Mientras el jefe del gobierno cívico-militar de Venezuela Nicolás Maduro definía ayer el resultado de las elecciones para renovar los 23 gobernadores de las regiones del país como “una proeza moral y política”, la señor Tibisay Lucena, Presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE) anunciaba el triunfo de los chavistas, aclarando que «con el 95,8 por ciento de las actas escrutadas tenemos ya 22 estados donde la tendencia es irreversible» (17 del partido de Maduro, 5 de las oposiciones y uno por definir). “A partir de este momento la Junta Nacional Electoral autoriza a la Juntas regionales para que se proceda al siguiente paso de adjudicación y proclamación de ganadores”. A continuación, Lucena agregó un comentario personal de elogio sobre la “gran participación inesperada” en esta elección, que fue del 61 por ciento de los empadronados. La afluencia, relevó la presidente del CNE, “nos ratifica a nosotros mismos y a todos los países que han venido a acompañarnos en este proceso una vez más este talante democrático que tiene todo el pueblo de Venezuela».
Obviamente, como habían previsto todos los analistas en el caso de un escenario como el que ya es oficial y consolidado, que se consideraba improbable hasta el domingo, la oposición denunció inmediatamente un grave y gigantesco fraude en las operaciones de votación, y Maduro, hablando desde el Palacio de Miraflores en Caracas, ordenó una auditoría general para calmar “los gritos de fraude que desde ya han lanzado algunos dirigentes de la derecha».
Todos los partidos de la oposición – a los cuales los sondeos aseguraban entre 15 y 18 gobernadores – ya hicieron saber que no reconocen la validez de los resultados anunciados en razón de «todas las violaciones de la ley que se cometieron durante el proceso». La Mesa de Unidad Democrática en particular, acusó a la Comisión electoral de tener “un sistema tramposo, que no es transparente, que representa una condiciones abusivas de quien detenta el poder».
¿Qué alternativas se abren ahora para la oposición?
Es evidente que en Venezuela, con las elecciones del domingo, la ya larga, confusa y caótica crisis se ha vuelto aún más críptica y prácticamente insoluble con los parámetros clásicos de la racionalidad política. La situación de la oposición es grave. Por un lado, si no puede demostrar de manera irrefutable el enorme fraude electoral de Maduro, ha perdido el voto popular (al que a menudo se ha remitido), y por el otro, si acepta las elecciones que pensaba ganar por amplísimo margen, ha agotado cualquier recurso comprensible para la opinión pública democrática, interna e internacional. A la oposición no le queda otro camino que insistir, y sobre todo demostrar, que Maduro perdió y que el “triunfo” que proclama solo es el resultado de un gigantesco fraude. Pero es una perspectiva impensable y casi imposible de lograr. Todo indica, por ahora, que el triunfo de Maduro es sustancialmente honesto.
La oposición venezolana intentará, como ya se lee en algunas declaraciones de las últimas horas, “internacionalizar” esta fase de la crisis y con toda probabilidad podrá convencer a Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea y los 12 países latinoamericanos del Grupo de Lima, pero no se entiende bien qué podría hacer este frente del cual, entre otras cosas, la mayoría aconsejó siempre a las oposiciones venezolanas que no participaran en las elecciones regionales, porque “de una manera u otra, Maduro saldría ganando”. Los principales representantes de las oposiciones, y junto con ellos la Iglesia Católica del país, el Cardenal Urosa y Porras, y numerosos obispos, siempre afirmaron que era necesario participar para crear un precedente electoral victorioso y obligar a Maduro a convocar elecciones presidenciales anticipadas. Grave error con consecuencias imprevisibles. La actual situación vuelve a abrir el capítulo sobre la relación del Papa Francisco con la mayoría de los obispos de Venezuela. En este campo se plantean muchos interrogantes cuyas respuestas son determinantes para un posible, pero improbable, rol de la Santa Sede. Precisamente hoy en el Vaticano el Ministro de Relaciones Exteriores de México, Luis Videgaray, que está realizando un sondeo preliminar para una eventual mediación de su país, recibió como respuesta: apoyamos todo tipo de diálogo, pero por el momento es mejor esperar para ver cómo se decanta la nueva e intrincada situación postelectoral.
Es muy probable que Maduro recurra de nuevo al método del palo y la zanahoria, sin ceder ni un milímetro. Las próximas horas son decisivas para comprender si todavía existe la oposición y sobre todo de qué es capaz y qué puede hacer.