Por cierto, viene el Papa, viene el verano, vienen las vacaciones… Pero después de las fiestas de fin y principio de año, vuelve la rutina de la vida, que nos da la sensación de seguir siendo los espectadores-actores del reality show de nuestro mundo actual junto con los secretos temores de vernos, de repente, involucrados en roles desagradables.
Cristianos y paganos hemos tratado de expresar en estas últimas semanas que la vida no es para vivir en la oscuridad y que no fueron ensueños nuestros villancicos ni gratuitos los deseos que hemos ofrecido a nuestros íntimos y amigos.
Hemos celebrado fiestas nocturnas iluminando nuestras casas, nuestras calles, nuestras iglesias y nuestros quinchos para proclamar que somos hijos de la luz y no de las tinieblas. Hemos quebrado por unos instantes esa manera de vivir “realista” y fatalista nuestra vida, con todas sus sombras y oscuridades, y nos hemos regalado unos momentos luminosos de alto contenido simbólico.
Iluminar la noche, alumbrar, dar a luz, salir a la luz…La necesidad de la luz está inscrita en lo más profundo de nuestra psiquis. Nuestra electricidad y nuestras ampolletas “led” pueden hacernos olvidar el sol, la luna y las estrellas, las fotografías de las galaxias nos pueden desteñir las imágenes del cielo, pero los que van a tomar sol en la playa, los que se levantan para ver una salida del sol o admiran un tamaño excepcional de la luna reactivan los arquetipos sobre la bondad de la Luz. Los campesinos agradecen los veranos para sus cosechas. Los Mapuches, solían llamar “Antu” al sol y “Kuyen” a la luna (su esposa-madre), dicen que “arriba, en el cielo azul, ambos se alternan en el trabajo de dar luz a la tierra”. Los antiguos egipcios tenían su divinidad llamada “Ra” que no solamente iluminaba sino que también armonizaba la vida humana y promovía la Verdad en la tierra. Los griegos tenían a “Helios” que era de respetar porque podía derretir las alas de los soberbios… Para los antiguos, los astros no se veneraban solamente porque eran útiles sino porque simbolizaban la benevolencia del cielo y podían guiar la vida humana. Esta mística de la luz, en la cultura popular israelita del tiempo de los evangelios, la compartía por ejemplo Zacarías, el padre de Juan Bautista. Él anticipa la venida de Cristo diciendo que “nos visitará “la luz que nace de lo alto”… “para iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte” (Lc.1,77 ss). Es impresionante como algunas percepciones, algunas sensaciones, algunos símbolos, son universales. El psicoanálisis ha revelado la existencia de arquetipos que son como el trasfondo de la vida humana. Conviene descubrir así cómo asumieron los evangelios la cultura de su tiempo y de qué manera lograron revelarnos la especificidad de la fe cristiana.
En estos primeros días del año, intentamos comprender la famosa leyenda de los (Reyes) Magos que llegaron a reverenciar al Niño Jesús en Belén (Mat. 2,1ss.). Para eso debemos remitirnos a la magia de los astrólogos, que buscan en las estrellas una sabiduría para guiar la vida de las personas. Olvidemos las artimañas de los historiadores para saber lo que pasó en realidad y quedémonos con la búsqueda intuitiva de lo que nos aportan estos textos. La estrella que descubren en Oriente y que seguirán hasta Belén simboliza la búsqueda existencial que es parte de la psiquis de los hombres de todos los tiempos. Todos buscamos, tarde o temprano, la explicación de la existencia, del destino de nuestra vida. La intuición de los Magos al seguir la estrella es el inaudito nacimiento de un Rey excepcional. San Mateo incorpora en su relato el trasfondo de mesianismo propio del Antiguo Testamento: la espera de un descendiente del Rey David oriundo del mismo Belén que traerá una era definitiva de paz y prosperidad, un paraíso. Existen varios relatos de nacimientos de niños divinos en la mitología egipcia y en la griega (Apolo, Osiris…) pero la novedad del nacimiento de Jesús es que se cuenta para enriquecer el testimonio sobre Jesús, el Crucificado y el Resucitado para los lectores. San Mateo subraya la significación del nacimiento de Jesús para asumir todas las elaboraciones mitológicas sobre la esperanza profunda de todos los pueblos.
Por eso hace venir unos Magos de Oriente: Jesús nace para todos los hombres. En Belén convergen todas las aspiraciones humanas. Con sabiduría, la devoción popular histórica recuperó la idea de que esos magos eran ellos mismos Reyes, y que uno era blanco, otro negro y el tercero amarillo. Las ofrendas que traen tienen también su significación específica: el oro para marcar la dignidad real del niño, el incienso su condición divina y la mirra por su connotación fúnebre, porque se usaba para las sepulturas.
Como lo aclara el viejo Simeón a María en el templo: Jesús será “signo de contradicción” Lc. 2,43. La idea de que el nacimiento del Rey divino desencadenaba fatalmente una violenta represión está presente en muchos textos mitológicos de la época. San Mateo, apoyándose en el A.T, relata el recuerdo de la crueldad de Herodes para eliminar a sus posibles rivales en la masacre de los niños de Belén, de la que escapó Jesús. Las primeras comunidades cristianas conocieron la oposición política y religiosa que encontró Jesús mismo hasta morir en la cruz, y ellas también sufrieron persecuciones.
Es importante entrar en este contexto para dejar que estos textos nos hablen. Leyendo los evangelios, no nos enteramos de acontecimientos, recibimos testimonios que hablan a la profundidad de nuestra vida, buscándole una inteligencia existencial. Son símbolos, explicaciones de sentido, de orientación. Si escuchamos, nos dirán cuál es nuestra estrella, cómo hacemos para encontrar al que anuncia, cómo se hace para reconocer al “Mesías” en este recién nacido.
Nuestra cultura occidental privilegia lo racional y se esmera en definiciones precisas acerca de la condición, de la naturaleza de “Jesucristo”. El pesebre y el niño-Dios nos invitan a disponer el corazón para captar lo que la razón no logra entender. El corazón no es solamente nuestra emotividad personal, sino un sentimiento que abarca toda la humanidad.
Después de los Magos, el evangelio de Mateo nos dirá que Jesús con sus padres huyeron a Egipto. Jesús también fue un “emigrante”… Y San Lucas nos contará otro episodio, la escapada de Jesús, al que encuentran rodeado por los doctores del templo… Jesús también fue un joven que se emancipó…
*Consejo Editorial de la Revista “Reflexión y Liberación”