Hay 88 que ya no serán solo “conocidos por Dios”, como reza el epitafio grabado en 122 de las 237 cruces del cementerio donde se encuentran sepultados los restos de los soldados argentinos caídos en el conflicto por las Islas Malvinas de 1982. Ahora “también los hombres” conocen sus nombres. La Cruz Roja Internacional concluyó y entregó los resultados del programa humanitario que se proponía restituir la identidad a los caídos. En el conflicto con Gran Bretaña por el control del archipiélago del Atlántico Sur murieron 650 soldados argentinos y 255 ingleses. De ellos, 123 fueron sepultados en el cementerio de Darwin sin que se pudiera determinar su identidad. En diciembre de 2016 los gobiernos de Argentina y el Reino Unido firmaron un acuerdo que permitiera identificar los restos de los combatientes muertos en el campo de batalla, de conformidad con el derecho internacional humanitario. Desde entonces, y en diferentes momentos, un total de 107 familias argentinas dieron su consentimiento y ofrecieron muestras de ADN para que la misión de los forenses exhumara los restos sepultados para analizarlos. Entre el 20 de junio y el 17 de agosto 14 especialistas en identificación provenientes de Argentina, Australia, Chile, España, México y Gran Bretaña procedieron a desenterrar, recolectar y analizar los restos no identificados. Los estudios fueron realizados en un laboratorio dotado de alta tecnología, temporalmente instalado en el cementerio. Cada uno de los cuerpos exhumados fue colocado en un nuevo ataúd y sepultado en su tumba original el mismo día. Los estudios genéticos de las muestras y la comparación con las muestras proporcionadas por los familiares fueron efectuados por el Equipo de Antropología Forense argentino en la ciudad de Córdoba, setecientos kilómetros al noroeste de Buenos Aires. Paralelamente, dos laboratorios en Gran Bretaña y España se encargaron de garantizar la calidad del análisis de ADN. Los resultados fueron presentados hace pocos días a las delegaciones de Argentina y el Reino Unido en la sede de la Cruz Roja Internacional, en Ginebra, y permitieron restituir su nombre y apellido a más de dos tercios de las víctimas de la guerra. Los familiares podrán ahora acudir a la tumba de sus seres queridos. Como es sabido, las actuales autoridades de las Islas Falklan permiten los viajes de familiares de los caídos o delegaciones de los mismos. De menor simpatía gozan las misiones no oficiales y de naturaleza no política que solicitan el ingreso.
Hace apenas un año viajó una delegación argentina formada por Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz 1980, Nora Cortiñas, de las Madres de Plaza de Mayo y José María di Paola, el sacerdote villero conocido como Padre Pepe, precisamente en apoyo a la misión de la Cruz Roja Internacional que en los estos días presentó los resultados de su trabajo, para visitar y celebrar misa en el cementerio británico, y reafirmar que la zona del Archipiélago y las aguas circundantes son zona de paz desmilitarizada. La delegación tenía la esperanza de recibir señales igualmente amistosas de los habitantes de la isla y sus gobernantes, pero no fue así. A su regreso, los miembros de la Comisión provincial para la memoria se vieron obligados a admitir que habían encontrado un clima tan frío y hostil como el que impera en estas regiones situadas en el Atlántico Sur a 480 kilómetros del suelo argentino. “Intentamos acercarnos, pero hubo hechos agresivos contra nosotros, escritos y verbales” declaró Pérez Esquivel a su regreso. “Hemos comprobado que los británicos se han esmerado en borrar la memoria de los argentinos y antes de que nos fuéramos se ocuparon de sacar cualquier señal de nuestro paso, incluyendo el pañuelo de las Madres de Plaza de Mayo que dejó Nora. Nos hicieron sentir el peso de la discriminación”. Más amargas aún fueron las palabras de Nora Cortiñas, una de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo, que habla de una gran desilusión. “Vinimos amistosamente, en paz, en busca de diálogo y muchos habitantes están aleccionados para no aceptarnos, para rechazarnos y para tergiversar la verdadera historia de estas islas”. “Ni un solo gesto de amistad”, lamenta la dirigente de la línea fundadora, de ochenta y siete años. “Hemos visto un proceso de desmalvinización que viene desde la época de los militares” declaró a su vez José María di Paola. “Estuvimos en el museo, y allí dice “Nuestro próximo paso es la Antártida”. Callarse la boca no ha servido para nada en estos 35 años. Ni el silencio de los muchachos que volvieron, ni el de los gobiernos que piensan que en reuniones de unos pocos se puede encontrar la solución. Es un tema de toda la sociedad argentina, representantes de los partidos políticos, candidatos, sindicatos, organizaciones que luchan por el medio ambiente, realidades ecuménicas”.