Es lo que una buena cristiana pedía a un joven vicario que acababa de predicar sobre la Navidad. Éste había relativizado la existencia de los ángeles que intervienen en los relatos bíblicos. Había olvidado que muchas personas de edad aguardaban un rezo íntimo a su ángel de la guarda. Por cierto la fe popular privilegia mayormente la devoción a los santos pero estos seres celestiales reaparecen cada año en las lecturas del tiempo de Navidad y están presentes en muchos cantos navideños tradicionales. La mención de unos personajes sobrenaturales es antigua, existe no solamente en los escritos del Antiguo Testamento de la Biblia sino también en otras mitologías del antiguo Medio Oriente. Hoy día, aun cuando el Catecismo católico mantiene la existencia de los ángeles y del diablo en su dogmática no es difícil para nuestros contemporáneos hacer las diferencias entre unos conocimientos históricos y científicos y unas percepciones espirituales y religiosas, entre unos acontecimientos reales y unas narraciones que implican personajes inmateriales y/o fenómenos sobrenaturales.
El tema de lo invisible benéfico o dañino, de lo espiritual o de los milagros es un tema muy sensible en nuestra fe cristiana. Que sea entre cristianos o marginados de las iglesia, existen dos obstáculos mayores para mantenerse a una distancia prudencial de lo sobrenatural y de las expresiones religiosas que promueve. El primero es nuestra mentalidad científica que mide todo con parámetros matemáticos, físicos, biológicos (las ciencias llamadas “exactas”). Fanáticos de esta “positivismo”, hemos marginado la inteligencia primordial e integral de la vida, la búsqueda del sentido de la existencia, la búsqueda de la mejor manera de ubicarnos en la vida, la sabiduría para sobrellevar las angustias existenciales (el mal, la muerte…). En los albores de la historia humana, los hombres utilizaron relatos mitológicos para comunicar sus percepciones existenciales. Imaginaron el cielo, la tierra, los infiernos, con dioses, héroes con gestas fantásticas. Desmitologizando estos textos, se puede descubrir que los interrogantes profundos de nuestros antepasados en la historia son en realidad los mismos de los de los hombres de todos los tiempos. Además son las mismas intuiciones que sustentan las religiones. Para nosotros los cristianos, la fe nos aclara el origen, la razón de nuestra existencia, el destino personal y colectivo de nuestra humanidad, la fe nos aclara como debemos implicarnos en la vida, como podemos vivir los horrores, las culpabilidades, como enfrentar la muerte y sobre todos lo que podemos esperar del cielo. Por esto Jesucristo es la respuesta maravillosa, la verdadera y definitiva revelación después de todas las intuiciones anteriores y sobre todo después de la genialidad de los profetas del Antiguo Testamento.
Muchas veces se ha intelectualizado y adoctrinado el mensaje de Jesús y su nacimiento ha sido víctima de numerosas discusiones que hicieron perder lo maravillosos y fantástico de estos primeros capítulos de los evangelios de San Mateo y de San Lucas que van de la Anunciación a la del niño Jesús rencontrado entre los doctores en el templo. Mantener una inteligencia “existencial” para estos relatos fue difícil pero la devoción popular ayudo y San Francisco en 1220 tuvo la genialidad de difundir la devoción de los pesebres de Navidad.
Otra dificultad que obstaculiza la sabiduría cristiana entre nuestros contemporáneos es la ilusión globalizada del progreso económico, la adicción al consumo y a la magia tecnológica, que producen un fatalismo cuando no un desencantamiento. No es fácil resistir a la publicidad y la comercialización de nuestra cultura que reduce el horizonte de la vida humana al tener, ganar y gozar del momento.
Este año, en el centro comercial que yo frecuento, volvieron a levantar el pesebre tradicional (olvidado el año pasado). No tiene la prestancia del árbol de Navidad que se eleva en el centro mismo del mall y no llama tanto la atención como el trono del viejito pascuero. Pero las imágenes de la Virgen María, de San José, del buey, el burro, los pastores con sus ovejas, el pesebre con el niño Jesús, se iluminaron de manera muy particular en una oportunidad cuando unas profesoras de una escuela diferencial vinieron a sentar a todos sus alumnos en círculo delante este cuadro navideño. En medio de un público que iba y venía sin prestarles atención, las caras de estos niños, su tranquilad, sus ojos mirando con atención cada detalles del portal me actualizaron la auténtica Navidad. Estas profesoras fueron para mí los verdaderos ángeles. La inclusión de estos niños con sus vidas alternativas en medio del show comercial anunciaron que “Dios está con nosotros” (Emanuel).
Es difícil penetrar en este misterio de nuestra fe cristiana sólo con conceptos recogidos de los catecismos oficiales. Las doctrinas no logran, de por sí, comunicar lo prodigioso del descubrimiento de Dios que se hizo uno entre nosotros. Se requiere ponerle corazón, pero, en realidad, algo más que una inteligencia “emocional”, podemos hablar de una inteligencia “existencial” porque es toda nuestra vida que se ilumina.
Las ciencias humanas como la historia, la sicología, la antropología, la filosofía, la fenomenología, pueden parecer a veces desbaratar las vivencias religiosas pero en algunas oportunidades pueden también ayudar a centrar y purificar las manifestaciones religiosas. Pero sus análisis se mantendrán siempre fríos y poco motivadores.
En Navidad, todas las iglesias cristianas buscan crear ambiente especial en sus liturgias. Las Municipalidades, las organizaciones vecinas, quieren iluminar, a quien mejor, la Noche Buena. Las familias buscan reunirse en vivencias agradables. Todas las tradiciones ayudan los hombres a salir de la rutina abriendo perspectivas. Hasta las manifestaciones las más paganas pueden a veces abrir puertas para una consciencia cristiana que se creía olvidada. Es la magia del pesebre.
Para los que aprecian la música es fácil dejarse llevar por los cantos tradicionales de Navidad. “Noche de paz, noche de amor”, “Vamos todos a Belén”, “!Oh happy day ¡” … En la música clásica, sobresalen por ejemplo el “Halleluyah” de G. Friederich Haendel que desde 1741 exalta la alegría de la Navidad y mejor todavía su oratorio “El Mesías” que compuso en unas circunstancias muy particulares porque tuvo un derrame cerebral que le dejo unas secuelas de las que se recuperó lentamente pero logrando su recuperación, en tres semanas creó esta obra fantástica: dos horas de exaltación, de recitaciones, cantos de solistas con orquestra completo para exaltar los grandes misterios de la fe cristiana. Muchos momentos de esta obra son conocidos pero por cantarse en ingles no se advierte siempre que cantan palabras como estas: “El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande”…/ “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Tiene el poder sobre su hombro y se llamará su nombre `Maravilla de Consejero’, `Dios fuerte’, `Padre eterno’, `Príncipe de Paz’ (Isaías 9,1 ss). / Y otras del N.T. como: “Muerte, ¿dónde está tu victoria?”(ICor 18, 35)… /“Si Dios está con nosotros ¿quién podrá contra nosotros? (Rom 8,31ss).
Los que aprecian la pintura tienen también innumerables obras con el tema del pesebre. Quizás pueden descubrir entre todas las que nos entregan las paginas “web” como la “Navidad” de Gerrit van Honthorst (1620). Su juego entre oscuridad y luz es llamativo. Se puede descubrir otras obras muy especiales como por ejemplo la de Paul Gauguin “La Orana María”. Este ilustre pintor (poco cristiano) fue acogido por una comunidad católica a su llegada en la isla de Tahití en el tiempo de Navidad y pintó esta gran tela que integra el misterio de Cristo en la cultura indígena. Llama la atención el ángel que conduce dos mujeres hacia María que tiene el niño Jesús en su hombro. La mirada penetrante de María atrae mágicamente al espectador.
Muchos artistas, aun cuando no frecuentan mucho las iglesias supieron percibir y expresar el milagro de Navidad como para sensibilizarnos. Como ejemplo: de Violeta Parra, los últimos versos de sus décimas “Por el Nacimiento”,
“Ahí está la Virgen pura
Al lado de san José,
Con el Niñito son tres,
Se miran con gran ternura.
No ha habido ni habrá dulzura
Más grande en intensidad
Que la de la Navidad
Cuando bajó de los cielos
A darnos su gran consuelo
El Dios de la cristiandad.”
Feliz Navidad.
*Temuco, Chile