GIUSEPPE GARIBALDI VISTO DESDE AMÉRICA DEL SUR. Un aventurero italiano al mando de una banda de “chusma salvaje”

Caballería Criolla
Caballería Criolla
A mediados del siglo XIX, “el estado de guerra civil (en Uruguay era) casi perenne”, como en la mayor parte de América del Sur, escribió en sus memorias Giuseppe Garibaldi, héroe nacional italiano, quien actuó en la región entre 1836 y 1848. El conflicto perpetuo “es el mayor obstáculo al progreso de que es susceptible aquella espléndida parte del mundo, sin rival por su riqueza –sostuvo–. “Y el motivo de la intestina discordia era entonces la pretensión a la Presidencia de la República de los dos generales Fructuoso Ribera y Manuel Ourives” (sic).
En sus memorias, reescritas en 1872, Garibaldi destacó repetidas veces el talento y flexibilidad de la caballería criolla. “Todos los hombres son completos jinetes y es la carne el único alimento de la campaña, no siendo necesarios los fastidiosos bagajes, indispensables en las guerras europeas”. La carne vacuna o de yeguarizos era casi el único alimento, narró el italiano: “Yo los he visto reírse de compasión, viéndome comer perdiz”.
“La guerra es la verdadera vida”. Giuseppe Garibaldi, quien nació en 1807 en Niza, cuando esa ciudad aún pertenecía al Piamonte y no a Francia, como ahora, sería un héroe nacional en su patria, Italia, y una de las figuras más importantes del mundo en su tiempo. Fue una mezcla de aventurero e idealista, liberal y nacionalista romántico, profundamente anticlerical, que cumplió una intensa y discutida actuación en América del Sur, a donde llegó exiliado en enero de 1836.
Inicialmente Garibaldi se dedicó al comercio en Rio de Janeiro; pero el comercio lo aburría. Desde entonces actuó como un condottiero: un líder de tropas mercenarias. Él no tenía particular interés en la lucha republicana y secesionista de los farrapos de Rio Grande do Sul ni de los unitarios y colorados de Montevideo, salvo una asociación parcial, romántica y discutible, con las causas liberales europeas que impulsaba la Masonería.
La figura del guerrero mercenario, a favor de una causa que se creía justa, tenía gran prestigio en la tradición italiana y en la literatura. De hecho, Garibaldi creía que “la guerra es la verdadera vida del hombre”.
Garibaldi llegó por primera vez al Río de la Plata en 1837 al mando de un pequeño barco corsario, el “Mazzini”, y una docena de “camisas rojas” que lo seguían desde su huida de Europa. La banda robaba para sí bajo la bandera de la República de Río Grande, o República de Piratini, un proyecto separatista del sur de Brasil contra la monarquía carioca.
Pelea en San José y prisión en Entre Ríos. Los tripulantes del buque corsario, cuyo nombre homenajeaba a Giuseppe Mazzini, caudillo de la lucha por la unificación italiana, estuvieron un tiempo en Maldonado, de donde debieron huir. Más tarde Garibaldi desembarcó cerca de la punta Jesús María, en el departamento de San José, en procura de carne. Entonces estimó que éste era un “bellísimo país” debido a las enormes extensiones verdes, repletas de vacunos y caballos. Décadas después, en sus memorias, recordaba el paisaje uruguayo a la altura de San José y Colonia como el “espectáculo más hermoso que había visto”. Y anotó: “El hombre es rarísimo; un verdadero centauro”.
Al día siguiente el “Mazzini” fue atacado por dos lanchones cargados de hombres del gobierno uruguayo, del que lograron escapar después de una escaramuza. Hubo algunos muertos y Garibaldi cayó inconsciente con una herida de bala en el cuello. Asustados y sin destino, en una región desconocida, los corsarios remontaron el Río de la Plata y el río Paraná. Garibaldi fue internado durante seis meses en Gualeguay y otros dos en una cárcel de Bajada (Paraná), aunque gozó de cierta protección del gobernador de Entre Ríos, Pascual Echagüe. Después de muchos avatares, logró regresar a Rio Grande do Sul previa escala de un mes en Montevideo, bajo protección de los emigrados italianos.
Saqueos en el sur de Brasil. Actuó como corsario en dos lanchones en la laguna de los Patos, acompañado de unos 50 hombres, que describió como “una verdadera chusma cosmopolita” de todas las naciones y colores. Luego trató de llevar sus ataques al océano Atlántico, pero su barco naufragó cerca de Tramandaí y se ahogaron 16 tripulantes. Garibaldi y los suyos participaron en diversas acciones contra las fuerzas del imperio de Brasil y saquearon una región de la laguna de Santa Catarina, en medio de crímenes de todo tipo. “No he visto nunca jornada más lamentable, ni más degradante para la especie humana”, recordó en sus memorias.
Anita Garibaldi.Giuseppe Garibaldi era fornido y de mediana estatura, según la descripción de Bartolomé Mitre. Tenía ojos azules y lucía una larga cabellera rubia y una barba rojiza. En 1839 en Laguna, pequeña ciudad al sur del estado de Santa Catarina, conoció a Ana María de Jesús Ribeiro da Silva, una joven morocha y despierta de 17 o 18 años, casada y separada de un marido golpeador. “Anita”, resuelta y de armas tomar, sería el gran amor de Garibaldi, a quien acompañaría en sus aventuras. Murió de fiebre tifoidea en 1849, poco después de llegar a Italia, cuando tenía apenas 28 años. Se convirtió en leyenda. Hoy, calles, avenidas, municipios y plazas del mundo, desde Génova a Salvador de Bahía, homenajean con sus nombres más a Anita que a Giuseppe. La pareja se casó en Montevideo el 26 de marzo de 1842 en la Iglesia de San Francisco de Asís, Ciudad Vieja, cosa extraña para un masón militante. (Julio Sanguinetti cuenta en su libro Retratos desde la memoria que el líder democristiano Giulio Andreotti, siete veces primer ministro de Italia, estando de visita en Montevideo “tres veces preguntó, incrédulo, si Garibaldi se había casado realmente por la Iglesia. Para un católico de su estirpe no resultaba muy creíble que el caudillo liberal, gran patriarca masón, hubiera dado ese paso”).
Giuseppe y Anita tuvieron cuatro hijos: Menotti, nacido en Rio Grande do Sul en 1840; y otros tres nacidos en Uruguay: Rosita, quien falleció en 1843, Teresita y Ricciotti.
Al servicio del Gobierno de la Defensa
Después de diversas aventuras y cansado de la guerra, en 1841 Garibaldi decidió establecerse en Montevideo, un sitio presuntamente más amigable para un italiano nostálgico. Ingresó a Uruguay con su familia arreando una tropa de 900 vacunos. Perdió casi toda su tropa en el río Negro, desbordado, y llegó a Montevideo con apenas 300 cueros. Se ganó la vida como “agente de comercio” y profesor de matemáticas. Uruguay entonces estaba inmerso en la Guerra Grande, un conflicto civil entre blancos y colorados, mezclado con una guerra civil argentina entre unitarios y federales. Fructuoso Rivera, líder del Partido Colorado, y el comodoro John Halsted Coe, por entonces jefe de la pequeña Armada uruguaya, le concedieron a Garibaldi en 1842 el mando de la corbeta “Constitución”, de 18 cañones. Es asunto de interminables discusiones si Garibaldi apoyó ese bando por identificación con sus principios liberales, por necesidades de subsistencia, propias y de quienes lo seguían, o por una mezcla de ambas cosas. En todo caso, Garibaldi goza de mucho mayor prestigio en la tradición cultural “colorada” que entre los “blancos”.
Con la corbeta “Constitución”, y otros dos barcos, Garibaldi partió hacia Corrientes, entonces una provincia aliada de los unitarios y colorados con cabeza en Montevideo. Debió abrirse camino por los ríos de la Plata y Paraná mediante sucesivas escaramuzas. Le esperaba William Brown, un viejo marino irlandés que era el jefe de la escuadra de los federales de Juan Manuel de Rosas.
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*Jefe de redacción del semanario Búsquedaentre 1985 y 1994; de diario El Observador entre 1997 y 2010, y de El País entre 2010 y 2015
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