un clero local debería ir junto con un proceso de formación, también en el lugar de residencia, para líderes indígenas que después asuman un rol protagónico en la evangelización en sus aldeas. Con respecto al tercer punto que necesariamente debe estar incluido en la agenda de la reflexión sinodal, Edson Damian da un paso más audaz: autorizar la liturgia en las lenguas locales y seleccionar indígenas casados con funciones sacerdotales para toda la comunidad. “La cultura indígena – observa el obispo de São Gabriel da Cachoeira – no contempla el celibato”.
Como prueba de la importancia que revisten estos temas, valga el hecho de que la discusión sobre ellos tiende a laicizarse, superando los límites de los consagrados e involucrando las autoridades indígenas de las comunidades católicas locales. Justino Sarmento Rezende, con 23 años de sacerdocio a las espaldas, pertenece al pueblo Tuyuka. Cuenta que debió luchar para no perder sus raíces indígenas cuando aceptó la fe cristiana. “Nosotros creemos en el mismo Dios creador, pero vivimos de manera diferente, y en consecuencia nuestra manera de vivir la fe también es diferente”. Justino Sarmento Rezende espera “que el Sínodo reconozca esa singularidad”. Leonardo Ferraz Penteado, del pueblo Tukano, coordina el consejo parroquial de Lauaretê, un poblado de São Gabriel da Cachoeira. Considera que es un gran paso adelante solamente el hecho de participar en un Sínodo centrado exclusivamente en la Amazonía: “Hablar de una Iglesia indígena para los indígenas da mucha esperanza”.
La agenda sinodal no olvida la “cuestión evangélica”, entendida como presencia cada vez más activa de pastores de matriz neo-pentecostal entre los pueblos amazónicos. Monseñor José Albuquerque de Araújo, obispo de Manaus, observa que el fuerte impulso expansivo pentecostal se apoya en el hecho de que “el pastor evangélico tiene su propia familia y vive con ella junto a las personas que tienen dificultades, en las situaciones periféricas donde encuentran”. “Tenemos que imitarlos en este aspecto” afirma categóricamente, “frecuentar a las personas en los lugares donde viven. Esperar que ellas vengan a buscarnos es un método que no funciona”. Y agrega: “Dar fuerza y autonomía a los ministros ordenados locales ciertamente sería una ayuda en este proceso, haría que la Iglesia fuera más dinámica y en salida, como nos pide el Papa Francisco”.
Protección del medio ambiente y de los pueblos autóctonos. El futuro Sínodo, según las autoridades católicas de la región, se concentrará en la importancia de la selva amazónica y la amenaza de destrucción, deterioro y deforestación que incumbe sobre ella. El dedo acusador apunta sobre todo a los proyectos de extracción minera en continua expansión.
Ivo Poletto, teólogo y ex secretario de la Comisión Pastoral de la Tierra lanza un acuciante pedido de ayuda en nombre de la Amazonía. “Piden ayuda los ríos, la selva, el suelo, la biodiversidad, los pueblos. Están sufriendo la agresión permanente de lo que erróneamente se denomina progreso”. Poletto describe la economía amazónica actual como “basada en la práctica de la extracción predatoria. El resultado es un desequilibrio del ecosistema donde viven los pueblos autóctonos y una amenaza para su supervivencia, dado que sus territorios son invadidos y se violenta la vida de la población local”. Un Sínodo que afronte el problema, lo delimite con precisión y se concentre en las posibles soluciones tendría un peso preponderante, mucho más que los diversos encuentros y congresos que se realizan periódicamente.
Monseñor Sebastião Lima Duarte, obispo de Viana, en el estado de Maranhão, asocia la protección de los pueblos amazónicos con los conflictos por la tierra que en la mayoría de los casos se origina en la falta de una delimitación de las tierras indígenas. Un caso particularmente relevante es el que afecta a su diócesis, donde el pueblo indígena Gamela sufre el ataque de ocupantes abusivos. Otro caso donde se vive el mismo problema es el del pueblo Jaminawa Arará, en el estado de Acre. También son frecuentes los saqueos y robos de recursos naturales así como la práctica arbitraria de la ocupación de tierras. “La Iglesia” afirma dom Sebastião, “debe intervenir promoviendo un proceso de reorganización de los pueblos indígenas y de los quilombolas”, como se denominaba a los antiguos esclavos que huían para refugiarse en los quilombos. En fin, “ponerse decididamente de su parte, para recuperar las tierras y defender sus culturas”.