Crece la tensión en Venezuela y por tanto en toda la región latinoamericana. A la luz de la situación que se ha creado en las últimas 48 horas, la ya larguísima crisis del país parece estar acercándose peligrosamente a un punto de ruptura traumático, con consecuencias imprevisibles. Las oposiciones, con el fuerte y militante apoyo de la Iglesia católica, reunieron 7 millones de votos en contra de la Asamblea constituyente que quiere convocar el presidente Maduro para reformar la Constitución heredada de Hugo Chávez. Estos partidos y el episcopado, así como numerosos gobiernos latinoamericanos y Washington, consideran que hacer votar el 30 de julio al pueblo de Venezuela para elegir constituyentes equivaldría al comienzo de una dictadura que no tienen intenciones de aceptar pasivamente. La Casa Blanca hizo saber que “Estados Unidos una vez más exige elecciones libres y justas, y apoya al pueblo de Venezuela en su deseo de que su país vuelva a ser una democracia plena y próspera”. Si Caracas no cambia de ruta, la nota estadounidense afirma que aplicará “acciones económicas fuertes e inmediatas”.
El panorama general, en este momento, resulta más alarmante que nunca. No se ve por ningún lado siquiera un pequeño resquicio. Todas las partes están atrincheradas en sus posiciones y nadie quiere ceder ni mucho menos conceder nada, cuando eso es precisamente lo que haría falta en una situación como esta y sin duda es lo que querría la inmensa mayoría del pueblo venezolano.
Muchos se preguntan: en esta situación, ¿qué puede hacer el Papa?
El domingo, él mismo dio una respuesta: orar por la amada nación venezolana. Y no olvidar que la oración es muy importante y poderosa.
En estas circunstancias, el Papa no puede hacer nada más. Durante dos años intentó que las partes dialogaran, trató de sentarlas a una mesa para buscar soluciones consensuadas. Su “proyecto”, el único, lúcido y sensato, ha fracasado; es más, lo hicieron fracasar las partes que lo habían convocado y le habían pedido ayuda. El primer derrotado en la crisis venezolana es el Papa Francisco, víctima de la polarización política e ideológica, y a veces también, rehén de estas dos partes que ahora quieren aniquilarse recíprocamente.
Al final, lamentablemente, el precio lo paga una vez más el pueblo venezolano.