San Judas Tadeo es el patrono de las causas imposibles y de las perdidas. Un santo, digo yo, para exiliados, para gente que se resiste a conformarse a lo posible y vive (aunque viva bien) en la pérdida.
Hablar de religión, o más bien de cristianismo, no es elegante. En cambio, la moda ofrece licencia para exaltar al Diablo en medio de una misa. Por si fuera poco, la corrección política sitúa al cristianismo y, sobre todo, al catolicismo, en las caducas y repudiables esferas del eurocentrismo y la heteronormalidad, cualquier cosa que esto signifique. Así que hablar de la devoción a los santos requiere cierta inclinación a la penitencia pública.
George Bernanos decía que los ateos eran muy aburridos, porque siempre estaban hablando de Dios. Sin embargo, en mi juventud a veces envidiaba la pasión de los argumentos de algunos ateos. Sobre todo, de los ateos con buenas lecturas. En la vehemencia y elaboración de su rechazo asomaba una realidad más allá de la negación. Como si ellos sintieran de manera más punzante la suprema presencia. Bueno, eran otros tiempos. Había disquisiciones sobre la ética de Bonhoeffer y se acorralaba al Espíritu Santo en las categorías de la física cuántica. En la duda crecía el misterio. Viene a cuento Francis Bacon: “Un poco de filosofía inclina la mente del hombre hacia el ateísmo; pero la profundidad en filosofía vuelca la mente hacia la religión”.
Lástima que ya la Iglesia no provoca grandes debates intelectuales. A la disolución de la doctrina en una especie de cartilla socialdemócrata que se reescribe según los caprichos del mundo, a la disminución de las vocaciones y a la escasa formación humanista y hasta religiosa de muchos curas de ahora les corresponden nuevas generaciones de ateos con un aparato teórico incapaz de trascender las parábolas del Génesis. Lo terrible es que ignoran por igual las virtudes de aquello que atacan y las virtudes de aquello que defienden.
A San Judas Tadeo se le atribuyen incontables milagros. ¿Qué es un milagro? Un ateo dirá que es la casualidad. La discusión puede ser infinita. Digamos que la casualidad nos ocurre pero el milagro se recibe. Una cosa es ganar la lotería y otra levantarse de entre los muertos. El francés Alexis Carrel, Premio Nobel de Medicina y precursor de los trasplantes de corazón, dio testimonio en el Vaticano, en 1902, de que la herida cancerosa de una mujer había cicatrizado debido a la oración en el Santuario de Lourdes. Carrel pudo haber dicho, sin riesgo de escándalo, que la instantánea curación era una casualidad. Para la mujer solo podía ser un milagro.
A mis hijos, nacidos en esta época de baja densidad lógica, les recuerdo con frecuencia estas palabras de C.S. Lewis: “Fui ateo por un acto de fe y me hice cristiano por fuerza de la razón”. Eso eleva la perspectiva. De todos modos, la razón te dice que si es imposible demostrar dónde está Dios, resulta aún más difícil demostrar dónde no está. Una vez le preguntaron al Dalai Lama si podía creer en la divina concepción de María. El Dalai Lama se detuvo en su jardín y arrancó una insignificante hoja de hierba. “Si usted cree que esto convierte la luz en azúcar”, dijo, “usted puede creer cualquier cosa”.
Mañana encenderé una vela para san Judas Tadeo en su hermosa iglesia melquita de la avenida Brickell. Una llama de gratitud por lo que es posible y de esperanza contra lo imposible. Nadie puede demostrar que sus ruegos son escuchados. Pero todos sabemos cuándo son respondidos.