Son 75 casas, de las cuales 38 están ubicadas a lo largo de la frontera norte de México con Estados Unidos y 25 en las proximidades del límite sur con Guatemala. Las restantes 12 se encuentran en los estados centrales del país. Una investigación realizada por el Observatorio Nacional de la Conferencia Episcopal de México traza por fin una radiografía exhaustiva de la respuesta católica a los nómades de nuestro tiempo, los migrantes que desde el sur del continente se dirigen hacia el norte para entrar, legalmente o no, a Estados Unidos, ya en la era de Obama y hasta la actual de Trump. Con todas las peripecias que el viaje significa, tanto el de ida como el de vuelta, en el caso cada vez más probable de que el migrante sean interceptado por la policía migratoria y expulsado cuando llega a territorio estadounidense.
El “Estudio sobre las casas católicas para migrantes” registra y evalúa el enorme esfuerzo – y también las carencias – de tantas organizaciones católicas y congregaciones religiosas que dedican a los migrantes sus mejores energías y todos los recursos que consiguen reunir.
Las zonas donde se encuentran distribuidas las casas para migrantes no se distinguen solo por la ubicación, sino también por otros aspectos igualmente importantes. En la zona norte de México se destaca el trabajo de los Misioneros Scalabrinianos, que desde 1985 abren sus puertas a migrantes, deportados y refugiados sin distinción de raza, sexo o religión. En el sur el panorama es más difícil, las condiciones son de mayor pobreza y es menor la cantidad de recursos humanos, pese a que la red de casas católicas es la más capilar e incisiva. Las casas del centro son las más antiguas y las que tienen mejores conexiones con otras instituciones que se ocupan de migrantes. Allí se encuentra, por ejemplo, la “Casa de Caridad Cristiana Hogar del Migrante”, con 30 años de historia.
El estudio del Observatorio clasifica las casas de migrantes en siete tipos según la manera como están organizadas y los servicios que prestan, pero todas ofrecen comida a los migrantes que cruzan sus puertas, un promedio de 800 personas por día, y asistencia médica. Solo 13 casas están en condiciones de proporcionar asistencia legal al migrante deportado por las autoridades estadounidenses desde el momento que desciende del bus que lo devuelve a México. Los dormitorios para mujeres y hombres mayores de 18 años, son 48 y dan alojamiento desde un día y hasta una semana, según sea necesario.
Las casas de migrantes cuentan frecuentemente con la ayuda de grupos de “brigadistas” que distribuyen ayudas humanitarias a lo largo de las vías del tren o en otros espacios comunes que constituyen nudos del flujo migratorio.
Una de las carencias que registra el estudio se refiere a las casas que pueden acoger menores. Son pocas y no están adecuadamente preparadas. Las casas que cuentan con instalaciones y atenciones específicas para niños con menos de 13 años son muy limitadas y poco idóneas; el informe señala la necesidad urgente de multiplicarlas y reforzarlas. Existe también el problema de separar hombres y mujeres y disponer de espacios y servicios para jóvenes con hijos o incluso familias completas cuando se presenta el caso.
El informe del Observatorio nacional sobre los migrantes muestra asimismo un cambio en el perfil migratorio de los que reciben hospitalidad en la red católica de casas para migrantes, que se corresponde con las diferencias en el flujo migratorio y las diversas proveniencias de los migrantes. Por ejemplo, las casas reciben un número cada vez mayor de migrantes provenientes de Haití, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Cuba, aunque no faltan indocumentados europeos, asiáticos o de países de América del Sur. Un dato ampliamente confirmado es el incremento de migrantes mexicanos. Generalmente se habla de dos estaciones migratorias: la alta, que va de abril a diciembre y registra un movimiento que oscila entre 25 y 300 personas en cada casa por día, y la baja estación, que va de enero a marzo, con un máximo de 200 personas por día alojadas en cada casa. Hay que considerar que después del huracán Matthew en Haití, en octubre de 2016, que destruyó gran parte de la frágil estructura que se había logrado reconstruir después del terremoto de 2010, empezaron a llegar a México cientos de indocumentados haitianos que se refugiaron provisoriamente en Brasil y Ecuador con la intención de llegar a Estados Unidos y solicitar allí ayuda humanitaria y un permiso de residencia de tres años. Como se sabe, la iniciativa del presidente Obama, que favorecía a este tipo de inmigrantes, fue suspendida y muchos haitianos quedaron bloqueados en la frontera norte de México, donde todavía se encuentran.
La investigación muestra que el corazón de las casas para migrantes católicas son los voluntarios, la mayoría de los cuales donan su tiempo y su profesión de manera completamente gratuita, mientras otros reciben solo pequeñas retribuciones. Se puede observar que muchos voluntarios son estudiantes universitarios, tanto de México como de Estados Unidos, pero también abogados, médicos y psicólogos. Algunas de las órdenes religiosas más activas, con sacerdotes, religiosos y laicos, son los escalabrinianos, jesuitas, salesianos, dominicos, escolapios y las misioneras de la Caridad. Es fundamental el aporte de Caritas, que sostiene económicamente muchas casas de migrantes diseminadas en todo el territorio de México, aunque también de muchos actores anónimos que hacen posible el funcionamiento de las casas a lo largo de las dos fronteras.