“Papa Francisco, no quiero que te mueras nunca. Quedate con nosotros y hacé que los malos sean buenos. Besos”. La vida, la muerte, la Misericordia y el Papa están relacionados de manera clarísima para la pequeña Lucía, de ocho años, que en su cartita al Papa Francisco agrega también un hermoso retrato del Pontífice argentino rodeado por muchos corazoncitos rojos. Ella ha comprendido mejor que muchos que la Misericordia de Dios necesita rostros y signos concretos para que los hombres puedan encontrarla. Y el Papa es un testigo excepcional. Por eso las palabras bien y mal, pecado y perdón –corazón del magisterio del Papa Francisco, sobre todo en el Jubileo del Año de la Misericordia- se repiten con frecuencia en miles de mensajes que los niños de todos los rincones del mundo le mandan al Papa. Rosita lo describe de una manera casi poética en su tarjeta de saludo de Navidad a Francisco. “Gracias Francisco porque querés a los pecadores como dijo Jesús y tu abrazo acerca el mundo a Dios y lo guía como una estrella hasta el Niño Jesús”.
Amanda expresa la misma idea. “La enfermedad más terrible del mundo es el odio que los hombres muchas veces sentimos unos por otros. Para terminar el odio tenemos que querernos como vos nos querés a nosotros. Te quiero mucho y te abrazo fuerte, fuerte”. Adrián le pide al Papa, con cierta insistencia, una misericordia más concreta. Escribe la primera carta después que vio al Papa en el Angelus del domingo y escuchó que “recomendaba” un remedio especial: la Misericordina, que viene en una cajita como las que venden en la farmacia –inventada por una empresa polaca- y adentro trae un rosario, una imagen de Jesús de la Misericordia y la hoja del prospecto correspondiente, con las instrucciones sobre las dosis y la manera de tomarlo. “Es un remedio espiritual –había explicado el Papa-. No se olviden de tomarlo porque hace bien, hace bien al corazón, al alma y a toda la vida”. Adrián tomó en serio la invitación del Papa. “Soy un chico de diez años, mi familia está formada por mi papá, mi mamá, un hermano, tres hermanas y yo. Por favor si podés te pido que me mandes una caja de Misericordina”. Como pasaron varios meses y el regalo no llegaba, Adrián tomó de nuevo lápiz y papel y mandó una segunda carta: “Querido Papa, todavía no recibí la caja de Misericordina, me gustaría mucho tenerla. Perdoname si te molesto de nuevo pero pienso que la primera carta se ha perdido. Chau y gracias”.
Jessica en cambio le pide al Papa otro tipo de acción directa. “En el catecismo la hermana Victoria –dice la carta al Pontífice- me hizo aprender los sacramentos estudiando tus audiencias del miércoles que me gustaron mucho, porque me acercaron más a Jesús. Después escuché que vos querías enseñar que no hay que pegarle a los chicos. Mi mamá no lo entiende, aunque yo sé que lo hace por mi bien y que se sacrifica por mi y está siempre a mi lado. ¿Podrías explicárselo vos?”.
Felipe apunta a una mediación con alguien más grande. “Caramba –empieza diciendo- ¡nuestos nombres empiezan los dos con F! Vos que sos el Papa hablá con Jesús y decile que lo quiero mucho”. Máximo le cuenta al Papa lo que siente ahora que se está preparando para hacer la Primera Comunión y le describe la experiencia única de recibir la Misericordia de Dios. “Mi primera confesión –cuenta el joven amigo por correspondencia- fue super emocionante, y después que dije mis pecados me sentí libre, liviano y ya no estaba asustado!!!!”. En cambio Magdalena le pregunta al Papa qué siente cuando está en el confesonario. “¿Vos también te confesás? ¿Cuando te confesás tenés un poco de miedo? –dice con sinceridad- Yo me pongo un poco nerviosa. ¿Vos rezás todos los días? Yo a veces me olvido”.
En el tema de indulgencias y oraciones por los seres queridos que ya no están, Juan le cuenta al Papa que ha perdido a un tío. “El hijo de los abuelos –dice- murió a los 18 años por culpa de un señor borracho. Yo cuando sea grande no quiero tomar vino. ¿Vos sabés si el tío ya está en el Cielo? Murió el 28 de diciembre, justo cuando los abuelos festejan su aniversario de casamiento. Este año se cumplen 40 años, pero ese día ellos siempre están tristes y a mí me da mucha pena, pobrecitos”. Carmelo cambia el punto de vista, intuyendo que a veces el Papa también necesita que lo consuelen. “Tengo nueve años y vivo en un pueblo de Sicilia donde lamentablemente las cosas no andan muy bien. La mayoría de los papás están desocupados, pero por suerte el mío tiene trabajo. Por suerte en mi pueblo hay una capillita que se llama Virgen de la Consolación que solamente existe aquí y muchas personas van a rezar para que les de consuelo. Yo te mando una estampita así cuando estás triste vos también le pedís que te consuele”.