Existen dos chavismos: el chavismo madurista y el chavismo antimadurista. El primero en tendencia descendente. El segundo es ascendente y apareció antes de la gran victoria obtenida por la oposición, el 6-D.
Originariamente fueron ramas críticas internas pero pronto aparecieron otras más independientes del tronco común. Paralelamente antiguos personeros, sobre todo exministros fieles al chavismo originario, comenzaron a mostrar públicas diferencias con el modo y la forma como eran conducidos los asuntos de gobierno (Giorgani, Navarro, entre otros). Más notorias han sido las disidencias de ex altos oficiales de las Fuerzas Armadas Nacionales Bolivarianas (FANB), desde Baduel hasta Cliver Alcalá. Hay muchos, y fueron objeto de duras represiones. Pero Maduro no ha logrado callarlos. Probablemente no están muy solos dentro de las FANB.
Difícil y largo sería intentar una radiografía de las rupturas producidas dentro del bloque chavista. Menos difícil es precisar las razones que están llevando a su disociación. Una de ellas reside en la persona del sucesor.
Maduro está muy lejos de ser un líder carismático. Todo lo contrario: su persona genera anticuerpos por donde vaya. Su alianza con Diosdado Cabello, el hombre más odiado de Venezuela (incluso por los chavistas) ha terminado por deteriorar aún más su imagen política, si es que alguna vez la tuvo.
La segunda razón es objetiva: reside en la gran crisis económica, incluyendo hambrunas, que asola a toda Venezuela. El llamado pueblo chavista sindica a Maduro y su grupo como el gran culpable. Se ha originado así una demanda de conducción política, capitalizada solo en parte por la oposición.
Hay otra ala que, no siguiendo a Maduro, mantiene cierta fidelidad religiosa al presidente muerto. Para los chavistas-antimaduristas dichos sectores representan una posibilidad de reinserción futura del chavismo en la política, algo así como lo que sucedió con el peronismo en Argentina después de Perón.
Bajo esas condiciones, ya no son pocos los chavistas que se plantean interrogantes sobre el futuro, tanto personal como nacional. De ahí que las disidencias dentro del chavismo equivalen en gran medida a una estrategia de supervivencia. No es errado suponer que hay chavistas que están preparando las condiciones para actuar políticamente en un periodo posterior a Maduro.
El mismo Maduro, al intentar destruir la Constitución de 1999 —la Constitución de Chávez— mediante un proyecto corporativo-fascista (castrista dicen otros: es lo mismo), ha sido quien terminó acelerando el proceso de descomposición interna del chavismo. Desde sus propias filas se escuchan voces pidiendo elecciones (que terminarían por enterrar a Maduro).
La posición estrictamente constitucional asumida por la fiscal Luisa Ortega Díaz es seguramente la punta de un iceberg profundo. Antiguos chavistas como la dubitativa Maripili Hernández y los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia Antonio Mojica Monsalve y Marisela Godoy, se han sumado al chavismo constitucionalista (hay que llamarlo de algún modo) denunciando la inconstitucionalidad de la Constituyente propuesta por el madurismo. No serán los últimos. Ellos han hecho suyas las palabras de Chávez, ignoradas por Maduro: “No se puede cambiar una coma, una letra de la Constitución, sin consultar al pueblo”. Y todos, mal que mal, se ven confrontados con la misma pregunta: ¿Cómo evitar que la debacle del madurismo se convierta en la de todo el chavismo? La respuesta de los grupos disidentes, a pesar de sus diferencias, parece ser una sola: es necesario separar al “chavismo verdadero” del madurismo.
Para perfilarse políticamente ante los suyos, los chavistas antimaduristas necesitan marcar diferencias con la oposición. Pero por otra parte, si no son ingenuos, saben que la defensa de la Constitución no puede tener lugar sin el concurso de esa oposición. A su vez la oposición, a pesar de que rechaza el culto a Chávez, tan propio del chavismo antimadurista, sabe que las rupturas internas del régimen son síntomas que anuncian su ocaso. Tanto más importantes si se tiene en cuenta que en todos los procesos antidictatoriales los aparatos militares que sustentan al régimen tienden a dividirse solo después de una división de los aparatos civiles. Al revés no ha ocurrido nunca.
La lectura que cada oposición hace del proceso histórico venezolano es por cierto muy diferente. Incluso opuesta. Pero al mismo tiempo sus representantes, como son políticos, saben que este no es el momento para iniciar una discusión académica acerca de cuándo se jodió Venezuela (si con Chávez o con Maduro).
La oposición antichavista y el chavismo antimadurista se necesitan mutuamente. Pero una alianza entre el chavismo antimadurista y la oposición democrática es algo muy difícil por el momento. Y si se piensa bien, tampoco es necesaria. Lo importante es que, a través de los diferentes caminos elegidos, logren converger en un solo punto. Ese punto lo ha marcado el propio Maduro. Ese punto es la defensa de la Constitución. Si coordinan solo en ese punto (no se requiere ningún otro) tanto la oposición interna como la externa habrán prestado un enorme servicio al país común que habitan.
“Entre gitanos no nos vemos la suerte”, dice el dicho. Entre políticos tampoco, podría agregarse. Por esa razón las dos oposiciones deben dialogar, si es que no lo han hecho ya. Ese y no otro es el verdadero —y quizás único— diálogo que necesita Venezuela. Un diálogo entre políticos constitucionalistas que divergen en todo menos en la defensa de esa Constitución que les permite unirse y desunirse entre sí. O en otros términos: si esa convergencia mínima se diera sobre la base de un frente único, por muy provisorio que sea, la Constitución chavista de 1999, refrendada por la oposición en el 2007, estaría a salvo. Julio Borges lo tenía muy claro cuando hizo la convocatoria: la Asamblea Nacional abre sus espacios para la creación del Frente por la Constitución que reúne a todos los sectores de la sociedad: trabajadores, estudiantes, gremios profesionales, empresarios, académicos.
Dentro de la Constitución todo, fuera de la Constitución nada. Ese podría ser un lema tácito en el proceso que llevará, más temprano que tarde, a la formación del frente constitucional que ha propuesto el Presidente de la Asamblea Nacional.