Refieren las fuentes locales que la idea fue del sacerdote José María di Paola, “padre Pepe” para todos, incluyendo al Papa. Entiende de murgas, porque a lo largo de su vida de cura de las villas miserias argentinas organizó muchas. Da fe de ello otro sacerdote villero de Buenos Aires, el “padre Charly” (Carlos Olivero), amigo de Di Paola y su sucesor en la Villa 21, un enclave de paraguayos en el centro de Buenos Aires. “Cuando fui a Roma para ver al Papa, le pedí que me firmara una faja con los colores de la murga: azul, blanco y dorado, los colores de la Virgen de Caacupé, la Patrona del Paraguay. Y él la firmó”, cuenta el padre Charly, y aporta otro detalle: “La imagen de nuestra murga es una caricatura del Papa”. La banda en cuestión cumple 11 años y se llama “Daniel de la Sierra”, un cura muy querido en la villa que murió en 1992 en un accidente, cuando iba en su inseparable bicicleta, la misma que hoy cuelga, pintada de blanco, en la pared de la iglesia parroquial. Resulta muy natural que la banda le haya dedicado una canción con ritmo de cumbia: “Padre Daniel, el ángel de la bicicleta, Padre Daniel, tu vida nos habla de Dios”.
“Los chicos, los más difíciles, se enganchan en seguida con la murga. Y eso puede acercarlos a la vida de la Iglesia”. Buena idea. OK. Pero… un
momento, ¿qué es una murga? Algunas imágenes vienen espontáneamente a la memoria y se mezclan con varias informaciones: es una banda musical con predominio de tambores de diversos tamaños y sonidos: el profundo bombo, con modulaciones cavernosas, el zurdo, más tónico y volitivo, el redoblante, con vibraciones sonoras. Pero también se suele ver una tromba, que hace un buen aporte, y platillos que refuerzan los ritmos. Una rápida investigación aclara que Uruguay y Argentina, países con grandes murgas, se disputan el título de primer país del continente latinoamericano que recibió esta herencia netamente española. Porque en realidad las murgas provienen del país ibérico, más exactamente de Cádiz, que está muy cerca de África y sería la fuente de la cual tomaron ritmos y sonoridades.
Hay que remontarse a principios del novecientos, 1906 dicen los expertos, cuando un grupo de actores del sur de España llegó a Uruguay para presentar un espectáculo en el Hotel Casino de Montevideo. No habiendo ninguna desmentida de parte argentina, hay que suponer que efectivamente fue así, y que Uruguay puede ostentar el privilegio de ser el primer país latinoamericano que albergó una murga. La función pública se realizó al aire libre para que el pueblo pudiera apreciarla. Cuando salieron a la calle, los músicos ibéricos se entregaron en cuerpo y alma a su interpretación y despertaron el entusiasmo ferviente de los espectadores. En realidad el origen de la murga se remonta mucho más atrás, a los ritos paganos en honor de las divinidades egipcias y las fiestas romanas dedicadas a Saturno, dios de la agricultura y de los cultivos. Pero aquí el tema se pierde en la niebla del tiempo y conviene regresar a la actualidad de la que partimos.
Después de la sugerencia del padre Pepe, llegó el hombre apropiado, un experimentado murguero de villa La Cárcova con el cuerpo cubierto de tatuajes, Omar Catalán, que se acercó a la parroquia cuando llegó el cura, ese cura amigo de los pobres, y puso a disposición su talento. “Los chicos que participan en la murga después vienen también a la iglesia, y con el tiempo no se limitan a la buena música sino que dan cada vez más, se hacen buenos amigos y van dejando las porquerías que muchos de ellos ingieren, respiran o se inyectan”. Omar Catalán hizo todo lo que estaba a su alcance para ir al Paraguay cuando estuvo el Papa argentino, en julio de 2015. Le quedaron grabadas en la memoria las palabras que escuchó el día del encuentro con los jóvenes, en la costanera de Asunción: “Hagan lío”, dijo el Papa Francisco, repitiendo una expresión que ya había usado en Brasil. “Pero ayuden a organizarlo”, aclaró después, por primera vez, recuerda Omar. Él se sintió tan interpelado por esa aclaración que por eso ofreció sus conocimientos musicales al padre Pepe.
Detrás de Omar Catalán, una a una, como creadas milagrosamente por el lápiz de un dibujante de viñetas, fueron llegando otras figuras. El director artístico, Héctor Ávalos, y el agente que manejará la agenda de la compañía, Alberto Salas. El lápiz del imaginario dibujante sigue trabajando y unos veinte chicos entre 10 y 22 años hacen acto de presencia a los primeros golpes de tambor, un cuerpo de baile multicolor y bullicioso que formará el séquito de los músicos; y un lanzafuegos que con cinco litros de combustible asegura que producirá más llamas que el dragón del Señor de los Anillos. El resto viene solo: algunas modistas para coser los trajes de los murgueros, que son mamelucos con la Virgen de Luján en el pecho, y varios promotores para poder comprar los instrumentos. Por último, el nombre. Una competencia entre Murga Monseñor Romero y Murga Los elegantes de Don Bosco. Amplia mayoría para el segundo, más conocido que el primero a pesar de la reciente beatificación en El Salvador, y se diseña incluso el logo que muestra al santo italiano con sombrero de copa, moñito y bastón de cabaret.
Por ahora, muchas pruebas y algunas presentaciones en público para ir entrando en ritmo. Los proyectos para el futuro, en cambio, son ambiciosos. Nada más y nada menos que tocar para el Papa cuando venga a Argentina en 2017. Mientras tanto, se piensa también en las plazas de las localidades costeras de Argentina, como San Clemente y sus alrededores, donde los chicos de la murga hacen campamento en el verano con sus amigos de las villas de León Suárez.