Ya es un fruto de la paz, que todavía no se ha firmado aunque falta poco. Los muertos “resucitan” y los “ciegos” ven posibilidades que estaban ocultas tras la cortina de humo de las armas. El muerto en este caso es una de las figuras más emblemáticas de los años ’60, el sacerdote jesuita y guerrillero Camilo Torres, un antecesor de los sacerdotes sandinistas levantados en armas en Nicaragua en los años ’80. Se incorporó a las filas del naciente Ejército de Liberación Nacional en 1964 y poco después cayó en combate durante su primera acción contra el ejército colombiano. Una parte, aunque muy exigua, del pensamiento teológico latinoamericano conocido como “de la Liberación” lo incluye entre sus referentes. De él quedó un mito, en una escala algo más reducida que la del argentino Ernesto Guevara, llamado el “Che”, que pese a todo conserva el fuego bajo las cenizas de una opción, la de las armas, que jamás fue aprobada por la Iglesia latinoamericana. Del cuerpo en cambio nunca más se supo nada. El temor de los militares ya intuía el riesgo de que la tumba del guerrillero muerto pudiera convertirse en la meca de futuras peregrinaciones. Corrió la voz de que los restos estaban sepultados en una fosa anónima. O, como declaró el general que comandaba la brigada militar que derribó al guerrillero Torres, que el cuerpo había sido enterrado en un lugar estratégico, separado de otras fosas comunes, que nunca se dio a conocer a la opinión pública. Uno de tantos secretos militares de un siglo sin paz para el país andino. Después Valencia Tovar, el militar en cuestión ya fallecido, escribió un libro cuando se retiró del servicio activo, donde reveló los detalles de la muerte y el entierro de Camilo Torres, con el propósito de entregar los restos a la familia en un segundo momento. En una entrevista de 2007 a la revista Semana y al diario El Tiempo aclaró posteriormente que el cuerpo del sacerdote fue exhumado tres años más tarde y los restos se colocaron en una urna para transportarlos a la ciudad colombiana de Bucaramanga, donde se había creado el cementerio militar de la Quinta Brigada. El militar no reveló la ubicación exacta. Hace pocas semanas el ELN reclamó la restitución del cuerpo y la dignidad sacerdotal de Torres, como prueba de buena voluntad del gobierno colombiano para comenzar una negociación formal que podría llevar entregar las armas a sus 1.500 hombres, siguiendo la ruta abierta por las Farc. La prueba de buena voluntad se ha cumplido, el presidente Juan Manuel Santos dio luz verde y con la ayuda de documentos de archivo y material periodístico de la época, la búsqueda se concentró en el lugar preciso. Los antropólogos forenses movilizados por el gobierno, junto con odontólogos y médicos patólogos especializados en identificaciones, hicieron el resto.
Los estudios de ADN que se efectuaron con carácter de urgencia deberán confirmar si los huesos desenterrados son exactamente los del Camilo nacional. Pero todo hace pensar que la misa ha terminado.