La celebración de los ochenta años del escritor peruano (Premio Nobel de Literatura 2010) Mario Vargas Llosa, el 28 de marzo pasado, ocupó varios días las crónicas de muchos medios latinoamericanos. Se debió sin duda a los festejos por todo lo alto en Madrid. Primero fue la velada de gala en el Hotel Villamagna con cuatrocientos invitados, y después, durante dos días, el escritor fue el centro de una serie de iniciativas culturales, entre ellas el encuentro con seis ex presidentes de España y otros países latinoamericanos, organizado por el patrón de la Cátedra Vargas Llosa, Ricardo Salinas Pliego (presidente del Grupo Salinas y propietario de TV Azteca) y un diálogo con el escritor turco Ohram Pamuk.
Algunos comentaristas, sin embargo, aprovecharon la oportunidad para recordar un episodio ocurrido en el lejano 1990, cuando Vargas Llosa tuvo un áspero enfrentamiento con otro gran escritor latinoamericano, el mexicano Octavio Paz. Lo que originó la discusión de los dos gigantes de la literatura fue un controvertido juicio del peruano sobre el carácter autoritario del régimen político mexicano. El contexto era un debate en televisión sobre el tema “El siglo XX: la experiencia de la libertad” que se realizó el 30 de agosto de 1990, organizado por la emisora mexicana Televisa. Participaron en el debate 40 intelectuales europeos y latinoamericanos y el objetivo era reflexionar sobre la transición política que se estaba produciendo en los países de Europa Oriental. Vargas Llosa, permitiéndose una variación sobre el tema, afirmó que México –pese al proceso de democratización en curso- no podía dejar de ser incluido dentro de las dictaduras latinoamericanas, llegando incluso a decir que México era “la dictadura perfecta”, más aún que la Unión Soviética y Cuba. “México –prosiguió el escritor- tiene las características de la dictadura: la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido. Y de un partido que es inamovible. Yo no creo que haya en América Latina ningún caso de sistema de dictadura que haya reclutado tan eficientemente [como el PRI – Partido Revlucionario Institucional, que gobierna en México] al medio intelectual, sobornándole de una manera tan sutil”.
Ante el ataque frontal de Vargas Llosa –completamente inesperado- Octavio Paz, que pocas semanas después recibiría el Nobel de literatura, expuso su punto de vista afirmando que México no se podía comparar con una dictadura militar como las que habían ensangrentado América Latina, aunque efectivamente había “padecido la dominación hegemónica de un partido” (expresión que recogen hasta la actualidad algunos manuales de Ciencias Políticas, donde el régimen mexicano se define como “sistema autoritario de partido hegemónico”). En esa oportunidad el poeta mexicano defendió también los aportes positivos del PRI a la sociedad civil mexicana, diferenciándolo de cualquier otro partido conservador según el modelo de Francisco Franco. Sin negar las profundas ambigüedades del partido en sus relaciones con el mundo obrero y campesino, Paz afirmó que el PRI, a diferencia de lo ocurrido en la Unión Soviética o en Cuba, había tutelado las libertades civiles, haciéndose intérprete, al mismo tiempo, de un amplio proyecto cultural cuyo objetivo era integrar el México indígena y multiétnico. En aquel momento Paz reconoció también que al PRI (que en la década del ’80 había sufrido una progresiva erosión de su consenso en la sociedad mexicana) no le quedaba otra salida que “democratizarse” si no quería desaparecer.
Poco antes de que el PRI volviera a la presidencia de la República (después de doce años de gobierno del Partido de Acción Nacional – PAN), en noviembre de 2012, el episodio de 1990 fue recordado por Enrique Krauze, que había sido el moderador del debate en Televisa. Comentando la posición adoptada por Paz, Krauze destacó que veinte años antes de aquel debate, poco después de la sangrienta represión del movimiento estudiantil mexicano la noche del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, el poeta (que en aquel momento era embajador) se había expresado en términos no muy distantes de los que Vargas Llosa utilizaría luego ante las cámaras mexicanas: “En México no hay más dictadura que la del PRI y no hay más peligro de anarquía que el que provoca la antinatural prolongación de su monopolio político”. La experiencia de los años Setenta y Ochenta, sin embargo, había convencido a Octavio Paz de que en el plano político no existían en México reales alternativas fuera de una democratización del PRI. No podía serlo la izquierda, debido a su simpatía por el régimen castrista cubano y la falta de autocrítica respecto de su propio pasado estalinista (hay que recordar que Paz fue uno de los primeros intelectuales latinoamericanos que denunció los crímenes de la Unión Soviética con un durísimo artículo publicado en 1951 en la revista argentina “Sur”), pero tampoco podía serlo la derecha, debido a sus nostalgias clericales.
El debate de 1990 no fue la única oportunidad en que los dos grandes intelectuales latinoamericanos –que comparten por otra parte algunos rasgos biográficos, como la militancia juvenil en agrupaciones marxistas- expresaron públicamente sus desacuerdos. Resulta emblemática en este sentido la crítica que Vargas Llosa hizo sobre una de las primeras y más importantes obras de Paz (“Laberinto de la soledad”) en ocasión del centenario del nacimiento del poeta mexicano, el 27 de mayo de 2014, en la Casa de América de Madrid. En efecto, para Vargas Llosa el libro expresaría “una visión nacionalista y colectivista de la historia, profundamente reñida con la cultura de la libertad”. Sin embargo, Vargas Llosa reconoció a Paz el mérito de haberse dejado interrogar y cuestionar siempre por la realidad social y política de su tiempo, lo que le permitió seguir desarrollando su pensamiento en un sentido cada vez más a favor de la libertad y la democracia.
Lo que separaba a los dos Premios Nobel era no solo una generación (Paz nació en 1914 y Vargas Llosa más de veinte años después), sino dos concepciones muy distintas del liberalismo. La de Vargas Llosa decididamente más cercana al modelo socioeconómico liberal norteamericano, mientras que la de Paz más orientada a buscar una “vía mexicana” –o como máximo latinoamericana- para la libertad y la democracia. Esa característica tal vez puede ayudar a comprender la atención que el Papa Francisco ha demostrado en diversas oportunidades (en su viaje a México, por ejemplo, o en la exhortación apostólica Amoris laetitia) por el poeta mexicano.