Globalización es un término moderno, que empezó a ser de uso común hace poco tiempo. Las diecinueve comisiones en que se subdividió la segunda Conferencia General del Episcopado, en 1968 en Medellín, tenían conciencia de que se estaba cerrando una época; pero en esa sede la globalización tenía principalmente el rostro “del imperialismo internacional del dinero”, como dirán los obispos en el documento final. Para un uso más apropiado del término “globalización” hay que esperar hasta la Conferencia de Puebla en 1979. Allí se habla de “desafío global” en referencia a una nueva época de la historia humana. En el lenguaje de Puebla, el término “globalización” está asociado a expresiones como “nueva universalidad” o “cultura universal”, que casi siempre se perciben como algo amenazante que avanza irremediablemente, nivelando y uniformando todo lo que encuentra a su paso. La invitación a “escrutar los signos de los tiempos” que hace el Papa Wojtyla en Santo Domingo en 1992, lleva a los obispos a ver la “interrelación planetaria” como uno de los rasgos principales, también para América Latina, y eso los conduce a insistir en el valor positivo de la integración del continente. Pero Santo Domingo se orienta más a celebrar los cinco siglos del descubrimiento y evangelización de América Latina que a comprender el nuevo orden unipolar que se está consolidando. En este sentido “globalización” no deja de ser/sigue siendo un término nuevo para la Iglesia latinoamericana.
Es un vocablo que se populariza definitivamente en los años ‘90, incluso en la Iglesia. Comienza a adquirir ciudadanía a partir del intelectual católico canadiense Marshall McLuhan, durante el Concilio Vaticano II, con su conocida y ampliamente comentada perspectiva de la “aldea global”, formulada en 1964.
En 1992, durante la Conferencia de Santo Domingo, el escenario ya era global: el colapso de la segunda potencia mundial, la URSS, era reciente, y el modelo económico neo-liberal-capitalista se imponía ideológicamente sin competidores; la misma China, heredera del mundo socialista, asimilaba a un ritmo cada vez más acelerado la economía de mercado y abría las puertas a los capitales occidentales…todo esto era fenoménicamente visible, pero no se percibía a fondo la estructura compleja del nuevo escenario mundial.
Antes del ’89 el término “globalización” implicaba, como máximo, cierta alarma por una economía de mercado liberal con pocos frenos y aún menos vínculos.
Pero fíjese bien: la economía de mercado tenía vigencia sólo en una parte del planeta; en el resto prevalecía el régimen de planificación centralizada del estado. Sólo después del ‘89 el término globalización pudo designar con propiedad todo el conjunto, y entrar en el lenguaje común y corriente. Por eso, en 1992 estamos todavía en los comienzos de la circulación de este vocablo.
Sin embargo, la palabra “globalización” designa una realidad no tan reciente.
El primer movimiento globalizador lo constituye el largo proceso de difusión de la presencia humana sobre el planeta, que duró doscientos cincuenta mil años. Es un fenómeno que se puede rastrear hasta los orígenes de la humanidad, con el homo sapiens que desde África Oriental se desplaza, a pie, hasta Medio Oriente, y luego hasta Europa y Asia, pasando por las islas de Indonesia hasta Australia; casi contemporáneamente una segunda corriente migratoria llega a Bering y desde allí a América.
Es la primera globalización mundial, hecha a pie, lentamente, en el lapso de decenas de miles de años, que la memoria humana privada aún de la escritura no pudo registrar y fijar en el tiempo como crónica. Sólo pocos hombres designados para esta tarea, una elite especializada en cada tribu, lograron conservar, repitiendo oralmente, algunas memorias de 300-400 años de antigüedad a lo sumo; pero a medida que el tiempo transcurría, la historia conocida se deshilachaba perdiendo fragmentos poco a poco, convirtiéndose en flecos de siglos de historia. Hasta que el hombre puebla toda la tierra y, llegado un momento, inventa y perfecciona la escritura.
La escritura amplía en forma gigantesca la capacidad y la exactitud de la memoria; escritura y memoria son el secreto de la segunda globalización, esta sí histórica y autoconsciente. Además, no ya a pie sino sobre el océano. Las naves -carabelas, galeones, bergantines- convirtieron a Europa en el centro del mundo.
¿De dónde partiría para hacer entender, hoy, el extenso recorrido que está detrás del término globalización?
De Portugal y Castilla. Si la primera globalización, la que se hizo a pie, terminó en el continente americano, la segunda globalización, la oceánica, comienza justamente con América. Puede haber muchos otros puntos de partida, pero para nosotros, latinoamericanos, el más cercano es el descubrimiento. Cuando los españoles llegaron a estas tierras encontraron las ecúmenes inca y azteca, dos unidades con un determinado grado de desarrollo, en cierto sentido análogas al imperio romano, aunque no estuvieran tan avanzadas como éste. Los españoles, cuando tocaron tierra en estas latitudes, se encontraron con Imperios que unificaban múltiples pueblos y variadas lenguas, como parte del movimiento que tiende a la paulatina realización de la ecúmene definitiva.
Globalización y ecúmene; ¿los está usando como sinónimos?
En cierto sentido lo son; la globalización moderna es la perfección de las ecúmenes antiguas, escasamente o para nada comunicantes entre ellas, como Europa, China, India, los Incas, los Aztecas. Aquellos sujetos históricos no podían saberlo porque no tenían una idea precisa de los límites del globo. Los Incas y los Aztecas dominaban grandes zonas, en cuyos márgenes estaban los “bárbaros”, los “incivilizados”; ignoraban la existencia de otras ecúmenes; no tenían noticia de China, no sabían de la existencia de África, no podían imaginar la existencia de Roma; por lo tanto no podían pensarse sino como centro del mundo.
Es decir que se trataba de “islas ecuménicas”, muy vastas en ciertos casos, pero siempre islas.
Entonces la globalización tiene como característica singular que sólo puede ser entendida a posteriori…
A posteriori, es verdad. Existe globalización cuando un círculo se cierra y se vuelve imposible que exista otro. Para el planeta Tierra, el círculo se cerró en los comienzos del siglo XX, excepto por los dos polos de hielo. A partir de ese momento se debe hablar de una sola ecúmene mundial, hoy dividida en casi doscientas entidades estatales.
A fines del siglo XV, Castilla y Portugal rompen el asedio musulmán y comienzan las grandes navegaciones oceánicas, emprendiendo la ruta hacia las Américas. ¿Está diciendo que éste es el comienzo de la perfección de la ecúmene, es decir, de la globalización moderna para América Latina?
Eso resultará claro con Magallanes y Elcano, un portugués y un hombre de Castilla. Ambos circunnavegaron la Tierra entre 1519 y 1522, cuando ya se tenía conciencia de que la Tierra era un globo, aunque todavía no se sabía bien cómo era. Por eso digo que nosotros, los latinoamericanos, estamos en el origen del descubrimiento del camino hacia la ecúmene total.
La conciencia unificada del mundo comienza en el siglo XVI y madura en los grandes filósofos de la historia universal del siglo XVIII. Cuando Voltaire comienza a escribir una filosofía de la historia mundial, empezando con China -porque tenía noticias sobre este inmenso país a través de los jesuitas que habían estado allí- disponía también de ciertos conocimientos sobre África y poseía información de todas las latitudes conocidas en la época.
Allí comienzan las historias mundiales, y se vuelve operativa la conciencia de poder transmitir un mensaje de redención a toda la humanidad; la Iglesia adquiere una mayor conciencia global y globalizante, y eso establece las condiciones para un rol más incisivo en el devenir de la historia universal como conjunto de lo visible y lo invisible.
¿Cuándo se produjo el cierre del círculo del que usted habla? ¿Cuándo se puede decir que este cerco se cerró?
Cuando Colón descubre “la isla América” -la consideraba una antesala de las Indias de Oriente y murió sin saber que había encontrado un continente nuevo- surge la disputa por la repartición de los nuevos territorios. En realidad, la disputa es anterior, existe ya en la competencia entre Castilla y Portugal para llegar al otro extremo de la “isla mundial”, es decir, a China y las tierras de las especias. El tratado de Alcaçobas, de 1479, trece años antes del descubrimiento, realiza una primera repartición: Castilla reconoce que la ruta africana es de los portugueses empeñados en la búsqueda del pasaje interoceánico hacia las Islas de las especies asiáticas; Portugal reconoce la soberanía de Castilla sobre las Islas Canarias, ignorando que el sistema de vientos y corrientes marítimas las convertían en la puerta de acceso a América.
Cuando Colón vuelve de su primer viaje, explota el litigio entre Portugal y Castilla y, para dirimirlo, los dos reinos piden el arbitraje del Papa. Confían a Alejandro VI la correcta y definitiva interpretación del alcance que se debía asignar al tratado de Alcaçobas, un poco como hicieron Argentina y Chile en la disputa por el Canal de Beagle, si queremos establecer una analogía con este siglo.
Como puede verse, descubrimiento, disputa, partición del globo terráqueo, son acciones casi simultáneas. Es interesante notar que la primera división del globo terráqueo la realiza la Iglesia, con una Bula papal que obliga a Portugal y Castilla a dirimir el conflicto de la interpretación del Pacto de Alcaçobas, es decir: dónde comenzaba la zona española, que todavía era oceánica, y dónde la portuguesa. La Intercaetera de Alejandro VI señala la primera repartición global de un espacio que todavía no había sido explorado, pero que, se sabía, era de un globo, finito. Es decir, traza una división mundial del globo: establece qué pertenece a Portugal y qué a España. Podemos considerarlo también el primer arbitraje planetario. Las dos potencias marítimas de la época lo aceptan; luego lo pondrán en discusión y lo modificarán en Tordesillas, haciéndolo llegar hasta lo que será Brasil, que nace como una estación-puerto de la aventura asiática de Portugal, por su camino africano.
¿Es decir que Castilla y Portugal, los italianos de Génova y de Florencia, Américo Vespucio y Cristóbal Colón…son los símbolos del comienzo de la ecúmene definitiva?
Cuando se descubre que la tierra es efectivamente lo que algunos habían intuido: un globo cerrado. Ya no es posible expandir la ecúmene, salvo en la hipótesis de colonizar otros planetas similares al nuestro.
La segunda globalización, la “consciente” como usted la llama, cierra un círculo.
Y permite que se pueda designar como mundial la guerra de 1914, que en realidad era fundamentalmente europea. La segunda, en 1939, fue mucho más mundial, porque involucró escenarios asiáticos y africanos que la primera guerra prácticamente no tocó. La tercera guerra mundial, la que se denominó “guerra fría” fue entre potencias que ya no eran solo europeas.
La bipolaridad que siguió implica el mundo global, dos polos en un solo mundo, pero donde prevalece lo dual. Mientras que después del ‘89, con el final de la bipolaridad, se realiza la globalización bajo la insignia de una unidad relativamente homogénea del mundo, con su centro principal en los Estados Unidos. (Primera parte).
De: Alberto Methol Ferré-Alver Metalli, El Papa y el Filósofo, Buenos Aires, Biblos, 2013. Edición anterior: La América Latina del siglo XXI, Edhasa, Buenos Aires, 2006