Hace pocos días se celebraron los 524 años de la llegada de Cristóbal Colón a la isla que él bautizó San Salvador (probablemente en las actuales Bahamas) y el consiguiente “descubrimiento de América”. El tema sigue fascinando hasta la actualidad y dando origen a discusiones: objeto de polémica es, por ejemplo y solo por citar algunos, la nacionalidad de Colón – reivindicada en Italia por numerosas ciudades y comunas, y en Europa por España, Portugal e incluso Polonia – y la fecha de su viaje, que según algunas reconstrucciones podría remontarse a 1485. No faltan, por otra parte, algunos que remontan el descubrimiento del Nuevo Mundo a comienzos del segundo milenio de la era cristiana, atribuyendo el primado de la llegada al continente americano a los vikingos en el siglo XI; hay incluso reconstrucciones de origen musulmán que atribuyen a navegantes africanos – entre los siglos XI y XII – el mérito de haber cruzado primero el océano.
Un aspecto aún poco conocido de este tema es el rol que tuvieron las mujeres durante las primeras décadas de dominación europea en el continente americano. Su presencia en las primeras colonias, a menudo subestimada o ignorada, es el argumento de un artículo recientemente publicado en Prensa Libre por Roberto Villalobos Viato, quien hace referencia a diversas hipótesis sobre la fecha de la llegada de las primeras mujeres europeas al Nuevo Mundo. Algunos afirman que ya en las carabelas de Colón había mujeres, mientras otros sostienen que el primer “desembarco femenino” se produjo con la expedición transoceánica del virrey Diego Colón en 1509. Lo cierto es que la llegada de mujeres del Viejo Continente – inicialmente favorecida por la Corona española para facilitar la reunificación de las familias y evitar la mezcla de razas – muy pronto se convirtió en un fenómeno de grandes dimensiones y transversal a las clases sociales, hasta el punto de que en 1539 la Corona decidió no conceder más el permiso para trasladarse al Nuevo Mundo a las mujeres solteras.
Paralelamente a la expansión de las posesiones coloniales, la presencia de las mujeres españolas se difundió, comenzando por Santo Domingo (en esa época La Española) y siguiendo por Cuba, México, Guatemala y América Central. En Guatemala, según la historiadora Carmen Pumar Martínez en su libro Mujeres en Indias: mujeres soldado, adelantadas y gobernadoras, el primer grupo numeroso de mujeres llegó de España junto con Beatriz de la Cueva, segunda esposa de Pedro de Alvarado.
Un reflejo de la presencia de mujeres en la América hispánica al que hace referencia el artículo de Villalobos, es el hecho de que en un contexto social en gran medida no organizado, las mujeres pudieron alcanzar una relevancia que hubiera sido impensable en la madre patria. En efecto, ellas eran las que se ocupaban de las posesiones de sus maridos (y se hacían cargo de su representación social) cuando estos se encontraban lejos y cuando morían.
Una de las historias de emancipación femenina más relevantes es, por ejemplo, la de Inés Suárez, quien en 1537 participó en la conquista militar del actual territorio de Chile. Igualmente significativa es la historia de la ya citada Beatriz de la Cueva, que llegó a Guatemala siguiendo a su marido en 1539. Cuando este cayó muerto, el 4 de julio de 1541 en el curso de una expedición militar a México, el 9 de septiembre de ese mismo año Beatriz fue nombrada gobernadora, suerte compartida con otras poquísimas mujeres en toda la historia de América colonial (como Aldonza Villalobos, gobernadora de la Isla Margarita entre 1527 y 1575). La erupción volcánica que pocos días después destruyó Santiago de Guatemala impidió que prosperara esta experiencia de gobierno. Cierto relieve tuvo también el rol que desempeñaron las mujeres en el comercio con España y en la exploración del continente, como demuestra el caso de Isabel Barreto, única Adelantada del rey Felipe II, quien en 1595 capitaneó una expedición desde Perú hacia las islas Salomón, donde se suponía que podía existir una gran cantidad de oro y piedras preciosas.