En primer lugar, cualquier balance de la visita del Papa Francisco a Colombia debe poner en evidencia que Jorge Mario Bergoglio le ha dado a esta nación una visibilidad mundial que será de gran ayuda para el proceso de pacificación y reconciliación. Como se puede leer en la prensa local en estas horas, Colombia ya no se siente sola ante su drama y ante el desafío más decisivo que ha tenido desde el día de su independencia nacional en 1810. A los ojos del mundo, Colombia ya no es solo violencia, guerrilla y narcotráfico. Hoy Colombia también es, y sobre todo, voluntad de superación, de salvación nacional, de futuro. Como decía el lema de la visita papal: en estos días ¡se ha dado el primer paso!
Segundo. En Colombia la “cuestión de la paz”, entendida como pacificación que debe conducir a la reconciliación, en poquísimos días se ha convertido en una situación existencial compartida, en un problema de todos, en un trabajo para todos, y el magisterio y ministerio del Papa han sustraído a los cálculos y conveniencias de la política (en particular partidaria) el gran tema de la paz. Hoy en Colombia, la paz y la conquista de la paz es una tarea para todos y de todos, y ya no un tema de especialistas y otros grupos de elite. En otras palabras, “paz y reconciliación” son conceptos que han entrado en la cotidianidad de los colombianos y ya no están limitados a los políticos y los hombres de Iglesia.
El tercer punto relevante es que, como consecuencia de lo anterior, la paz no solo resulta algo deseable sino también posible. Vale decir que la paz en Colombia – la reconciliación entre los colombianos – tal como ha enseñado Francisco – es la única vía cierta y posible. Los muchos y variados argumentos, consideraciones y reflexiones del Papa han resultado convincentes no solo porque los ha planteado él, sino también porque han sido mensajes elegidos con sabiduría y orientados directamente a la conciencia de cada uno. “Hace mucho tiempo que no se hablaba de la paz de una manera tan límpida y sin demagogia”, escribe un editorialista colombiano, que con dolor y amargura agrega: “En nuestro país la guerra fue tan atroz que llegó a contaminar incluso las esperanzas de paz. Muchas veces esta guerra ha usado la paz para continuar la guerra”.
Cuarto. El Papa Francisco, y probablemente esta es la obra maestra de su magisterio en Colombia, ha logrado separar con nitidez radical la paz de la guerra, presentando la pacificación y la reconciliación no solo como la verdadera salvación de la nación colombiana sino sobre todo como las únicas verdades capaces de derrotar las mentiras y las trampas de los que construyeron su propia fortuna, de todo tipo, convirtiendo a Colombia en “la jungla de la muerte, del odio y del antagonismo”. Bergoglio ha exhortado a la paz necesaria y posible introduciendo en el proceso los dinamismos de la justicia y de la verdad, elementos que permiten que esta aspiración sea un objetivo verdadero.
Quinta consideración. En un país como Colombia hace muchos años que entre la vida y la muerte ya no hay diferencia. En la medida en que la vida ha perdido todo valor, seriedad y severidad, morir por el ataque de un niño-killer al que le pagaron 5 dólares o por un joven drogadicto que recibió una dosis de cocaína a cambio, es algo “normal”. Francisco ha devuelto substancia, solemnidad, relevancia y sacralidad a la vida, porque está convencido de que ese es el verdadero punto de partida. Si Colombia no retorna a la centralidad única, inviolable e irrepetible de la vida, don supremo de Dios, no podrá conocer nunca la paz y la reconciliación. Esa es la principal verdad que ahora debe echar raíces y dar frutos en el país. Y esa tarea le corresponde sobre todo a la Iglesia local, en cuyas manos se encuentra el éxito del viaje del Papa.
Sexto. La pedagogía de la paz y de la reconciliación que Francisco ha predicado de un extremo al otro del país fue inmediatamente comprendida, por todos, porque la explicó con mansedumbre y honestidad, sin retórica vacía y sin ocultar ni fingir nada. Desde el principio el Papa afirmó que la paz es más difícil que la guerra. Después, de diferentes modos, con sensibilidades diversificadas pero muy profundas y cuidadosas, con palabras y citas elegidas con pasión amorosa, ha trazado con humildad y sinceridad los caminos que conducen a los verdaderos, últimos, sólidos y duraderos fundamentos de la reconciliación: verdad, justicia y perdón. No ocultó en ningún momento estos conceptos ni lo que significa cada uno.
Séptimo. El Papa Francisco fundamentalmente ha leído con “disciplina metodológica” todos los textos, 13 en total, que había preparado con sus colaboradores y con el apoyo de un equipo episcopal colombiano. Es una señal clara de que estaba satisfecho de lo que se había logrado elaborar y traducir en “comunicación”, mensajes para transmitir y difundir. En los textos está el corazón, la pluma y el estilo del Papa Bergoglio, y el pueblo colombiano lo comprendió desde el primer momento. En la alocución de Francisco, entre él y las personas presentes, muchas veces cientos de miles, se registró siempre alta sintonía, participación y coincidencia. Francisco quería darse a entender y lo ha logrado. Además, considerando cuán difícil era el camino para plantear los temas de la paz, el perdón y la reconciliación, hay que destacar que se trató de un éxito pastoral enorme.
Por último, nos parece que en un balance esencial resulta necesario y oportuno terminar con una consideración que en modo alguno es descontada. Muchos periodistas extranjeros que entrevistaron ciudadanos colombianos recibieron una respuesta significativa: “Francisco nos habla de la paz verdadera, concreta, de cada día, de la que nos interesa a nosotros, la que nosotros queremos. En lo que él dice se puede ver que sabe perfectamente lo que nosotros hemos perdido con la guerra”.
Estas respuestas demuestran que el mensaje del Papa ha sido bien comprendido. Ha llegado y sobre todo ha entrado en sintonía con los anhelos y esperanzas de una nación sumida en la desconfianza y la resignación. “El huracán Bergoglio” – definición de Ingrid Betancourt – ha tenido el enorme e histórico mérito de poner en pie a un pueblo extenuado y al mismo tiempo indicar a todos un horizonte mejor, verdadero y al alcance de todos.