En nuestro país somos muy agudos para describir los hechos. Es habitual ver en los medios de comunicación social, y casi al instante, los asaltos, los lamentables suicidios, la quema de Iglesias y bienes privados, las protestas con destrozos de los bienes públicos, los asesinatos, las estafas y los actos de corrupción y tantos otros males que nos aquejan día a día. Sin embargo somos lentos a la hora de preguntarnos por las causas que han llevado a estas situaciones que lamentamos tanto. Detrás de cada acto de violencia se esconde mucha rabia, desazón, ausencia del sentido de la vida e indignación. La pobreza, la sensación de exclusión y segregación, la falta de oportunidades, van cuajando un escenario y un ambiente social que concluye en violencia. Si a ello le sumamos liderazgos débiles y además involucrados en acciones reprochables, promesas no cumplidas y expectativas que no han llegado a puerto, por ejemplo entre los 600 mil jóvenes que no estudian ni trabajan, el panorama se ve poco esperanzador. En vez de que cada uno se pregunte de qué manera directa o indirectamente ha contribuido a generar un ambiente -en el trato, los gestos, las palabras- que potencie estos lamentables hechos, muchos han optado por encerrarse en sus casas llenos de alarmas, guardias, alambres púas, electrificaciones varias y sistemas de vigilancias por doquier. Algunos ya están promoviendo el uso de las armas. Se ha optado por encerrarse en sí mismos y sus reducidos ambientes en vez de mirar los hechos, que tanto daño causan, con los ojos de quién quiere colaborar para que nunca más ocurran.
Una de las causas de estos graves hechos está, en mi opinión, en que nos enseñan de pequeños a leer la historia y la sociedad en primera persona del singular y no en primera persona del plural. El interés personal prevalece por sobre el interés común y no se vincula por ninguna parte el proyecto personal con proyecto social de mayor alcance.
Quienes prevalecen en este contexto son los más fuertes, que suelen tener mayor nivel de educación formal y recursos financieros. Los otros van quedando a la vera del camino. Allí se cuaja un corazón adolorido que se manifiesta a través de la violencia en sus diversas formas. En cierto sentido se rebela. Los grafitis que dicen “junta rabia” o “sin ley ni Dios” grafica esta situación.
Estamos viendo una verdadera rebelión de quienes sienten que han sido dejados fuera de la comunidad. La inequidad en todo sentido que vivimos en Chile y la ausencia de un horizonte de futuro ha llevado a las situaciones antes descritas. Los niños, los ancianos, los pobres, los enfermos, son objeto de algunas ayudas asistenciales, cuya máxima expresión del poco interés que suscitan es la donación de un par de pesos en el supermercado o la farmacia. Así no sólo no llegaremos a ninguna parte sino que la violencia se acrecentará.
Hay una relación directa entre la justicia distributiva y la paz social. La inequidad en el más amplio sentido de la palabra es la raíz de los males que nos aquejan día a día. Creo que urge cambiar la mirada de la sociedad. Si pudiéramos observar, juzgar y actuar en términos comunitarios la realidad sería otra. Ello exige fortalecer la familia y reconocerla como el lugar donde se aprende a vivir no sólo con los demás sino para los demás. Esta es una urgencia primaria.
La ausencia de referentes familiares de los jóvenes se ha hecho sentir. Se sienten solos, sobre exigidos y con un futuro incierto. Chile es un país con altos índices de suicidios juveniles. El incremento del consumo de alcohol, de droga y el alarmante aumento de enfermedades de transmisión sexual entre los jóvenes, dan cuenta de este vacío existencial y su falta de esperanza. Pero, por otro lado, lo que más anhelan es tener una familia. Las políticas públicas que se intentan al margen de esta realidad, que no ponen en primer lugar a la persona y sus anhelos más profundos, resultan inconducentes y contraproducentes.
En segundo lugar urge una solidaridad más activa de todos. La solidaridad no es un mero sentimiento sino que una categoría fundamental para promover y lograr el bien común. El lujo y la ostentación de algunos, y su indiferencia frente a la pobreza de otros, es irritante. No podemos pedirle al Estado lo que también le corresponde realizar a la sociedad civil y sus organismos intermedios.
Por último, los adultos hemos de preguntarnos seriamente y en comunidad qué mundo le estamos dejando a las futuras generaciones y sin con nuestro actuar lo mejoramos o empeoramos. Esa pregunta y su adecuada respuesta es la esperanza de un Chile mejor. Es para todos, pero debe ser respondida por cada uno, porque no hay nada más personal que el mérito y la culpa. Soy un convencido de que la solidaridad es el nuevo nombre de la paz y es mejor correr más despacio pero llegar todos juntos a la meta que cada uno por su lado, y además haciendo zancadillas -corrupción, cohecho, coimas- para llegar primero.
La pregunta de fondo que debemos responder es ¿qué nos une a todos los que habitamos en Chile? Pareciera ser que nada, salvo que cada uno busque y logre su propio interés. Lastimosamente, nos une el pensar en categorías individuales y no en categorías comunitarias. Ese es el gran drama de Chile.
Sin duda la visita del Papa puede ser una gran oportunidad para reavivar la fe en Dios y reconocerlo como aquel que nos vincula a todos como hermanos porque Él es el Padre. Esperamos que logre hacernos ver que el centro de toda acción social, política o económica ha de ser el hombre y su dignidad. Y que nos reconozcamos como parte de un proyecto común que según el querer de Dios implica trabajar por lograr mayor justicia en los amplios campos de la vida del País.
Ello implicará repensar nuevamente la educación. En mi opinión está demasiado centrada en la competencia. Debiese estar más preocupada por descubrir los carismas, destrezas y habilidades de cada alumno y ayudarlos a reconocer en ellos un don que está llamado a convertirse en un don para todos. El colegio es el lugar donde se aprende a reconocer que sobre el conocimiento grava una hipoteca social y que su plena humanización se cumple cuando éste se convierte en servicio a los demás.
Familia y educación, desde un horizonte teológico, es la posibilidad que tenemos de salir del pantano en el que estamos. Y eso es posible porque Chile, aunque lo nieguen algunos, es un país religioso. En enero lo vamos a demostrar saliendo a las calles y plazas a saludar a Francisco.
*Fernando Chomali Garib, Arzobispo de Concepción, Chile.