Tanto en el Vaticano como en Chile se sabe el enorme daño que causó Fernando Karadima a los jóvenes abusados sexualmente en la parroquia a su cargo durante décadas y cómo estos graves delitos, que todavía no han terminado, siguen afectando negativamente la credibilidad y la misión de la Iglesia chilena, sobre todo en Osorno y en el disímil mundo juvenil. Lamentablemente, como dicen las mismas víctimas y los especialistas en tan delicado tema, estos deleznables comportamientos persisten. Prueba de ello son los nuevos casos de pederastia que actualmente afectan a la Congregación de los Hermanos Maristas, cuyo carisma es educar a los jóvenes. ¿Habrá más denuncias? La respuesta más probable es un doloroso “sí”. Como ya se ha visto en Santiago, Buenos Aires, Barcelona…
A la luz de los hechos denunciados recientemente por la Congregación, cuesta entender por qué se ocultó durante tantos años el caso del Hno. Abel Pérez, quien hace más de diez años confesó sus abusos sexuales contra alumnos del Instituto Alonso de Ercilla y del Colegio Marcelino Champagnat. Sin embargo, no se lo denunció ante los tribunales eclesiásticos ni civiles sino que, por el contrario, salió de Chile con el claro propósito de no rendir cuentas del crimen de haber abusado por lo menos de 14 jóvenes estudiantes.
Hace más de cien años que el objetivo misionero fundamental de la orden Marista en Chile son “los jóvenes a los que queremos servir, especialmente los más desfavorecidos, la tarea de evangelizar a través de la educación y nuestro carácter propio como Marista…”. (Comisión Internacional Marista de Educación – 1998). Pero en forma temeraria e ignorando su propio carisma heredado de san Marcelino Champagnat, algunos representantes de la Congregación declararon que “No teníamos en ese momento esa sensibilidad, esa de denunciar. No se nos pasó por la mente”. Y, que están agradecidos “de todo el trabajo del Hno. Abel…”. ¿Esta curiosa explicación que acompaña el pedido de perdón es seria y aceptable?
Ante el estupor y rechazo que causaron estas declaraciones de la plana mayor de la Orden Marista provincia de Chile, recuerdo lo que comentó un religioso de esa misma Congregación a raíz de abusos sexuales cometidos en colegios Maristas Catalanes: “La experiencia de los abusos trastorna la percepción real de las cosas, hunde en la vergüenza y en el desconcierto, sume en un silencio de gritos enmudecidos. Ni la red escolar ni el hogar de la familia han sabido adivinar unas interioridades infantiles destrozadas. Sufrimiento, mucho sufrimiento…Las heridas en las víctimas siempre son graves. El tratamiento en el pasado era a menudo muy deficiente. Ahora estamos en el camino adecuado y hay que recorrerlo con determinación. Todas las instituciones deben remar en la misma dirección: detectar, reconocer, denunciar, curar…Tareas indispensables para cicatrizar las heridas”. (Hno. Luis Serra; Teólogo Marista y psicólogo).
La perversidad del abuso sexual y sus complicidades. Hace pocos días Fernando Karadima sufrió un infarto y se encuentra internado en el Hospital Clínico de la Universidad Católica. La noticia fue comentada en diversos ambientes cristianos y se ha planteado una legítima pregunta: ¿Hablará finalmente con la verdad, reconocerá sus crímenes y pedirá perdón por todas las perversidades sexuales cometidas? No se sabe. Pero sí sabemos que deja un reguero de desgracias, injusticias y calamidades en tantos, dentro y fuera de la Iglesia. Es el alto costo que está pagando la jerarquía de la Iglesia chilena por no haber enfrentado el drama de la pedofilia en los clérigos con verdad y justicia. Más bien esa jerarquía, encabezada por el Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa, desde su pedestal de poder optó -durante años- por la permisividad y el silencio encubridor.
Hay otro ángulo heredado de estos escándalos de abusos y poder relacionado con la enorme influencia que tuvo en las más altas instancias de la Iglesia el presbítero Fernando Karadima desde 1980 hasta 2006 desde su estratégico puesto en la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, más conocida como El Bosque. Me refiero al nombramiento de nuevos obispos, en lo que él tuvo un papel preponderante junto con el Nuncio de aquella época, monseñor Angelo Sodano. Son varios los nombres que respondieron a los deseos íntimos de Karadima, entre ellos Juan Barros Madrid, quien hoy es titular en nuestra Diócesis de Osorno y fue nombrado contra el parecer de la Conferencia Episcopal y rechazado por un considerable número de feligreses y ciudadanos de esta bella porción eclesiástica en el sur de Chile.
Ante esto no podemos callar, hay que decir en conciencia lo que tantos dentro de la Iglesia ya saben. Desde mi modesta posición laical lo repito con la debida prudencia; con o sin Karadima en esta tierra ya se ha hecho un enorme daño a la institución eclesiástica, que no solo se refleja en los altos índices de desaprobación y falta de credibilidad en lo que dice o hace la jerarquía católica local. El asunto es más profundo y tiene que ver con un “modelo” de Iglesia que logró instalar Karadima y su selecto círculo de poder. En consecuencia, pasarán muchos años hasta que la Iglesia recupere su verdadero sentido de servicio para el bien de los que más sufren…Y con menos apego a la férrea doctrina, dogmas y cánones que a veces entorpecen o retardan la misión sencilla y humilde a que está llamada.
Atender el clamor de un nuevo Obispo para Osorno. En reiteradas oportunidades he expuesto las razones de la demanda de un nuevo Obispo para la Diócesis de Osorno; del mismo modo, he denunciado que la Conferencia Episcopal no ha tomado las medidas adecuadas para no perpetuar el “modelo” de Iglesia que implantó Karadima en sus largos años de párroco y director espiritual de varias generaciones de seminaristas. Al respecto es bien conocida la clara posición de la Comunidad de Laicos y Laicas de Osorno que desde hace años vienen solicitando -con sólidos argumentos y variadas acciones no violentas- que la Diócesis no continúe al mando de un Obispo que fue impuesto, no querido por la mayoría de la grey y que no cuenta con el respaldo unánime del personal consagrado en esta provincia eclesiástica, sino que, por el contrario, su presencia en el trabajo pastoral cotidiano produce división, confusión y escándalo.
Pero ahora, a las puertas del Te Deum y de la visita del Papa a Chile, nuestra petición se vuelve más urgente y tiene un sentido diferente. Urgente, porque algo tendrá que decir el Papa cuando venga a Temuco, nuestros vecinos lo esperan y también nosotros desde Osorno diremos lo que tenemos que decir: ¡Queremos un nuevo Obispo! Y un sentido diferente porque cada día que pasa y ante los nuevos casos de abusos sexuales por parte del clero, una mayoría ciudadana entiende mejor nuestra lucha y expresa de una u otra forma su solidaridad activa y pacífica. Es lo razonable cuando una causa es justa. No tolerar la pederastia ni la complicidad con ella es lo justo y necesario, así lo siento desde mi perspectiva cristiana, considerando que estamos ante un problema ético-moral mayor.
En esta oportunidad deseo compartir un importante dato estadístico que me parece adecuado recordar y reconocer: en enero de 2014 la Santa Sede expuso oficialmente que durante los años 2011 y 2012, durante el pontificado de Benedicto XVI, la Santa Sede oficialmente expulsó a cerca de 400 sacerdotes por temas relacionados con el abuso sexual de menores en diversas partes del mundo. El propio vocero papal de la época, P. Federico Lombardi, reconoció que esta aseveración y la cifra expuesta eran correctas y, por cierto, tuvo la expresa aprobación del Papa Joseph Ratzinger.
Sin ánimo de polémica inconducente, pero en honor a la verdad: ¿A cuántos clérigos abusadores y pederastas reconocidos ha expulsado de la Iglesia el actual pontífice? A todos -Iglesia y pueblo de Dios- nos haría bien saber que se continúa con esa justicia sustentada en la “tolerancia cero” ante la “lacra de la pedofilia” que se viene, sistemáticamente, practicando desde hace décadas en la Iglesia; además, sería una forma efectiva de transparentar estos crímenes ayudando, poderosamente, a recuperar la confianza en una institución que está llamada a ser creíble y profética tanto en su palabra como en su praxis de difundir y proclamar el Evangelio de Jesús en la tierra.
*Laico ignaciano de la diócesis chilena de Osorno