Monseñor Jesús Emilio Jaramillo sabía que la situación con la guerrilla en Arauca estaba tensa y que el El miraba a los sacerdotes con recelo, pero a pesar de eso decidió hacer un recorrido evangelizador por la zona del Sarare. Y le costó la vida, el 2 de octubre de 1989. Fue asesinado con impactos de fusil en la espalda y en la cara y su cuerpo fue arrojado a la orilla de una trocha. Por eso el Papa Francisco acaba de reconocer el martirio de este obispo que será beatificado en septiembre próximo durante la visita papal.
El último día de vida de monseñor Jesús Emilio Jaramillo comenzó la mañana del domingo primero de octubre cuando el obispo, acompañado del padre Helmer Muñoz –quien era su asistente–, otro sacerdote, un seminarista y una monja, llegaron a Puerto Nidia, un caserío donde celebró la misa. Luego de almorzar, hacia las 2:30 de la tarde salieron en un campero hacia Fortul. Habían recorrido cerca de hora y media por una carretera destapada cuando llegaron hasta el río Caranal. Ahí, justo antes de pasar el puente de tablas, había tres hombres vestidos de campesinos, dos de ellos con armas largas. Hicieron detener el vehículo.
“Preguntaron “¿quién es Jesús Emilio Jaramillo?” y monseñor, sin titubear, dijo: ‘Soy yo’ “, contó el padre Muñoz.
Según su relato, los bajaron del carro y a la monja, el sacerdote y el seminarista les dijeron que se fueran para Fortul y les contaran a las autoridades que el obispo quedaba secuestrado por el Eln para enviar un comunicado. Al padre Helmer lo dejaron para que siguiera manejando.
“Dos de ellos se hicieron en la parte de atrás y a monseñor lo hicieron sentar en el medio. El tercero se hizo adelante”, relató el religioso. El carro comenzó a recorrer el extenso territorio del Sarare hasta que la noche comenzó a caer. El camino se hizo más difícil y el paso más lento. Y el temor de los religiosos aumentó. En un momento, monseñor sacó su rosario y comenzó a rezar. El padre Helmer les preguntó a los guerrilleros si creían en Dios. “Uno de ellos me contestó: ‘Para mi Dios es esto’, y mostró el arma”, relató el sacerdote.
Cuando ya eran como las 7 de la noche, hicieron detener el carro en un paraje rural en el sector de Santa Isabel. Le dijeron al obispo que se bajara, pero el padre Helmer insistió en acompañarlo, pues monseñor no veía bien de noche.
“Pero uno de los que estaba atrás me dijo: ‘Quédese usted, nosotros nos lo llevamos y vuelva en dos horas por él’, pero yo insistí en quedarme. “Entonces uno de ellos, uno alto, moreno, me dijo: ‘Se va a las buenas o a las malas’, por lo que monseñor me pidió que me fuera. Me puso la mano derecha sobre mi hombro y me dijo: ‘Hablemos un poquito’. “Nos hicimos a un lado mientras los hombres nos apuntaban. Me dijo: ‘Reconciliémonos, pongámonos en presencia del Señor y que se haga su voluntad’. Nos absolvimos mutuamente. “En voz baja me dijo que me alejara para que no se complicaran las cosas. “Las llaves del carro las habían tirado en un arenero, así que tuve que buscarlas. Y cuando ya me había subido al carro uno de ellos me dijo que mejor no viniera en dos horas, sino al otro día”, siguió con su relato el sacerdote. En ese momento el desenlace parecía evidente.
“Entonces monseñor les dijo: ‘Respeten a mi muchacho, respétenle la vida a mi muchacho, yo respondo por los sacerdotes”, contó.
El padre regresó a Caranal y pasó la noche dentro del carro. A la mañana siguiente madrugó de nuevo a la trocha. Llegó al sitio en donde lo había dejado la noche anterior. “Caminé como 50 metros y lo encontré al lado derecho de la carretera, destrozado totalmente”, siguió con su relato el padre. “Lo encontré boca arriba, cuando traté de mover el cuerpo se le salió parte de la masa encefálica. Tuve que envolverlo con mi estola, con los utensilios de la eucaristía”, contó el testigo.
Para él, el obispo fue asesinado como una hora después de que se separaron. “El primer tiro fue por la espalda y le fracturaron el brazo derecho, un tiro de costado, y el otro fue en la cara, fue con arma larga, según dijeron los expertos”, explicó Muñoz. El anillo episcopal no lo tenía, se lo habían llevado, y la cadena del pectoral estaba destrozada. Tras rezar un momento, cubrió el cuerpo con unas ramas, pues ya el sol acosaba la sabana y no quería que alguien lo viera así.
Regresó a Caranal a buscar al inspector de policía para hacer el levantamiento. Como no estaba, esa tarea la realizó la junta comunal. El cuerpo del obispo fue puesto en una camioneta y llevado hasta la inspección de La Esmeralda. Allí, en el centro asistencial del lugar, el cuerpo del obispo fue limpiado. En un helicóptero militar fue llevado hasta Arauca.
Sobre las razones del asesinato, el padre Helmer asegura que a monseñor Jaramillo lo consideraban cercano a la Mannesmann (multinacional que construyó el oleoducto Caño Limón-Coveñas), y que los curas obtenían las ganancias de las obras que hacía esa empresa. Pero también que trabajaba la plata que el Gobierno destinaba para los profesores a través del programa Educación Contratada. Y que le dolían las muertes de los soldados, pero no la de las demás personas.
“La beatificación de monseñor Jaramillo le va a traer muchas bendiciones a Arauca, incluso bendiciones a quienes despotricaron de él –que no fueron pocos– y que fueron los que llevaron con sus documentos y sus informaciones a la guerrilla en contra de monseñor”, concluyó el padre Helmer.