El gobierno de Bolivia, confirmado por la Santa Sede, dio la noticia: a mediados de diciembre el presidente Evo Morales será recibido en audiencia por el Papa en el Vaticano. Ese mismo mes, Bergoglio debería entrevistarse con la presidente de Chile, Michelle Bachelet, y dentro de pocas semanas llegaría la confirmación de la Santa Sede sobre dicho compromiso.
Para Evo Morales la próxima visita marca un récord personal: será la sexta vez que el mandatario boliviano se encuentra con el Pontífice, y en este sentido pasa a formar parte del restringido elenco de las personalidades que han estado mayor cantidad de veces con el Papa argentino. En esta oportunidad no deberíamos esperar particulares sorpresas, pero la cuestión es más compleja porque, cuando se trata de Morales, hablamos de un político que en varias oportunidades ha creado situaciones embarazosas para la Santa Sede y el Papa. Evo Morales es un importante líder político y sobre todo un hombre de gran carisma social, que posee algunas características poco comunes en el actual panorama político latinoamericano: es un orador enérgico y convincente, utiliza un lenguaje directo y sin mediaciones diplomáticas, es un polemista intransigente y a menudo despiadado.
Otra característica del presidente boliviano, especialmente en su relación con el Vaticano y el actual Pontífice, tiene que ver con una considerable falta de escrúpulos para manipular estas relaciones, adaptándolas a sus intereses políticos y geoestratégicos. Por ejemplo, durante mucho tiempo consiguió mantener la impresión de que tenía una especie de “relación privilegiada” con el Papa Bergoglio, y explotar esta particular amistad para marcar puntos a su favor en la larga controversia que desde hace más de dos siglos enfrenta a Bolivia con Chile por la “salida al Pacífico”. En los últimos años el gobierno de Santiago de Chile ha sido tan desconfiado y precavido, en razón de esta presunta relación de la que Morales hacía alarde, que indujo al gobierno de Michelle Bachelet a postergar la invitación al Papa Francisco para que visitara el país, invitación que recién llegó al Vaticano el miércoles 1 de junio de 2016.
Al contrario de lo que se afirmó posteriormente, el gobierno chileno nunca había invitado todavía al Papa Francisco, e incluso en dos circunstancias emisarios oficiales del gobierno de Santiago concurrieron a la sede del episcopado chileno para convencer a los obispos de que retiraran la invitación que habían enviado a Roma. La razón de tales prolongadas dilaciones tiene nombre y apellido: Evo Morales. Santiago consideraba en aquel momento que el presidente boliviano obtendría mayor rédito político que el gobierno chileno cultivando esta particular amistad con el Santo Padre.
Obviamente, fue un rotundo error político y de evaluación. El gobierno chileno atribuyó al Papa intenciones y proyectos que nunca tuvo, y su exagerada “obsesión” lo llevó a leer de manera completamente equivocada algunos momentos de la visita que Bergoglio hizo a Bolivia en julio de 2015. En esa oportunidad, la referencia genérica que hizo el Papa a la necesidad de diálogo para resolver las controversias entre dos interlocutores se interpretó en Chile como un apoyo a la causa boliviana.
Durante mucho tiempo el gobierno chileno se resistió a aceptar la idea de que la Santa Sede, en esta controversia con Bolivia, era verdaderamente neutral. Al mismo tiempo, tampoco evaluó adecuadamente una consideración técnica del Vaticano: que la cuestión de la “salida al mar” en este momento está pendiente de una sentencia del tribunal de La Haya. No siempre Santiago evaluó bien esta posición vaticana, perfectamente justa y correcta, y sobre todo coherente con la secular línea de acción diplomática de la Sede Apostólica. A veces los chilenos se han desorientado con la verborragia de Morales que alardeaba con apoyos vaticanos inexistentes o, como confirmó en los últimos días, trayendo a colación una también inexistente “mediación” vaticana. La Santa Sede nunca concedió nada de todo eso ni lo hará en el futuro, lo que confirma, hoy como ayer, que es fundamental distinguir la verdad de la propaganda.
La visita de Evo Morales al Vaticano, por lo que respecta a la diplomacia de la Santa Sede, no ofrecerá ninguna novedad especial y lo mismo ocurre con la presidente chilena Bachelet, que se llevará a cabo pocas semanas antes de la que hará el Papa a Chile, entre el 15 y el 18 de enero de 2018. La cuestión, en todo caso, será otra muy distinta: cuál es el mensaje que querrán transmitir los gobiernos de La Paz y Santiago a sus respectivas opiniones públicas, dentro de las cuales, tanto en una como en otra, hay sectores políticamente intransigentes que durante décadas construyeron su propia fortuna política explotando la vieja controversia marítima entre los dos países. Pero en esto, el Papa y la Sede Apostólica no tienen nada que ver.