Una mañana vi que llegaba a la villa miseria La Cárcova, en la periferia de Buenos Aires donde trabaja el padre José María Di Paola, una Virgen de tres metros de altura construida con desechos de metal. Era pesadísima, y debieron recurrir a una grúa y varios hombres para descargarla del camión y depositarla en lo que sería su altar durante las próximas semanas. El lugar es un espacio estrecho, de poco más de un metro de ancho, que delimita por un lado la pared lateral de una capilla, y por el otro las rejas de una gruta de piedra rústica dedicada a la Virgen de Lourdes. Cuando terminó el complicado operativo de descargar la imagen, me acerqué para ver de qué estaba hecha aquella Virgen monumental y tan pesada. Eran piezas de tractor, barras de hierro oxidado que probablemente venían de un taller ferroviario y cadenas colgantes sobre un manto de chapas, todas ellas desechos de hierro y acero que habían pasado por las manos callosas de obreros de industrias privadas y estatales, descartados a su vez por un modelo económico que tiene más consideración por la materia prima que por quien la trabaja. Nada sobraba en esa imagen gigantesca construida con sobras de producción.
En los días que siguieron vi gente, gente pobre de la villa, que después de rezar en la gruta de Lourdes iba a completar su rosario a los pies de aquella Virgen armada con hierros, con la cual establecían, sorprendentemente, una familiaridad inmediata. Tal vez porque reconocían algo de ellos mismos en aquellos sobrantes ensamblados que componían la forma venerada, a cuyos pies buscaban protección de los golpes de la vida.
El padre Pepe, el cura más famoso de las villas argentinas, ese domingo habló en la misa sobre la visita de la monumental Virgen de Hierro. Explicó que la enviaba el artista Alejandro Marmo, que “nos hará compañía durante casi un mes” y después debía continuar una peregrinación que la llevaría hasta los lugares más abandonados de la Argentina. Al terminar la celebración, casi todos los asistentes salieron al exterior de la capilla y se reunieron alrededor de la imponente Virgen. En los grupos que se fueron formando noté que algunos ya sabían quién era Marmo, pero la mayoría no. Recordaban algunas obras suyas que se encuentran en parques y plazas de Buenos Aires, sobre todo “La sonrisa de Evita que ilumina el sur” en la fachada del Ministerio de Desarrollo Social, sobre la famosa Avenida 9 de Julio, y la igualmente famosa Evita con el micrófono en la mano cuando habla a los trabajadores.
Los más “informados” habían leído que algunas obras de Marmo estaban expuestas en los jardines vaticanos, en Roma, que el Papa apreciaba su trabajo y que por su intermedio pronto vendrá a la Argentina una réplica de la Capilla Sixtina. Ese día, una de las muchas criaturas de Marmo – hay obras suyas expuestas en Italia, Austria, Japón, Santo Domingo, Chile y Uruguay – entraba a una villa miseria en la periferia de la periferia para encontrarse con los descartados de la sociedad. Marmo crea para ellos, para ellos recupera piezas de hierro de fábricas cerradas y talleres abandonados, y las ensambla como piedras de una construcción nueva. Resulta espontáneo recordar el Salmo 117 y la piedra descartada por los constructores que se convierte en piedra angular. Marmo rescata los desechos de la niebla del abandono y los recompone en formas veneradas, los rescata literalmente de un destino de descomposición para componer con ellos un sentido. El Papa comprendió perfectamente el significado profundo de las creaciones de Marmo cuando estaba observando dos obras suyas en los jardines de Castelgandolfo – el Cristo Obrero y la Virgen de Luján que se encuentran en la foto – y reconoció en ellas “un mensaje para el mundo: hasta que no vuelva el Hijo del Hombre no hay nada perdido, no hay nada descartado, todo tiene un significado dentro de la magnífica belleza de Dios”.
En “El arte como religión”, un libro dedicado a la obra de Marmo, el responsable del Departamento de Colecciones históricas de los Museos Vaticanos, Sandro Barbagallo, hace notar que reciclar objetos no es algo nuevo en las vanguardias europeas, desde Marcel Duchamp, inventor del ready mane, hasta las metamorfosis de objetos en Picasso, los ensambles de Arman o las herramientas agrícolas de Ettore Colla. Pero Marmo le suma su manera personal de plasmar una materia que no desea precisamente ser plasmada, la pliega sin despojarla de la violencia y la desesperación, y la convierte en un grito de salvación de los que viven en los suburbios del mundo.
Ahora se supo que Marmo firmó un acuerdo con los Museos Vaticanos para traer la réplica de la Capilla Sixtina a la Argentina. En México fue un éxito, parece que la copia tuvo incluso más visitantes que la auténtica. Si desde el fin del mundo Argentina ha dado un Papa a la Iglesia Universal, bien puede esta ofrecerle a la Argentina el Juicio Universal. Recientemente el padre Nicola Mappelli, director del Museo Etnográfico, realizó una visita oficial y se reunió en la sede la Fundación Marmo con la Secretaria de Cultura de la Nación para evaluar la factibilidad del proyecto, considerar los lugares apropiados para colocar la réplica y acordar los tiempos de instalación.
La Capilla Sixtina en Argentina será un gran evento. Lo será también para Marmo, promotor local del ambicioso proyecto para 2018. Pero aclara que él piensa que será un foco, una manera de llamar la atención. Lo que él desea es “fomentar una estética nueva del trabajo”. En su manera de entender, el trabajo es “el lugar de la salvación”, por eso quiere establecer una relación entre la obra de Miguel Ángel y su Fábrica de Arte. El propósito de fondo de su proyecto es “ofrecer una simbología artística a la Iglesia universal que mira al sur”. Él considera que el Cristo Obrero y la Virgen de Luján que realizó con material de descarte “son una metáfora de la realidad actual”. El arte mismo lo entiende como metáfora, la metáfora de un mundo embrutecido, desgarrado, depravado, mezquino, que debe ser elevado a la altura del Misterio. Marmo se siente testigo del tiempo histórico del Papa argentino que le abrió las puertas del Vaticano, que se sentó a su lado para verlo trabajar y le dijo palabras que él tradujo en formas concretas con sus creaciones. La última – para la crónica – es sobre el diálogo interreligioso, y será emplazada en el centro de Buenos Aires el 25 de noviembre.