El reciente paso por Chile del Papa Francisco ha abierto la puerta más allá de los parámetros religiosos y políticos que tuvieron todas sus intervenciones. También es posible ubicar el mensaje del Papa entre lo que algunos filósofos positivistas describen como lo Bello y lo Sublime. Como pasa con Jesús de Nazareth, aquí lo importante no es el mensajero, sino el mensaje. Por tanto, el mensaje del Papa Francisco debe ser lo que toque nuestra realidad social, más allá de si hubo mucha gente o menos de lo esperado, porque de seguro el mensaje será más masivo que la misma visita del Papa.
Existe una intencionalidad artificial de algunos de reducir el mensaje del Papa solo a las polémicas, incluso se quiere suponer que la presencia del obispo Barros es más importante que lo que el Papa ha dicho en cada uno de los lugares visitados. Pero no es correcto centrar las críticas de la visita del Papa en la presencia del obispo en cuestión, ya que el espíritu de la visita del Papa no era reunirse con Barros sino avivar la fe del pueblo creyente.
Tampoco parece correcto reducir los comentarios y opiniones que se emiten sobre la Iglesia solo a los temas relacionados con los abusos sexuales, que por cierto no dejan de ser condenables. Pero la Iglesia es mucho más que eso, es un Pueblo vivo que va tras los pasos de su Maestro con toda su historia a cuestas, no por nada la Iglesia ha sido y será parte de los cambios culturales de la humanidad.
Es mucho el aporte que ha hecho la Iglesia Católica a la humanidad, en especial a Chile y a los más pobres. Pero como es más fácil criticar que hacer, la inmensa mayoría que se queja de la Iglesia tiene una actitud pasiva frente a los abusos y frente a los pobres, y por qué no decirlo, también tienen tejado de vidrio y en ocasiones son hasta cómplices.
Ahora bien, quizás podríamos decir que la condición humana es precisamente una condición en aprendizaje, y en el proceso de aprendizaje hay errores intencionales y también errores fortuitos (Los clérigos, religiosos y religiosas no son de condición divina, también se equivocan, como todo el mundo), pero cuando se equivoca un ministro de la Iglesia, la guillotina se siente crujir con más rapidez que cuando le toca a otros. Es entendible en cierta medida, porque en ocasiones ha sido la Iglesia o estos mismos ministros los que han descargado su ira contra la conducta moral de las personas. Es tiempo de re-dibujar los límites morales, una sociedad tan avanzada como en la que estamos inmersos no resiste la intolerancia contra los homosexuales, separados, inmigrantes, etc. Los márgenes de antaño se han traspasado y el problema es que se sigue educando o criticando con manuales que no tienen sentido y que no resuelven la problemática humana. ¿Por qué seguir llamando pecado a aquello que es un problema psicológico?
La humanidad se reduce a meras teorías, todo el mundo teoriza mundos ideales donde las formas de vida parecieran que deben ser perfectas, pero se nos olvida que vivimos en un mundo real, el mundo de las experiencias que por lo general está muy lejos de lo perfecto. En este mundo real es donde está presente la Iglesia y muchas veces ayudando a sostener el dolor. Como lo ha expresado el Papa Francisco en el encuentro con religiosos en Chile: “Renovar la profecía es renovar nuestro compromiso de no esperar un mundo ideal, una comunidad ideal, un discípulo ideal para vivir o para evangelizar, sino crear las condiciones para que cada persona abatida pueda encontrarse con Jesús”. Resulta complejo entonces querer vivir el mundo de los perfectos, es decir en el mundo de las teorías; el mundo de los perfectos tiende a vivir un puritanismo extinto hace siglos alejado del Maestro, en cambio el mundo real es el mundo donde es posible contemplar a la persona de Jesús y a lo menos tener un grado de esperanza.
No es comprensible lo que buscan las personas cuando quieren acorralar a la Iglesia Católica a las meras teorías y dogma, como si el manantial de la Iglesia fuera las teorías y no Jesucristo. La Iglesia tiene una experiencia de Dios mucho más fuerte y activa que se revela en la propia vida humana. Son muchos los hombres y mujeres de fe que a diario hacen presente el Reino de Dios en la tierra. Hay muchos más hermanos y hermanas trabajando por el Reino aquí y ahora, que personas perfectas y pertenecientes al mundo teórico y dogmático. No son las teorías capaces de mover corazones, como dice el Papa Francisco, son las personas las que mueven corazones “No fueron ideas o conceptos los que movieron a Jesús… son los rostros, son las personas; es la vida que clama a la Vida que el Padre nos quiere transmitir”.
Por tanto, la vida de la Iglesia es una vida Bella que se transforma en Sublime en el mundo real. Digo Bella y Sublime porque cada vez que los miembros de la Iglesia se relacionan con una persona que sufre, se produce algo que es Bello, el compartir se ha transformado en la gran esperanza de la humanidad. El acto de compartir en este mundo individualista aparece como algo Bello en medio de tanta desolación humana; a la vez el compartir se torna Sublime, porque es la relación que da esperanza al ser humano que se encuentra en la soledad de la indigencia.
En la experiencia del hombre en el mundo actúa la belleza de la Palabra de Dios, que ilumina aquellos corazones que están dispuestos a querer transformarse en personas libres, porque como San Pablo ha escrito (Gal. 5,1) “Para ser libres nos libertó Cristo”, y solo una persona libre es capaz de dejarse impresionar y es capaz reconocer lo inconmensurable de la Luz de la palabra del Dios de Jesús. El que no es libre, nunca podrá optar por Jesús, porque tiene otros dioses que lo someten y lo esclavizan. Solo la libertad es lo inconmensurablemente Bello y Sublime, a la vez. No existe otra forma de poder alcanzar un grado mayor de exaltación humana que no sea mediante la libertad del Ser en el mundo.
El Papa Francisco nos ha invitado a una relación más profunda a nivel social. No hay espacio en la sociedad para la lucha de clases, ya que la sociedad consciente de la importancia de todos sus miembros excluye las barreras y no se opone al desarrollo integral de todos sus miembros. La sociedad en que vivimos hoy es brutal, salvaje y excluyente. Cuántos son los hijos de la patria que son desplazados, ya no a los límites de la sociedad, sino que son desplazados a la indiferencia, que es peor que ponerlos en los límites. No he visto levantar banderas y críticas a la sociedad por esto. No he visto una crítica salvaje a los organismos de asistencia social del estado, sino que más bien se pide que la Iglesia venda las riquezas que tiene y se la dé a los pobres. Pues sería bueno que el que crítica venda lo que tiene y también se lo dé a los pobres. Son los ministros de la Iglesia los que están haciéndose presente en medio de los marginados, no es el que critica en redes sociales, son los hombres y mujeres de fe los que están ahí compartiendo la vida. El Papa hace una sutil sugerencia a los fieles “Construir la paz es un proceso que nos convoca y estimula nuestra creatividad para gestar relaciones capaces de ver en mi vecino no a un extraño, a un desconocido, sino a un hijo de esta tierra”.
La sociedad individualista ha logrado que las personas rompan lazos con la Iglesia, puesto que es la Iglesia la llamada a denunciar los excesos que los sistemas capitalistas promueven. La trampa en que algunos ministros de la Iglesia han caído es dejarse mantener por el mismo sistema capitalista y que en muchas ocasiones se les llama benefactores. No es cristiano que estiremos la mano a las migajas de los ricos, cuando estos explotan a nuestros hermanos. No más benefactores, los frailes y monjas debemos trabajar como todo hijo de vecino. Solo de esta forma volveremos a recuperar importancia en la sociedad, también volveremos a generar lazos con todos aquellos que se han quedado huérfanos. Porque la humanidad pertenece a Dios, pero se nos ha hecho creer que estamos sin Padre y a la deriva, El Papa Francisco lo dice claramente “Uno de los problemas que enfrentan nuestras sociedades hoy en día es el sentimiento de orfandad, es decir, sentir que no pertenecen a nadie […] nos olvidamos de que somos parte del santo Pueblo fiel de Dios”. La humanidad tiene por dónde empezar a recomponer los lazos humanos, tiene cómo volver a ser un Pueblo fraterno y que se encuentre en la cooperatividad de unos con otros.
Los que busquen acabar con la fe pierden el tiempo, la propuesta de Dios no es propia de ninguna religión, es propia de la humanidad. Si Dios existe como concepto, es porque el ser humano lo ha pensado desde los primeros tiempos del mundo. Tanto es así que cualquier intento de acabar con la fe será un proyecto derrotado ya que es imposible reducir el anhelo de lo divino o sagrado que hay en la humanidad a la nada. La idea de un Dios está estrechamente unidad a la presencia del Ser en el mundo y eso no tiene ninguna forma de no ser así. Ahora bien, cualquier cosa que prediquemos de Dios siempre será solo una proyección o anhelo humano, pues Dios es mucho más que todas las cosas que podamos decir y pensar de Él. Es mucho más que el mismo concepto de Dios, es mucho más que llamarlo creador o padre. Dios no se reduce a los sinónimos o calificativos de la antropomorficación que le pueda dar cualquier ser humano o creencia religiosa. Dios es mucho más que eso. Nosotros los cristianos, a lo menos tenemos al gran referente que es Jesús de Nazareth, es al mensaje de Jesús al que debemos seguir. Perdemos el tiempo tratando de poner palabras en la boca de Dios, o peor aún, tratando de definirlo con meros conceptos limitados como son todos los conceptos humanos que podamos tener.
Que el Papa Francisco retome el mensaje de Jesús es lo Bello y que los fieles lo vivamos es lo Sublime. Siempre lo Bello debe encarnarse en lo Sublime, en lo transformador. Somos los creyentes los encargados de transformar la vida Bella en una vida Sublime capaz de impactar, conmover la vida de otros. Es nuestra tarea, hacer de mundo un mundo que no sea indiferente, mejor dicho es tarea nuestra hacer que la humanidad no sea indiferente, sino que sea un Pueblo de Hermanos.
*Carlos Espinoza, SM