UNA FAZENDA QUE AGRADA AL VATICANO. Se llama “Esperança”, se encuentra en Brasil y con el lema “trabajo, convivencia y espiritualidad” libera a los toxicodependientes del demonio de la droga

El número de la revista Cidade Nova que habla de la fazenda
El número de la revista Cidade Nova que habla de la fazenda
El Informe mundial sobre la droga de 2015, publicado el 26 de junio de este año por la Oficina de las Naciones Unidas contra la droga y el delito (UNODC), dio a conocer un número alarmante: 246 millones de personas – poco más del 5% de la población entre los 15 y los 64 años – han consumido drogas ilegales. Y aproximadamente 27 millones son usuarios frecuentes, provocando grandes sufrimientos a sí mismos y a sus familias. Afortunadamente existen diversas instituciones dedicadas a la recuperación de los toxicodependientes en todo el mundo, y una de las más importantes es la Fazenda da Esperança, a la cual está dedicada la tapa del número de agosto de la revista Cidade Nova del Movimiento de los Focolares de Brasil.
La experiencia comenzó hace 33 años en la ciudad de Guaratinguetá, en la zona rural de San Pablo, con el joven Nelson Rosendo Giuvanelli y el hermano Hans Stapel, que querían ofrecer ayuda a los consumidores habituales de droga. Actualmente el proyecto está presente en todo el territorio de Brasil – con 75 centros – y en otros 15 países, y recibe el apoyo de personas individuales, de los gobiernos y del Vaticano, que aprobó los estatutos del ente en 2010.
La experiencia comenzó y se desarrolló en base a la trilogía “trabajo, convivencia y espiritualidad”. En cada centro el trabajo funciona como terapia y como forma de mantenerse. La rutina incluye también momentos de recreación y de oración. Además, las familias de los asistidos también reciben acompañamiento y todos los meses se reúnen para compartir historias, dolores y sufrimientos, pero también los sentimientos de alivio y de esperanza que nacen de saber que sus hijos se recuperarán y que se encuentran en un lugar seguro.
El reportaje de Cidade Nova presenta el relato de los responsables del proyecto, de algunos dependientes y de sus familias, y también de algunos voluntarios de la Fazenda da Esperança São Miguel di Lagarto, en la zona rural de Sergipe.
Maurício Bovo, que actualmente es el responsable de las Fazendas de Sergipe, Alagoas y Bahía, consumidor de crack recuperado de los años ’90, explica que la verdadera diferencia de esta realidad radica en el hecho de que la droga no es considerada el único problema, sino la consecuencia de una serie de problemas. “Se considera al ser humano en su integridad”, cuenta a Cidade Nova. Bovo hace notar que no hay puertas, rejas ni cualquier otro tipo de barreras: “Las puertas están siempre abiertas, permanece solo el que lo desea”. Esta es una práctica común en todas las Fazendas.
Además Bovo explica que en aquellos que comprenden verdaderamente el significado del proyecto florece una fe sincera. “Sacan de sus propias entrañas, destruidas por la droga, la fuerza para salir adelante”.
Cidade Nova hace notar que muchas personas pasan solo pocos días o un mes como máximo en la Fazenda y después se van. Otros, muchos más, pasan un año y siguen su vida normalmente, como “hombres nuevos”. Pero muchos otros se quedan, como voluntarios, pasando de fazenda en fazenda y de país en país, ayudando donde hace falta.
La revista cuenta, entre otras, la historia de César Cotrim, de 40 años, que estuvo en la Fazenda cuando tenía 15 años. Después de recuperarse, decidió permanecer en el instituto, viajó a muchos lugares y encontró muchas personas. Pero dice: “de pronto sentí la necesidad de irme”. Entonces se fue a San Pablo, comenzó una carrera muy exitosa en una multinacional y compró un departamento lujoso. Pero nada conseguía responder a su deseo de vivir por algo que realmente tuviera sentido. “Cuando volví a escuchar la frase de Jesús: ‘Ve, vende todo…’ fue imposible dejar de pensar que me la estaba diciendo a mí. Lo primero que pensé fue hacerme monje, pero me acordé de la Fazenda. Vendí el departamento y doné el dinero a una obra de caridad que atendía niños con HIV. Regalé los muebles y conservé solo el auto, con el cual manejé desde San Pablo a Sergipe”, cuenta César. Cuando llegó a Lagarto, César entregó las llaves del auto a los responsables y empezó a respirar con libertad, como nunca le había pasado antes. Ahora dice: “Ya no tenía nada. Y al mismo tiempo tenía todo”.
Loa que han tenido la oportunidad de conocer la experiencia de estas Fazendas de cerca, saben qué significativas son, y conocen el impacto que tienen en la vida de los toxicodependientes, de sus familias y de los voluntarios. Ya se han reunido numerosos relatos impresionantes como el de César. Son testimonios vivos de que estas fazendas son verdaderos lugares de esperanza.
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