El misterio sigue existiendo, aquel sobre las razones que llevaron a Vargas Llosa y García Márquez a discutir hasta pelearse a puñetazos en 1976, aunque para ser más precisos, fue el primero quien le dejó un ojo negro al segundo con una derecha bien calzada. Fue una trompada que rompió también la amistad que unía a los dos premio Nobel de literatura, y a partir de ese momento no volvieron a dirigirse la palabra. Qué fue lo que ocurrió aquel día, todavía no se sabe y tal vez nunca se sepa si depende del peruano, quien en una oportunidad respondió “que investiguen los historiadores”. Y la consigna se respetó hasta el día de hoy, porque Vargas Llosa nunca más volvió a hablar de García Márquez. Se refirió a él en algunas oportunidades, pero nunca volvió a recordar la época en que eran amigos, las anécdotas que compartieron, el asombro de Vargas Llosa por “Cien años de soledad”, que en su momento consideró la segunda obra más importante de la literatura hispana después de “Don Quijote de la Mancha”. A tal punto que escribió “Historia de un deicidio”, un libro dedicado a la importancia de la novela de su ex amigo Gabo. Pero el hermetismo que hasta la actualidad mantuvo Vargas Llosa sobre el tema empezó a resquebrajarse. Fue en la Universidad Complutense de Madrid, durante uno de los cursos de verano en el que participó el Nobel peruano. Respondiendo a las preguntas del ensayista Carlos Granés sobre su amistad con Gabo, hizo algunas concesiones a la reserva.
El diario El País, de Madrid, que presenció la entrevista, dedicó un artículo completo para citarla y resumirla. Se sabe así que durante una larga hora de conversación Vargas Llosa no habló de la histórica y misteriosa pelea ni de las razones que la provocaron, y cuando Granés tocó el tema preguntándole si se habían vuelto a ver en alguna oportunidad, Vargas Llosa contestó con una sonrisa: “No (…) Entramos en terrenos peligrosos. Es hora de poner fina a esta conversación”. No obstante la reticencia, Vargas Llosa recordó que cuando se conocieron los unió la devoción por William Faulkner, el hecho de ser dos latinoamericanos que vagaban por Europa, haber crecido con sus abuelos maternos y tener una relación conflictiva con sus respectivos padres.
Sobre Cuba y la relación de García Márquez con Fidel Castro – otro de los temas que separaba a los dos escritores en los años setenta – Vargas Llosa dijo que cuando se conocieron Gabo no era muy entusiasta por la revolución cubana: “Siempre fue discreto al respecto, para ya había sido purgado por el Partido Comunista cuando trabajaba en Prensa Latina junto a su amigo Plinio Apuleyo (…) Yo creo que tenía un sentido práctico de la vida y sabía que era mejor estar con Cuba que contra Cuba. Así se libró del baño de mugre que cayó sobre los que fuimos críticos con la evolución de la revolución hacia el comunismo desde sus primeras posiciones, que eran más socialistas y liberales”
Hablando de “Cien años de soledad”, Vargas Llosa recordó que el libro de García Márquez lo había fascinado. “Pensé que por fin América Latina tenía su novela de caballería, una narración en la que primaba lo imaginario sin que desapareciera el sustrato real. Tiene además la virtud de pocas obras maestras: la capacidad de atraer a un lector exigente preocupado por el lenguaje y, a la vez, a un lector elemental que solo sigue la anécdota”. También dio que para él la novela más floja de Gabo es “El otoño del patriarca”. “Parece una caricatura de García Márquez, la novela de alguien que se está imitando a sí mismo”. Cuando al final le preguntaron cómo había recibido la noticia de la muerte de García Márquez, respondió: “Como la muerte de Cortázar o de Carlos Fuentes. No solo eran grandes escritores sino que fueron grandes amigos. Descubrir que soy el último de esa generación es algo triste”