En los últimos días, diversos autores, estudiosos, analistas, periodistas y políticos se interrogan con cierta insistencia sobre lo que llaman o presumen que será la probable “política del Vaticano respecto de Donald Trump”. Concretamente, se preguntan cómo se comportará la diplomacia vaticana, cómo serán las relaciones bilaterales entre Washington y el Vaticano, cuáles podrán ser los puntos de choque y los de contacto o acuerdo. Para todas esas preguntas, y otras contiguas, hay y no hay respuestas. ¿Por qué? Porque hasta que el nuevo presidente no haya tomado posesión del Salón Oval de la Casa Blanca y asumido plenamente sus poderes constitucionales, solo es un ciudadano común y corriente de Estados Unidos. Antes de su investidura – prevista para el 20 de enero de 2017 en horas de la mañana – Trump no tiene ninguna potestad institucional.
Por lo tanto, es necesario esperar para conocer, observar y analizar la política exterior e interior del Presidente, y recién entonces se podrán elaborar respuestas. Por ahora lo único que se puede hacer, y se hace en base a cuidadosos análisis, son los escenarios posibles y probables, teniendo siempre presente que no todo lo posible es igualmente probable. Entre lo posible y lo probable se encuentra la dura y obstinada realidad que a menudo redimensiona objetivos, propósitos, tiempos y metas. Por otra parte en Estados Unidos, pese al poder que detenta, no gobierna solo y únicamente el Jefe de la Casa Blanca. En los procesos decisionales intervienen muchos centros de poder, legítimos y no tan legítimos.
Por esa razón no existe ninguna política vaticana preventiva respecto del Presidente electo. Decir lo contrario, o incluso como se ha hecho en estos días, enumerar los presuntos puntos clave de tal política, solo es fantasía y creatividad sin fundamento. Es norma, costumbre y tradición que la política y la diplomacia de la Sede Apostólica se correspondan con los hechos y no con las intenciones, con las decisiones que se toman oficialmente y no con las hipótesis de la prensa. No existe ninguna política internacional ni diplomacia tan realista y sanamente pragmática como la que el Vaticano implementa desde hace décadas, y en algunos casos desde hace más de un siglo y medio.
Otra cosa muy distinta son los principios, las posiciones y los valores que la Sede Apostólica, el Papa y su diplomacia, afirman y proclaman como intrínsecos a la presencia de la Iglesia en el mundo, porque son constitutivos de su misión: la evangelización.
En este ámbito no hay Trump que pueda cambiar las cosas y la situación no sería distinta si en vez del millonario de mil caras hubiese triunfado la laica señora Clinton. En este campo la novedad no es lo que dirá o hará la Iglesia. La verdadera novedad será lo que pueda decir o la manera como pueda comportarse el futuro Presidente. Un ejemplo pequeño pero claro: es sabida la posición de la Sede Apostólica, del Papa, sobre el tema dramático y urgente del fenómeno migratorio; son bien conocidos sus análisis, diagnósticos, propuestas y reacciones. Por el contrario, nada sabemos sobre lo que efectivamente se propone hacer Trump en esta materia, y fundamentalmente si podrá hacerlo. Trump dijo de todo y lo contrario de todo. Durante la campaña prometió la deportación de millones de inmigrantes, blindar las fronteras, construir un muro a lo largo del límite con México. Después del triunfo, o no quiso responder a las preguntas sobre la cuestión o se mantuvo en un discurso vago, soslayando las promesas o, como hace pocas horas, confirmó que expulsará tres millones de clandestinos y hará el muro que había prometido. Lo mismo se podría decir sobre muchos otros temas, desde el Obamacare hasta las relaciones multilaterales con China, Rusia y la Unión Europea. Poco o nada dijo asimismo sobre las relaciones con los 32 países latinoamericanos, desde México hasta la Patagonia, y sus pronunciamientos sobre algunas situaciones críticas como Cuba, Colombia, Brasil, Nicaragua y Venezuela, son confusos y contradictorios.
Hablando de los posibles e evidentes puntos de contacto entre el pontificado del Papa Francisco y D. Trump, algunos hacen referencia a su oposición al aborto, definiéndolo como “sintonía pro-life” con el Vaticano. Sin embargo, esa sintonía es menos lineal, esquemática y simplista de cuanto se cree. Es verdad que la condena y la oposición al aborto crea una sintonía sustancial y relevante entre Trump y la Santa Sede, pero también es cierto –aunque se finge no entenderlo – que para Francisco y para la Iglesia la sacralidad de la vida no se refiere solo al feto indefenso y sin voz; incluye toda la vida y cada una de las vidas, y por lo tanto, cualquier situación en la que este don de Dios es negado, puesto en riesgo, humillado o destruido. La sacralidad de la vida, para la Iglesia, comprende las vidas destrozadas por las guerras, por el hambre, por las migraciones… Hace tiempo que en la Iglesia se ha comprendido que cierta política y ciertos políticos utilizan las posturas “pro life” de forma instrumental, con fines electorales, y sobre el don sagrado de la vida, de todas las vidas y de cada una de ellas, planean de manera infame. Y la cuestión del aborto es solo un ejemplo. Hay muchos otros puntos que se podrían llamar en causa pero, como hemos dicho, lo único prudente es esperar los hechos concretos. Después se verá.
Por ahora solo sabemos lo que dijo el 9 de noviembre pasado el Secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, en una entrevista a Radio Vaticana, y que se puede resumir en los cinco puntos siguientes:
1. Tomemos nota con respecto a la voluntad expresada por el pueblo estadounidense con este ejercicio de democracia.
2. Felicitamos al nuevo Presidente y esperamos que su gobierno sea realmente fructífero; aseguramos también nuestras oraciones para que el Señor lo ilumine y lo sostenga al servicio de su patria, naturalmente, pero también al servicio del bienestar y de la paz en el mundo.
3. Hoy es necesario que todos trabajemos para cambiar la situación mundial, que es una situación de grave laceración, de grave conflicto.
4. Veremos cómo se mueve el Presidente. Como normalmente se dice, una cosa es ser candidato y otra es ser Presidente, tener una responsabilidad.
5. Sobre los temas específicos, veremos cuáles serán las decisiones. Me parece prematuro hacer juicios.