La tradición global de un mundo globalizado que obliga a saludar con estruendo el nuevo año no tendrá la crueldad de los ritos aztecas para recibir al nuevo sol, pero a veces los daños no son menores que los de un sacrificio humano múltiple. Sobre todo para los pobres de los países pobres, que fabrican pirotecnia casera y la hacen explotar sin tomar demasiadas precauciones. Solo en diciembre de 2015 ocurrieron 132 incendios en diversas zonas de Perú provocados, según las autoridades de policía, por el aumento del uso de pirotecnia; en Colombia – son datos de la policía local – hubo 599 heridos y en Buenos Aires, la capital argentina, 77 lesionados por el mismo motivo. El panorama de la “guerra pirotécnica en pedazos” podría continuar, pasando por Brasil y Venezuela, o bajando desde Bolivia hacia Chile, pero el cuadro no cambiaría: el último día del año para muchos latinoamericanos es también el último de su vida o con su cuerpo entero.
Una guerra de baja intensidad que se pelea el 31 de diciembre en las calles de las ciudades de Centro y Sudamérica y a veces se convierte en una verdadera tragedia, como ocurrió con la gigantesca explosión en el mercado mexicano de fuegos artificiales San Pablito, en Tultepéc, el 20 de enero de este año, y provocó la muerte de 30 personas.
Las crónicas latinoamericanas registran decenas de accidentes graves asociados con la pirotecnia en los últimos veinte años. En 1996 en Arequipa, Perú, durante las celebraciones por los 456 años de la fundación de la ciudad murieron 35 personas y otras cuarenta resultaron heridas cuando una ráfaga de pirotecnia chochó contra un cable de alta tensión de 10 mil voltios y lo hizo caer sobre un puente, fulminando a las personas que se encontraban allí en aquel momento. En 1999 explotó un depósito clandestino en la ciudad mexicana de Celaya, estado de Guanajuato, a 380 kilómetros de Ciudad de México, provocando la muerte de 72 personas e hiriendo a otras 350. En 2001, a 20 kilómetros de la capital murieron tres niños y cinco adultos por la explosión de un depósito de fuegos artificiales. También en Perú, esta vez en Lima, ese mismo año murieron cerca de 280 personas y otras tantas resultaron heridas cuando repentinamente estalló un incendio en Mesa Redonda, una popular zona comercial de Lima. Las investigaciones comprobaron que el fuego comenzó con la explosión de un negocio de fuegos artificiales. Más al sur del continente, en Chile, se registró un accidente fatal la noche del 31 de diciembre cuando un fuego artificial lanzado desde el Templo Votivo de Maipú traspasó la zona de seguridad y cayó sobre el público, causando la muerte de dos espectadores y heridas a otros 49. También en México ocurrió una tragedia a fines de 2002 por la explosión que comenzó en un puesto de venta ambulante de fuegos artificiales en el mercado de Hidalgo, en el puerto de Veracruz, con un saldo de 29 cadáveres y 25 heridos. Más cerca en el tiempo, en 2011 hubo 8 muertos y 14 heridos por la explosión de un depósito clandestino de fuegos de pirotecnia en el estado de Falcón, en Venezuela. En Tlaxcala, México, mientras se realizaba una procesión religiosa en el pueblo de Nativitas, una chispa produjo el estallido en cadena de artículos pirotécnicos que terminó con un saldo de 23 muertos y 154 heridos.
Pero negocios son negocios y los que giran en torno a la pirotecnia no son de poca monta. Negocio global dominado por China que mueve 12.000 millones de dólares por año.