LA REVOLUCIÓN DE FRANCISCO Y UN MUNDO EN PEDAZOS. Balance sobre la marcha de tres años de pontificado. Entrevista al filósofo Massimo Borghesi

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Un Pontífice que pone las cartas sobre la mesa, que elude todos los esquemas ideológicos y que, precisamente por eso, es profundamente admirado o  ásperamente criticado. Sin embargo, en solo tres años de pontificado el Papa Francisco no ha hecho más que volver a poner en el centro la dimensión del encuentro entre Dios y el hombre, del que surgen numerosas y evidentes consecuencias tanto a nivel de magisterio y de pastoral como de acción diplomática de la Iglesia. Así lo demuestra en una entrevista, concedida a Zenit, Massimo Borghesi, profesor titular de Filosofía Moral de la Universidad de Perugia. Borghesi ha sido, en los últimos tres años, uno de los más agudos “hermeneutas” del pontificado de Bergoglio, poniendo de relieve sus rasgos “proféticos”. Al mismo tiempo, Borghesi explica por qué el Papa argentino resulta tan incómodo para muchos, sobre todo entre los mismos católicos…

Tres años después de ser elegido, el Papa Francisco sigue siendo un gran rompecabezas para muchos intelectuales, pero sobre todo para los defensores acérrimos de las ideologías del siglo XX. No es de izquierdas ni de derechas. Su pastoral y su lenguaje accesible lo colocan más cerca del pueblo que de las élites eclesiales o laicas. Usted, como filósofo, ¿cómo interpreta su personalidad?

Todo lo que usted dice es verdad. Desde el principio de su pontificado, el Papa Bergoglio hizo entrar en crisis a los comentaristas y analistas por ese estilo suyo completamente novedoso. Comentaristas y analistas que se esfuerzan por encontrar las “raíces” del Papa latinoamericano para comprenderlo, y en muchos casos para poder criticarlo y deslegitimarlo. Sobre todo cierta corriente conservadora que en los años de Benedicto XVI ya había intentado, sin conseguirlo, ajustar la imagen del Papa Ratzinger a su gusto, y ahora acusa al Papa Francisco de ser populista, peronista, partidario de la teología de la liberación, etc. También lo han acusado de “duplicidad jesuítica”, desempolvando las armas de un viejo laicismo, que curiosamente hoy empuña la derecha católica. Todo esto demuestra una buena dosis de ignorancia y de prejuicio. El Papa Bergoglio nunca fue filo-marxista. Sencillamente nunca fue de derechas. Su “teología del pueblo” nace en el contexto de la Argentina de los años 70 como respuesta “católica” a la teología de la revolución. No se trata de una concepción ideológica sino que la fe se arraiga en la mística popular, en una tradición cristiana viva, histórica, que la Iglesia Institucional no puede desconocer sin correr el riesgo de volverse abstracta y formalista. El sensus fidei del pueblo creyente es un “lugar teológico”, así como los pobres son los predilectos, los que Dios ama de una manera especial. La “teología del pueblo” es una respuesta a las posturas ideológicas, de derechas o de izquierdas, al elitismo de marca iluminista o al gnosticismo que reduce la fe a “doctrina”. De todo esto se desprenden consecuencias importantes. La primera es una concepción “carnal”, “física”, del cristianismo. Un pueblo nace de una relación viva, real, no de una propuesta abstracta. El cristianismo, por naturaleza, se comunica en la situación concreta de ver-oír-tocar-abrazar. A eso se debe la sencillez del lenguaje evangélico, lleno de ejemplos y de invitaciones, que no se limita a instruir sino que quiere involucrar al corazón. Quiere construir una relación real entre Dios y aquellos que lo escuchan. Un Dios que el corazón puede sentir: eso es el cristianismo para Bergoglio.

Un factor controvertido es la presunta discontinuidad de Francisco con sus predecesores, por lo menos a nivel pastoral. ¿Usted cree que es una lectura correcta?

No. En realidad hay un hilo conductor que une a Bergoglio con Ratzinger y consiste en  la percepción de que el cristianismo, en un mundo cada vez más neo pagano, solo puede volver a ocurrir si constituye un “encuentro”. Así lo afirma la Evangelii gaudium en el N. 7, retomando el punto N.1 de la Deus caritas est que dice: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Es un punto de convergencia importante, porque tanto en la vida como en la fe, el punto de partida lo decide todo. Es el punto que Ratzinger y Bergoglio comparten con dos grandes maestros y educadores cristianos del siglo XX, Romano Guardini y Luigi Giussani. Si el cristianismo, hoy igual que hace dos mil años, vuelve a empezar a partir de un “encuentro”, y no de la organización, de la militancia, de la dialéctica, etc, entonces el testimonio es lo primero. La re-presentación de Cristo en el mundo es, tanto para Benedicto como para Francisco, la tarea esencial de la Iglesia en el contexto histórico actual, ese primerear fundamental que el clericalismo olvida dándolo por supuesto.

Quiere decir que el enfoque pastoral de ambos papas es el mismo. Lo diferente, en todo caso, es el estilo. La reserva y timidez de Benedicto son distintas del abrazo físico de Francisco. Esta dimensión de Bergoglio no es un dato que lo caracteriza, sino el resultado de una manera de entender la fe que nace del espectáculo del pueblo creyente en la geografía espiritual de América Latina. Es lo que decía antes. La fe se alimenta dentro de un pueblo, de una comunidad viva, de una proximidad real. En el primer punto de la Evangelii gaudium, Francisco afirma: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista”. Es decir que Occidente está afectado por la tristeza individualista. En este sentido indudablemente hay una diferencia entre Francisco y Benedicto, porque hay una superación del enfoque eurocéntrico que caracteriza la visión cultural del Papa Ratzinger. Con Francisco entra en escena la perspectiva de una fe viva, actual, arraigada en un tejido popular y solidario, que a la senil Europa le parece, por la influencia iluminista, la herencia de un pasado muy lejano.

¿Qué juicio le merecen las reformas e innovaciones de Bergoglio (como el redimensionamiento de la curia, la sinodalidad, la atención a las “periferias” y a la modernidad), a la luz del Concilio Vaticano II?

Son reformas que se inscriben dentro de la perspectiva que abre el Concilio Vaticano II. El redimensionamiento de la curia -¡la reforma más difícil!- corresponde a una política de ahorro y procede en consciente oposición al proceso de burocratización eclesial que imperó en las últimas décadas. La curia debe recuperar la sobriedad en el desempeño de sus funciones, evitando en la medida de lo posible carrerismos y protagonismos que dañan seriamente al ministerio petrino. En este sentido, la discreción que caracteriza al actual Secretario de Estado es un claro ejemplo. Otra de las reformas se refiere al ejercicio sinodal, la forma que debe asumir la autoridad en la Iglesia. Benedicto XVI ya había hablado de ese tema en una entrevista a Radio Vaticana del 5 de agosto de 2006, auspiciando un pontificado no monárquico. El problema de superar la forma “monárquica” y absolutista del papado es un punto central de reflexión desde el Vaticano II. Incluso el diálogo con la Iglesia Ortodoxa, que acaba de vivir un momento culminante con el abrazo entre Francisco y Kirill,  requiere volver al enfoque eclesial del primer milenio. En cuanto al encuentro entre fe y modernidad, Bergoglio no tiene dudas. Lo ha dicho en varias oportunidades: el Concilio Vaticano II constituye el encuentro entre la Iglesia y el mundo moderno. Es un punto sin retorno. Lo cual significa, en primer lugar, un rechazo de la teología política, del uso político de la religión. Con respecto a Ratzinger, el matiz que distingue a Bergoglio al plantear la relación entre fe y modernidad consiste en que lo moderno no es solo europeo sino también latinoamericano. Latinoamérica es un contexto donde la secularización no ha llevado a la “privatización”, a la solución individualista de la fe. Del Iluminismo europeo rescata la clara distinción entre Iglesia y Estado y el tema de los derechos y libertades. En cambio, rechaza su elitismo intelectualista, su rostro no popular. En este sentido la perspectiva de la “periferia” corrige la del centro. Pero se trata de una corrección, de un punto de vista privilegiado, no de una alternativa tercermundista a Occidente. Quien interprete así al Papa Francisco comete un grave error. La visión de Francisco es “polar”, y una polaridad fundamental es entre el “centro” y la “periferia”.

En el magisterio social, que ocupa una parte importante de su pontificado, la atención que el Santo Padre le dedica al tema del medio ambiente y se sintetiza en la Laudato si’, configura un espacio nuevo y original. ¿La ecología pasa a ser por primera vez objeto de interés para la Iglesia o en este sentido la encíclica es más bien un punto de llegada, aunque sea intermedio?

La encíclica Laudato si’ es un documento que ha sido muy criticado pero poco leído. Criticado por la derecha liberal, sobre todo en Estados Unidos, porque interpreta el texto como un peligroso ataque contra la doctrina del laisser faire, contra la doctrina del mercado por encima de cualquier limitación ética o jurídica. En realidad la encíclica critica severamente el “paradigma tecnocrático” que en la era de la globalización se impone sin límites. Es el mismo paradigma que lleva a considerar a los ancianos, los embriones con patologías, los enfermos terminales, las personas con discapacidad y los pobres en general como “descartados”, seres inútiles, no productivos, pesos muertos para la sociedad. La devastación ecológica de regiones enteras del planeta es fruto de un modelo que simultáneamente rechaza a la humanidad débil y desprotegida. Las corrientes de la derecha cristiana que luchan contra el aborto y la eutanasia no captan este doble vínculo, y entonces son completamente liberales en materia ecológica y medioambiental, subordinándose a los intereses del neocapitalismo mundial. En cambio, en la perspectiva planteada por el Papa se conforma un cuadro unitario. Como afirma la Laudato si’ en el número 117, “Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad –por poner sólo algunos ejemplos–, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado”. En su análisis del paradigma tecnocrático como módulo dominante en la economía de las últimas décadas, Bergoglio se deja guiar por la reflexión sobre el poder en la era de la técnica que desarrolla uno de sus autores preferidos, Romano Guardini. La Laudato si’ está llena de citas de Guardini. Por último, observamos que la importancia de la cuestión ecológica como problema planetario arranca en Bergoglio de su clara conciencia de que los países de la “periferia”, de África, América Latina, etc., se han convertido en el basurero del mundo. Lo que Occidente protege para sí mismo, con la tutela de la naturaleza y el medio ambiente, se destruye en los países más pobres, que sufren la explotación indiscriminada de sus recursos, la deforestación, la contaminación del agua y del aire, y el reciclaje de residuos tóxicos. La cuestión ecológica afecta directamente a las periferias, a los suburbios del planeta, no a las verdes campiñas del mundo rico.

Con respecto a la diplomacia vaticana. Un gran éxito de Francisco fue haber puesto paz entre Cuba y EEUU después de 50 años. Paralelamente, está trabajando en el frente ecuménico ortodoxo-católico (es histórico su encuentro con el patriarca Kirill), y también para salvar a Medio Oriente del abismo y a los cristianos mediorientales de la persecución. ¿A qué nuevo ordenamiento geopolítico podría conducir el trabajo diplomático del Papa?

Sin duda hay tres cuestiones sobre el tapete. La primera: apoyar el proceso de distensión entre el Este y del Oeste, entre Rusia y Occidente, para evitar un conflicto cuyos resultados serían catastróficos. El abrazo entre Francisco y Kirill tiene un valor geopolítico enorme. Tal como lo tuvo, en su momento, la mano que Francisco tendió a Putin con su oración en San Pedro por la paz en Siria, para frenar el proyecto estadounidense de intervenir directamente en la guerra contra Assad. Sin avalar los planes hegemónicos del Kremlin, el Papa contribuyó para que Rusia pudiera salir del callejón en el que peligrosamente la habían acorralado.

La segunda cuestión está relacionada con la anterior. Se trata de apoyar todos aquellos  factores que puedan favorecer procesos de paz en Siria y Medio Oriente, para proteger a los cristianos y a los mismos musulmanes. El respeto que muestra Francisco por el Islam, junto con la firme crítica contra fundamentalismo religioso, tienen como objetivo la convivencia pacífica de los pueblos. Sobre todo los que están siendo desgarrados por trágicas guerras civiles. Es lo que no entiende la derecha cristiana, aferrada al escenario teocon del enfrentamiento entre el Islam y Occidente.

La tercera cuestión importante para el Papa es China. El sueño de unas relaciones diplomáticas plenas, que garanticen la completa libertad del catolicismo chino, es sin duda uno de los grandes deseos de Francisco. Ya se han dado pasos importantes y signos de respeto recíproco. El futuro está en manos de Dios. También en este caso  una relación plena ayudaría al encuentro entre Occidente y Oriente, que siempre redundaría en beneficio de la paz en el mundo.

La informalidad de este Papa, sus frecuentes discursos improvisados, la facilidad con que concede entrevistas, también son objeto de polémica. En definitiva ¿qué tipo de lenguaje utiliza?

Es un lenguaje sencillo acompañado por el lenguaje del rostro, de las manos, del cuerpo. En su libro El sueño del Papa Francisco, el padre Antonio Spadaro describe muy bien este aspecto del testimonio papal: “Bergoglio -afirma Spadaro- ‘habita’ la palabra que pronuncia. Así como él no es capaz de vivir solo sino que necesita una comunidad, de la misma manera su palabra necesita dar cabida al que tiene delante. Nunca se pronuncia porque es bella, sino porque es capaz de construir una relación evangélica. La palabra de Bergoglio es hija del sermón humilde de san Agustín, porque quiere ser una ‘palabra-casa’, hermosa, accesible y clara, “suave”. Por eso siempre se caracteriza por la oralidad, por el diálogo, aunque esté escrita. Las palabras toman cuerpo”. Con respecto a la “informalidad” del Papa, Spadaro recuerda que para Francisco ser “normales” es una condición del ser cristiano. Este hombre, que hoy se ha convertido en un ícono mediático mundial, rechaza todos los cliché de las “estrellas”, en primer lugar hacer alarde de distancia y de excepcionalidad. El Deus semper maior ha entrado en el mundo como un Deus absconditus, que participa plenamente de la normalidad de la vida. Como  la famosa imagen del Papa que sube las escaleras del avión llevando él mismo su portafolios negro.

Nunca un Papa había recibido tantas críticas precisamente del mundo católico. En su opinión, ¿son críticas puramente ideológicas o nacen de intereses concretos que Francisco pone en discusión?

Las dos cosas. No cabe duda de que las reformas y el estilo de vida del Papa pueden molestar, momentáneamente, privilegios y carreras construidos en base a sólidos intereses. En la Iglesia, el clericalismo y la burocracia han caracterizado las últimas décadas. El desconcierto ante un Papa que utiliza un automóvil común y corriente es bastante grande. En este caso, el mejor ataque es acusarlo de demagogia, de populismo, de buscar el aplauso de las multitudes. En realidad, detrás de las críticas no es difícil adivinar cargos y ambiciones. Por eso muchos esperan detrás de una ventana que pase el ciclón y todo vuelva a ser como era antes. Mientras tanto, es suficiente actualizar el lenguaje eclesiástico –las “periferias”, los “últimos”, la “misericordia”– sin que nada cambie realmente. Por otro lado hay que entender que hoy Francisco es la única voz relevante, a nivel mundial, que se opone verdaderamente a la” ideología” de la globalización, al dogma de un sistema económico que ha disuelto la esfera política y ha creado antítesis profundas dentro y entre los estados. Diferencias que son la premisa para enfrentamientos, violencias y guerras futuras. Atenuar los contrastes sociales es un imperativo para la paz en el mundo, eso es lo que Francisco tiene en mente. El liberalismo económico, sin frenos, no ha construido la unidad del mundo sino todo lo contrario. Dentro de la sociedad ha creado la doble exclusión de ancianos y jóvenes sin trabajo. Los dos polos de la sociedad, los ancianos que son la memoria de un pueblo y los jóvenes que son su futuro, su esperanza, son los excluidos, los “descartados” en un mundo obsesionado por su propio presente. En esto consiste la actual decadencia del mundo, en que ya no tiene una visión de su propio futuro porque ha cortado las raíces de su propio pasado. Bergoglio no es un “progresista” iluminista. Sabe que no hay progreso si no se custodia la memoria popular, la memoria de los “abuelos”, que no deben ser relegados a un geriátrico sino que deben custodiar a sus nietos. La derecha católica, subordinada a la derecha liberal, no comprende la riqueza de este enfoque. Acusan al Papa de ser “modernista” y no comprenden que le hacen el juego a un neocapitalismo individualista y cínico, primera causa de la “revolución antropológica” que hoy disuelve toda certeza moral. Esta incapacidad para identificar al verdadero adversario es el punto débil de un pseudo-pensamiento católico que ha perdido las coordenadas para comprender el momento presente.

De Zenit

Traducción de páginasDigital.es

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