Carlos Miguel Páez Rodríguez hoy tiene 64 años. Tenía 18 cuando cayó el avión con todo el equipo de rugby a bordo, los Old Christian Club, del Colegio Universitario “Stella Maris” de Montevideo, que viajaba junto con sus entrenadores, parientes y amigos para jugar un partido del otro lado de la cordillera de los Andes. Carlitos cumplió 19 años en medio de la nieve, a 4.200 metros de altura, donde transcurrió 72 días en condiciones dramáticas hasta que lo rescataron el 22 de diciembre de 1972 junto con otros 16 compañeros y los cuerpos de las 29 personas que perdieron la vida por efecto del choque o de las posteriores dificultades. En la famosa película ¡“Viven!”, Páez fue personificado por el actor canadiense Bruce Ramsay, que trabajó en “Hit Me” (1996) y “Daño Colateral” (2002). En la vida real es padre de dos hijos, María Elena de los Andes y Carlos Diego Páez. Entre las competencias que figuran en su curriculum se encuentran la de técnico agrícola, empresario, escritor y conferencista, las últimas dos en razón de los libros que escribió sobre la aventura vivida y las conferencias que ofrece en cualquier parte del mundo donde lo llaman para que relate la experiencia de esos días de dolor, amistad, coraje y desesperación.
Cuarenta y cinco años después del accidente, la revista Viva, suplemento semanal del diario de mayor circulación en Argentina, Clarín, le planteó veinte preguntas. El título de la entrevista es significativo: Carlitos Páez Vilaró: “Salir de las drogas fue más difícil que sobrevivir en los Andes”.
En un determinado momento la periodista Magda Tagtachian le pregunta cuál es su cordillera, el pico más alto de sus dificultades, el mayor desafío de su vida de sobreviviente.
“Uy, tengo tantas…” exclama Páez, e introduce el problema que lo angustió durante muchos años: “Después de los Andes me metí con el alcohol, con las drogas. Ser hijo de mi padre… [famosísimo artista uruguayo fundador de “Casapueblo” en Punta Ballena, a 13 km de la conocida localidad de Punta del Este, N.d.R.] Yo era un malcriado con niñera que no servía pa’ nada”.
¿La cordillera de las drogas y el alcohol es equiparable a la de los Andes?
Quizá sea más dura. Salir de la droga fue más difícil que sobrevivir en la montaña. Para salir, tenés que conocerte a vos mismo. Y darte cuenta de quién sos es muy jodido. En Narcóticos Anónimos existía un grupo que me contuvo. Aprendí que el dolor compartido es menos dolor y la alegría es más alegría. Esto refrenda lo que hicimos en los Andes. Las dos historias de salvación son netamente grupales.
¿Sentís que tenés una misión?
Es un peso tomarlo así. Resulta pesado pensar: “¿Por qué me salvé? ¿Qué tendré que hacer para justificarlo?”. El día que me di cuenta de que no tenía ninguna misión, aparecieron las conferencias que doy por el mundo. Hablo de valores y supervivencia. Cuando me liberé, algo bueno salió.
¿Le fe te ayudó?
En los Andes, Dios era necesario. Si no te agarrabas de él, no tenías ninguna otra posibilidad. Dios aparece tangible cuando estás despojado de todo. Cuando no hay cosas materiales que prostituyen tu relación con él, como la plata, el celular… La espiritualidad aparece cuando no tenés nada.
¿Y las personas que no creen?
Hay un Dios que te enseñan en el colegio, el viejito de barba que anda por las nubes; y un Dios que aprendés en la montaña, que aparece cerquita y de verdad.
¿Dios estuvo presente en tus compañeros de los cuales se alimentaron?
No te quepa la menor duda. Es un ida y vuelta.
Después de una gran crisis, ¿siempre hay punto de retorno?
Justamente la crisis es lo que te hace retornar. Me pasó con la droga. Cuando ya no podía más, dije “puta, después de haber peleado tanto por la vida, me estoy metiendo en un proyecto de muerte”. Entonces empecé a pelear para salir de ese infierno. Llevo 27 años limpio. No es menor. Ni garantía de nada.
¿Qué te da paz?
Una sola vez me sentí en paz. Fue al primer año de mi recuperación. Logré ese estado por unos minutos, media hora. Y nunca más. El divorcio de mis viejos, cuando tenía 13 años, me jodió muchísimo más que los Andes.
¿Dónde están hoy tus amigos que se fueron?
En mi recuerdo siempre. Los amigos de los 18 años son carne y uña, más que un hermano.